Así tenía que ser

Padre Gustavo Vélez, mxy

 

1.- “Dijo entonces María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, cuyo nombre es santo”. San Lucas, Cáp. 1. Se llama silogismo. Un método para llegar a conclusiones ciertas, mediante la presentación de previas afirmaciones. Como cuando decimos: Todo hombre es mortal. Pedro es hombre, luego Pedro es mortal.

De igual modo, cuando confesamos que María gestó al Salvador en sus entrañas, todas las maravillas realizadas por el Señor en su vida nos parecen perfectamente lógicas: Ella es Madre de Dios, siempre Virgen, Inmaculada, Asunta al cielo. Son los dogmas marianos que la Iglesia nos ha presentado en el transcurso de los siglos. Pero de otro lado, desde los pocos datos que nos da el evangelio, descubrimos que María de Nazaret fue una mujer común y corriente de su tiempo, aunque escogida por Dios para una imponderable vocación.

2.- Cuenta san Lucas que Nuestra Señora, ya encinta de Dios, se fue de prisa a las montañas de Judea, donde su parienta Isabel mujer entrada en años, iba a alumbrar por aquellos días un hijo. Allí, en una aldea que la tradición señala como Ainkarim, nombre que significa la fuente del viñedo, María recitó un himno de acción de gracias, el Magníficat, donde se proclamó bienaventurada. Algo del todo correspondiente al saludo del Ángel en Nazaret, quien la llamó Llena de Gracia. Así tenía que ser y así sucedió también en el momento de su muerte, cuando fue llevada al cielo en cuerpo y alma. Un hecho que el papa Pío XII nos presentó, como verdad fundamental de nuestra fe, el 1º de noviembre de de 1950. Pero además la Asunción de María nos pone delante nuestro destino final. Aquello que la Iglesia define como la resurrección de la carne. Sólo que María ha logrado esta meta, en un tiempo anterior a nosotros. Aunque al decir tiempo, volvemos a mirar a esta tierra y no al cielo, el cual se ubica en la eternidad.

3.- Jesús, en su predicación nos prometió una vida perfecta más allá de la muerte. Sin embargo nunca explicó a sus discípulos el cómo de esta futura existencia. Nos pedía creer en él, sabiendo que estas cosas no podíamos comprenderlas todavía. Vale entonces que nuestra fe se convierta en irrebatible confianza. Que nuestras inquietudes se trasformen en filial seguridad. Que en nuestra marcha vayamos aligerando el equipaje, porque somos peregrinos hacia la patria.

Sin embargo, hombres y mujeres de este mundo pragmático que todo quiere averiguarlo, desearíamos saber en detalle cómo fue asunta a los cielos la Señora. Qué cualidades tendrá nuestro cuerpo, luego de la resurrección. Como será la vida de los bienaventurados y sus maneras de comunicación. Lo cual, yo me imagino, hace a Dios sonreír. Porque Él no quiere darnos explicaciones todavía. Sería inútil, como hablarle de astrofísica a un niño, o enseñarle a un campesino los verbos irregulares del inglés.

4.- Y san Agustín advierte: “No hagas más preguntas sutiles sobre esto. Te basta saber que resucitarás de una forma semejante a aquella en la cual apareció el Señor, luego de su Resurrección. Y no busques más sobre el tema, pues en vez de encontrar la verdad, hallarías solamente tus propias imaginaciones”.


 

Fuente:  betania.es