Festividad de la Inmaculada (I) 

Padre Prudencio López Arróniz C.Ss.R.

 

Al leer esta mañana el relato del evangelio de hoy, me he preguntado por el momento central de la vida de María, y de toda la Historia humana, aquel en que la Palabra se hizo carne en el seno de María.
Siempre me han gustado las Anunciaciones de aquel dominico que pintaba de rodillas y adornaba con frescos, tan maravillosos e ingenuos, las celdas de sus hermanos, en el convento de S. Marcos de Florencia: el Beato Angélico de Fiesole, como composición de lugar que les indujera en la oración. La belleza siempre lleva a Dios. 
El P,. Gafo distingue de tres pinturas distintas de la Anunciación
En una de ellas la Anunciación acaece en un “palazzetto”, similar a las casas nobles de Florencia, rodeado de por un jardín en el que destacan los bellos y señoriales cipreses, con fondos de jardines.
En la segunda, María aparece sentada en una sala más sencilla, pero todavía entre columnas con capiteles griegos.
La tercera es más humilde y elemental de todas: podría ser la celda de un miembro dominico: cualquiera de la Comunidad. Aquí, María aparece de rodillas, sobre un escaño similar al que los religiosos usaban para su meditación.
Sin embargo, los que habéis tenido la suerte de visitar Nazaret, sabéis que la Casa de la Virgen era una pobrísima gruta, excavada en la ladera de una colina.. A la entrada de esa gruta hay una inscripción que reza en latín: “ AQUÍ, LA PALABRA SE HIZO CARNE”
Fue aquí, en una pobre gruta, no en un bello e idílico palacio florentino del “catrocento”, ni en el silencio austero de una celda monacal. Fue aquí, en una pobre gruta donde aconteció el hecho más humano y transcendental de toda la Historia.
Hoy, aquella sencilla gruta está englobada en una gran Basílica.
En un museo próximo se enseñan capiteles de extraordinaria belleza: pero hay un sencillo “graffiti” del s. III que refleja la vieja devoción mariana del pueblo cristiano. En él se lee en griego el saludo del ángel “Jaire, María”, las primeras palabras del Ave María. “Dios te salve, María”, escrito quizás por algún peregrino o devoto de la Madre del Señor.
Fue en Efeso donde el pueblo cristiano organizó espontáneamente aquella fantástica procesión de antorchas en la noche, aclamando a los Padres Conciliares que habían definido que María era “Zeotokos”, Madre de Dios
Y sin embargo, de nada le hubiera servido a María haber llevado en su seno la Palabra hecha carne, si no hubiese sido la mujer creyente, la que fue dichosa como le dirá su prima Isabel, porque “creyó”
“- Dichosa tú porque has creído¡
“Dichosos más bien lo que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica”, confirmará y resaltará más tarde Jesús.
Esta es la singular grandeza de María, haber escuchado la Palabra de Dios, el haber sido acogida , el receptáculo en que esa Palabra, con mayúscula, se hizo carne.
El Pueblo español ha bautizado esta fiesta con el título de la “Purísima” “Día de la Purísima”, y ha convertido su fe en la Inmaculada en saludo popular y tradicional. “Ave María Purísima”. Es el saludo que acostumbrado en el confesonario, antes de comenzar el Sacramento de la Penitencia. Y la vocecita dulce y melodiosa con que siguen saludando las Monjas de clausura tras el torno chirriante y misterioso
Generaciones de creyentes, que han experimentado en su ser la falta de limpieza moral, la turbiedad de caminar esta vida no en el “el buen amor”, han mirado a la Purísima y han hallado en Ella la limpidez de la verdad, el ideal de lo que debiéramos ser todos los cristianos: “el verdadero libro del buen amor”
Hoy, porque sentimos que nuestra fe vuelve a estar amenazada, tiene para nosotros una especial resonancia la figura de MARIA como la primera creyente, como modelo de nuestra fe.
“Mientras tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que glorificada ya en los cielos en cuerpo y alna, es imagen y principio de la Iglesia que habrá de tener su cumplimiento en la vida futura, así en la tierra precede con su luz al peregrínate Pueblo de Dios como signo de esèranza cierta y de consuelo, hasta que llegue el día del Señor “ (L.G. 68 )
Creer en Dios no fue fácil para María: aceptó el Misterio de Dios que se hacía pan de su carne y flor de su sangre: tuvo que escuchar la durísima profecía de Simeón respecto a la espada que le atravesaría el corazón: tuvo que vivir la tragedia más grande para una madre: vivir-muriendo, al pie de la Cruz, la Pasión de su Hijo que agonizaba; aquel mismo a quien Ella había engendrado y amamantado.
Una pregunta para las mujeres. ¿ No es la vivencia de la maternidad la que configura en la mujer una especial capacidad para la creencia, para la fe, que se hace en sus entrañas y a todo el Misterio?
Si se considera a María como expresión suprema de “lo femenino” ¿no podemos decir que aquella muchacha de Nazaret es nuestro modelo de interioridad y de Fe?
Por eso hoy, cuando nuestra Fe nos resulta difícil porque se siente azotada como la roca por el oleaje bravío del laicismo, que quiere arrinconar nuestra fe en la sacristía, en el ámbito de lo privado, dirigimos nuestros ojos a María, a la sencilla y pobre muchacha de Nazaret, la que fue feliz, sobre todo porque escuchó la Palabra de Dios y la encarnó en su vida, para regalárnosla en la Navidad
Nos dirigimos a Ella, “LA PURISIMA”, “ LA INMACULADA”, “LA TODA PURA”, “LA SIN MANCHA”, “LA QUE ES MÁS JOVEN QUE EL PECADO” la “primera y mayor Creyente”, y la seguimos llamando desbordados de alegría con la misma frase del viejo “graffiti” nazareno 
” SALVE, MARÍA”
Decía S Buenaventura que no deberíamos inventar, más títulos de honor para la Virgen.
Pero sí necesitamos hoy arracimar nuestra fe para rezarle
¡SALVE PURÍSIMA...SALVE, LA CREYENTÍSIMA..- SALVE, MARÍA¡