La virginidad de María verdad de fe
Thalia Ehrlich Garduño
(Catequesis
del Papa Juan Pablo II, junio 1996)
La Iglesia desde siempre ha meditado con atención, la Virginidad
de María como verdad de Fe, estudiando y profundizando en el Evangelio
de Lucas, Mateo, Marcos y también en el de Juan.
En el
episodio de la Anunciación, Lucas llama a María virgen,
mencionando tanto su intención de perseverar en la virginidad, como el
designio Divino que concilia este propósito con su Maternidad
prodigiosa.
La afirmación de la Concepción Virginal por la acción del Espíritu
Santo, rechaza cualquier intento de explicar la narración de Lucas como
algo claro de un tema judío o derivado de una leyenda de la mitología
pagana.
La estructura del texto de Lucas (Lc. 1,26-38; 2,19.51), no
admite ninguna interpretación reductiva. Su coherencia no acepta
validamente ninguna mutilación de las expresiones que afirman la
Concepción Virginal por obra del Espíritu Santo.
Mateo, al narrar el anuncio del Ángel a José, afirma al igual
que Lucas, la Concepción por obra del Espíritu Santo (Mt. 1,20), sin
que haya relaciones conyugales.
A José
se le comunica la Generación Virginal de Jesús en un segundo momento:
para él no es una invitación para dar su consentimiento previo a la
Concepción del Hijo de María, que es fruto de la intervención del Espíritu
Santo y la cooperación exclusiva de la Madre. Sólo se le invita a
aceptar libremente su papel de esposo de la Doncella de Nazaret y su
misión de padre de Jesús.
Mateo presenta el origen Virginal de Cristo como cumplimiento de
la profecía de Isaías: “Ved que la virgen concebirá y dará a luz
un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel, que traducido significa:
“Dios con nosotros” (Mt. 1,23; Is. 7,14).
Mateo
nos lleva a la conclusión de que la Concepción Virginal de Jesús, fue
reflexión de profundización de la primera comunidad cristiana que
comprendió la voluntad Divina de Salvación y su nexo con la identidad
de Jesús, “Dios con nosotros.”
Marcos no habla de la Concepción y del Nacimiento de Jesús,
como lo hacen Mateo y Lucas, sin embargo, no menciona a José, esposo de
la Bella María. La gente de Nazaret llama a Jesús “el Hijo de María”
y en otras partes del Evangelio, Marcos le dice “Hijo de Dios” (Mc.
3,11; 1,11).
Estos datos están en armonía en el Misterio de su Generación
Virginal.
Según en un reciente estudio profundo, se redescubrió que esta
verdad estaría contenida claramente también en el versículo 13 del
Prologo del Evangelio de Juan, que algunas voces antiguas autorizadas
(por ejemplo, Irineo y Tertuliano) no presentan en una forma plural
usual, sino que en singular: “El que no nació de sangre, ni de deseo
de hombre, sino que nació de Dios.”
Esta
traducción en singular al Prólogo
del Evangelio de Juan es uno de los mayores testimonios de la
Generación Virginal de Jesús, incluida en el contexto del Misterio de
la Encarnación.
La afirmación de Pablo: “Al llegar la Plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (…) para que recibiéramos la
filiación adoptiva” (Ga. 4,4-5),
abre el camino al interrogante sobre la personalidad de ese Hijo,
y, por tanto, sobre su Nacimiento Virginal.
Este testimonio del Evangelio confirma que la Fe en la Concepción
Virginal de Jesús estaba cimentada con firmeza en diversos ambientes de
la Iglesia primitiva. Por eso carecen de todo fundamento algunas
interpretaciones recientes que no ven la Concepción Virginal en sentido
físico o biológico, sino como un símbolo o metáfora.
Como hemos visto, el Evangelio contiene la afirmación clara de
una Concepción Virginal biológica, por obra del Espíritu Santo y la
Iglesia hizo suya esta verdad ya desde las primeras expresiones
(Catecismo de la Iglesia, n. 496).
La Fe expresada en el Evangelio se confirma sin interrupciones en
la tradición posterior.
Las fórmulas
de Fe de los primeros autores cristianos postulan la afirmación del
Nacimiento Virginal: Arístides, Justino, Irineo y Tertuliano están de
acuerdo con san Ignacio de Antioquia, que proclama a Jesús “nacido
verdaderamente de una Virgen.”
Estos
autores hablan claramente de una Generación Virginal de Jesús real e
histórica, y de ninguna manera afirman una virginidad solamente moral o
un vago don de Gracia que se manifestó en el Nacimiento del Niño.
Las definiciones solemnes de Fe por parte de los Concilios ecuménicos
(Universal, que se extiende a todo el mundo) y del Magisterio Pontifício
que siguen a las primeras fórmulas breves de Fe, están en perfecta
sintonía con la verdad.
v
El Concilio de Calcedonia (451), en su profesión de Fe,
redactada con esmero y con un contenido definido de manera inefable, que
Cristo en los últimos días, por
nosotros y por nuestra Salvación
(fue) engendrado de María Virgen, Madre de Dios,
en cuanto a la humanidad.
v
Del mismo modo, el tercer Concilio de Constantinopla (681)
proclama que Jesucristo nació del
Espíritu Santo y de María Virgen, que es propiamente y según verdad
Madre de Dios según la Humanidad.”
v
Otros Concilios ecuménicos (Constantinopolitano II,
Lateranense IV, Lugdunense II) declaran a María
siempre Virgen subrayando su Virginidad perpetua.
v
El Concilio Vaticano II ha recogido esas afirmaciones
poniendo en relieve el hecho de que la
Virgen María por su Fe y obediencia, engendró en la tierra al Hijo del
mismo Padre, ciertamente sin conocer varón, cubierta por la Sombra del
Espíritu Santo (Lumen Gentium, 63).
A las definiciones conciliares hay que agregar las del Magisterio
Pontifício, relativas a la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y a la
Asunción de la Inmaculada Madre
de Dios, la siempre Virgen María.
Aunque
las definiciones del Magisterio, con excepción del Concilio de Letrán
del año 649, convocado por el Papa Martín I, no precisan el sentido
del apelativo virgen, se ve claramente que este término se usa en su sentido
habitual: la abstención voluntaria de los actos sexuales y la
preservación de la integridad corporal.
En todo
caso, la integridad física se considera esencial para la verdad de Fe
de la Concepción Virginal de Jesús (Catecismo de la Iglesia Católica,
n. 496).
La designación de María como Santa
Virgen e Inmaculada, suscita la atención sobre el vínculo entre
Santidad y Virginidad. María quiso una vida Virginal porque estaba
animada por el deseo de entregar todo su corazón a Dios.
La expresión que se usa para definir la Asunción, la
Inmaculada Madre de Dios, siempre
Virgen, también sugiere
la conexión entre la Virginidad
y Maternidad de María: dos privilegios unidos milagrosamente en la
Generación de Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Así la Virginidad de la Bella María está íntimamente vinculada a su Maternidad
Divina y su Santidad perfecta.
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