Inmaculada Conceoción de María

 

Mons. Domingo S. Castagna 

 

Lucas 1, 26-38. 

1.. El Don de amor del Padre. “María quedó muy conmovida al oír estas palabras”... La experiencia del encuentro con Dios conmueve el ser de la santa joven. En María está la humanidad recibiendo el Don de Dios. Cobra conciencia de que el mismo no es exclusivamente para ella, es para el mundo. En el día de la Navidad se hará socialmente efectivo ese Don inefable. Su actitud es ejemplar. La humildad con que lo recibe será, en lo sucesivo, la condición indispensable para recibirlo. Dios lo deposita en su ser virginal y toma de ella carne y sangre. Así se sitúa en la historia y toma el comando de la misma. Para que la humanidad se oriente a la verdad es preciso ofrecer a Dios ese comando, sometiéndose a él, humilde y gozosamente. De otra manera la pobre historia humana seguirá a los tumbos, tal cual la inició Adán. Ni bien los hombres adviertan que Cristo es el Don de amor del Padre pasarán de la sorpresa al estremecimiento del ser. María, que quedó conmovida, es modelo de una humanidad agraciada por el Don de su esperada Salvación. Hemos recordado, en el año 2000, el acontecimiento histórico de esa conmovedora dádiva del Padre. Su contemplación debiera ocupar los espacios más importantes de nuestra vida. Pero, ¡qué lejos estamos de lograrlo! Los místicos y contemplativos han descubierto su importancia y se dedican a sumergirse en él. No abandonan la construcción de la ciudad terrena sino que la diseñan desde una perspectiva arquitectónica absolutamente nueva. 

2.- Gobierno responsable, no varita mágica. Los diseñadores de este mundo han desechado la contemplación del Don amoroso del Padre y lo han declarado inservible. Así les va. La ausencia de esa Verdad dispensada por el Padre Dios, causa el desequilibrio, generador de la injusticia y el desorden. - A las pruebas me remito – decían nuestros antiguos proverbios populares. La desolación en la que nos encontramos, gracias al tironeo de intereses mezquinos y contrastados con la Verdad que el Padre nos obsequia, amenaza con hacer de nuestra sociedad un desierto estéril. Pero Dios es fiel a su decisión misericordiosa y seguirá ofreciendo a su Hijo Unigénito, movido únicamente por el amor al hombre. En esta popular Fiesta de la Inmaculada Concepción, vuelve a señalar el camino trazado para hacer llegar, a todos, la Salvación. En esta ocasión, coincidente con el tiempo fuerte del Adviento, el panorama social y político parece haberse oscurecido más. El pueblo mantiene su mirada atónita y abatida sobre quienes ocupan, o intentan ocupar, los sitiales del poder. Necesita una mano serena que gobierne responsablemente, no una varita mágica que haga brotar plata donde no hay trabajo ni ganas de trabajar. No nos engañemos con cierta dosificación de la asistencia social sin perspectiva de reactivación económica. Las transfusiones monetarias son medidas de emergencia para comer hoy, o pagar un buen entierro, pero, no sustituyen a la cultura del trabajo ni a sus fuentes genuinas.

3.- Un pueblo mendigo. El pueblo argentino quiere ser, como lo soñaron sus próceres, una gran Nación. Nos hemos convertido en un pueblo mendigo entre las naciones del mundo actual. Los argentinos más humildes, que parecen ajenos a los complicados pasillos de la política, no toleran seguir como están. Tampoco quieren seguir cortando calles y rutas, organizando marchas, rodeando oficinas estatales y bancos para reclamar lo que les corresponde. Quieren orden y justicia, trabajo, salud, educación y seguridad para vivir en paz. No podemos complicar la simple verdad de la demanda popular con explicaciones incomprensibles. María es ejemplo de la respuesta directa a Quien ha conquistado su confianza absoluta. Los pobres, que anhelan confiar en quienes deben servirlos en la función pública, reclaman conocerlos y elegirlos. No tienen otros datos para lograrlo que los suministrados por conductas honestas y proyectos inteligentes. Las promesas no bastan, el discurso demagógico ya no convence, la exhibición de la fuerza partidaria no parece coincidir siempre con la verdad. El pueblo tiene olfato para presentir quién es quién. Es un servicio a la Patria ofrecerle la información necesaria y objetiva, para que cada ciudadano pueda hacerse una idea de los candidatos y de sus propuestas de gobierno. Aquí juegan un papel ocasionalmente imprescindible los medios de comunicación. El periodismo, si se dispone a desempeñar con responsabilidad su delicada misión, será bendecido por un electorado pensante y recompensado por Dios y por la historia.

4.- El Don tierno de María. Antiguamente, con motivo de esta popular Fiesta de la Inmaculada Concepción, los niños recibían su primera Comunión. Muchas veces me pregunté cuál era el motivo de esa piadosa relación. El sendero de preparación hacia el décimo Congreso Eucarístico Nacional, en las tierras humildes de Nuestra Señora de Itatí, reinstala esa misteriosa vinculación. María está unida, de manera indisoluble, a la Encarnación del Hijo de Dios. En términos sacramentales podemos afirmar que ella ofreció a toda la humanidad “la primera Comunión”. Cristo es el Pan bajado del Cielo para que el mundo tenga vida. El Padre nos lo da por intermedio de María. En su pequeño ser virginal Dios se hace hombre, toma carne y sangre, que en la Cruz será Víctima propiciatoria. La Eucaristía hace siempre actual ese sacrificio, que mantiene el ofrecimiento del Padre, y se constituye en causa de reconciliación con Dios y con todos los hombres. Hecho alimento celestial nutre, durante toda la historia, la vida reconciliada de los hombres. La referencia a María confirma el carácter histórico del Misterio de Cristo. En la próxima Navidad celebraremos el Don del Padre que es, también, el tierno Don de María. Lo contemplamos en su regazo, lo adoramos en sus manos que lo ofrecen silenciosamente. Junto a ella descubrimos nuestro verdadero destino. Repitiendo el Ave María retomamos el rumbo que nos conduce a la Verdad y nos hace libres. ¡Cuánto lo necesitamos hoy!

5.- Inmaculada Concepción. Es inevitable que, en ocasiones, se nos obligue volar a ras de tierra, casi tocando el barro hediondo de tantas miserias. La visión dolorosa de la realidad reclama el cielo cercano de los grandes misterios cristianos. Esta sociedad revuelta concluirá en las tinieblas si no se deja iluminar por Jesucristo. Siento un gran respeto por los hombres que piensan de otra manera; soy respetuoso, al mismo tiempo, por la destinación universal de la verdad del Evangelio. Si la encarnamos se hará visible a quienes no la prejuzguen desde sus caprichos ideológicos o sus debilidades morales. Es preciso que celebremos las Fiestas de la fe sin ceder a la enmudecedora timidez infundida por las presiones culturales de moda. Hoy festejamos a la Inmaculada Concepción de la Virgen María. No temamos reconocer su identidad de Madre y Virgen. No nos acobardemos ante el clamoreo de quienes pretenden menospreciar la “concepción” como principio de la vida de otro ser personal. Sigamos fieles a la verdad. María es testigo de la verdad de fe, que revela su preservación del pecado de origen, desde el momento preciso de su Concepción. Como los niños de todos los tiempos recibamos de sus manos inmaculadas a Jesús, nuestro Salvador.

Alocución radial de Mons. Domingo S. Castagna Inmaculada Concepción de María 8 de diciembre de 2002.