La Concepción Virginal de Jesús

Thalia Ehrlich Garduño

 

El Padre ha querido, en su Plan de Salvación, que su Hijo Unigénito naciera de una Virgen. Esta decisión Divina implica una profunda relación entre la Virginidad de María y la Encarnación del Verbo.

“La mirada de la Fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso que su Hijo naciera de una Virgen. Estas razones se refieren tanto a la persona como a la Misión Redentora de Cristo como a la aceptación por María de esta Misión para con los hombres y mujeres” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 502).

La Concepción Virginal sin intervención humana, afirma que el único Padre de Jesús es el Padre Celestial y que en la Generación temporal del Hijo se refleja la Generación eterna: el Padre, que engendró al Hijo en la eternidad, lo engendra también en el tiempo como Hombre.

El relato de la Anunciación pone de relieve el estado del Hijo de Dios, consecuente con la Divina en la Concepción: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será Santo y será llamado Hijo de Dios” (Lc. 1,35).

El que nace de la Bella María ya es, en virtud de la Generación eterna, Hijo de Dios; su Generación Virginal, obrada por la intervención del Altísimo, manifiesta que, también en su humanidad, es el Hijo de Dios.

La Revelación de la Generación eterna en la Generación Virginal nos las sugiere las expresiones que se encuentran en el Prólogo del Evangelio de Juan, que relacionan la manifestación de Dios invisible, “Por la obra del Hijo único, que está en el seno del Padre” (Jn. 1,18), con su venida en la carne: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su Gloria, Gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de Gracia y Verdad” (Jn. 1,14).

Lucas y Mateo al narrar la Concepción de Jesús, afirman también el papel del Espíritu Santo. Este no es el padre del Niño: Jesús es Hijo únicamente del Padre eterno (Lc. 1,32.35) que, por medio del Espíritu, actúa en el mundo y engendra al Verbo en la naturaleza humana.
En efecto, en la Anunciación, el Ángel llama al Espíritu “Poder del Altísimo” (Lc. 1,35) en sintonía con el Antiguo Testamento que lo presenta como la Energía Divina que actúa en la vida humana, capacitándola para realizar acciones maravillosas.

Este Poder, que en la Vida Trinitaria es Amor, se manifiesta en su grado supremo en el Misterio de la Encarnación, tiene la tarea de dar el Verbo Encarnado a la Humanidad

El Espíritu Santo es la Persona que da a mujeres y hombres las riquezas de Dios y los hace participar en la Vida Divina. Él, que en el Misterio Trinitario es la unidad del Padre y el Hijo, y obrando la Generación Virginal de Jesús, une a toda la humanidad a Dios.

El Misterio de la Encarnación nos permite ver la incomparable grandeza de la Maternidad Virginal de María: la Concepción de Cristo es fruto de la cooperación generosa en la acción del Espíritu de Amor, fuente de toda fecundidad.

En el Plan Salvífico de Dios, la Concepción Virginal es, por tanto, el anuncio de la Nueva Creación: por obra del Espíritu Santo en la Bella María, es engendrado Aquel que será el Hombre Nuevo.
Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica: “Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, porque Él es el Nuevo Adán que inaugura la Nueva Creación” (n. 504).

En el Misterio de la Nueva Creación resplandece el papel de la Maternidad de la Doncella de Nazaret. San Irineo, llamando a Cristo “Primogénito de la Virgen”, recuerda que, después de Jesús, muchos otros nacen de la Virgen, en el sentido de que reciben la Vida Nueva de Cristo. “Jesús es el único Hijo de María. Pero la Maternidad espiritual de la Virgen María se extiende a todos los hombres y mujeres a los que Él vino a salvar: “Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó en el Mayor de muchos hermanos” (Rom. 8,29), es decir, de los creyentes a cuyo nacimiento y educación colabora con Amor de Madre (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 501).

La comunicación de la Vida Nueva es la transmisión de la filiación Divina. Podemos recordar la perspectiva abierta de Juan en el Prólogo de su Evangelio: “Aquel a quien Dios engendró, da a los creyentes el poder de hacerse hijos de Dios” (Jn. 1,13).
La Generación Virginal permite que se extienda la Paternidad Divina: a las mujeres y a los hombres se les hace hijos adoptivos de Dios en Jesús quien es Hijo de la Virgen y del Padre.

Así pues, la contemplación del Misterio de la Generación Virginal nos permite intuir que Dios ha elegido para su Hijo una Madre Virgen, para dar plenamente a sus hijos su Amor de Padre.