María Inmaculada, obra maestra de Dios

Padre Llucià Pou Sabaté

 

“Yo soy la Inmaculada concepción”, fueron las palabras que la Virgen dijo en Lourdes (el pasado 11 de febrero celebramos esta fiesta), a la pequeña Bernadette cuatro años después de la proclamación del dogma. Este año dedicado a proclamar el recuerdo de esta fiesta, pensamos que la creación entera se queda boquiabierta, ante el misterio de la Inmaculada concepción de la Virgen María. Con la liturgia, proclama: Hoy ha nacido una flor en el jardín del mundo, la más hermosa, una rosa mística. Hoy ha nacido una estrella en el cielo, la más resplandeciente, la estrella de la mañana. María, la criatura más pura, la más digna de amor. Nos alegra ser hijos de esta madre. Ella ha vencido a Satanás. Después del primer pecado, fue anunciada su venida: "pondré enemistad entre tú y la mujer - dijo Dios a la serpiente-, entre tu linaje y el suyo…, él te aplastará la cabeza”... es la nueva Eva, nuestra Madre. Y mirándola queremos meternos un poco más en su misterio, contemplarla queremos que nos lleve a este paraíso perdido que añoramos y que en ella vemos hecho vida.

Con palabras del libro del Proverbios 8, meditamos en la sabiduría divina y su obra maestra, que tanto se aplica a Jesús como también a la misión mariana en la creación y la redención: "Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua. Antes que los montes fuesen asentados, antes que las colinas, fui engendrada. No había hecho aún la tierra ni los campos, ni el polvo primordial del orbe. Cuando asentó los cielos, allí estaba yo, cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo, cuando arriba condensó las nubes, cuando afianzó las fuentes del abismo, cuando al mar dio su precepto - y las aguas no rebasarán su orilla - cuando asentó los cimientos de la tierra, yo estaba allí, como arquitecto, y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia en todo tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres.» Puede entenderse también el texto como si la Virgen acompañara al Señor, que nos dijera: “cuando no estaban aún las aguas profundas fui engendrada... Cuando ponía los cimientos y el cielo, yo estaba... al lado de Él, del maestro arquitecto, y eran sus delicias un día y el otro, jugando a su presencia en todo tiempo, jugando en el mundo, objeto de su complacencia; y mis delicias son estar con los hijos de los hombres". El texto bíblico nos habla de “sus delicias…” es bonito ver cómo Dios se complace jugando con nosotros, sus hijos amados. “Jugar”…, podemos decirle a la Virgen que nos enseñe a nosotros a aprender a jugar a este juego divino: enséñame a conocer esta entrega, esta alegría, y la canción de amor que tú cantas, a proclamar las maravillas de Dios, la de la vida entregada a Dios.

A las madres les gusta que sus hijos les recuerden que la quieren, que la vayan a ver, que le digan cosas bonitas, palabras de amor… como hace, por ejemplo, el Cantar de los Cantares: "toda tú eres bella, amiga mía, no tienes defecto alguno... me has robado el corazón... con una sola mirada tuya... eres un jardín precioso –huerto cerrado-, fuente sellada...” palabras que inspiran tantas emociones, sentimientos, un amor más encendido a la que es obra maestra de Dios, y nuestra Madre, y a quien le pedimos “que se desparrame su perfume!". Ella, fuente de la sabiduría, perfección del amor, mujer prudente, obra maestra de Dios, no nos ha dejado muchas palabras suyas, pero todo el evangelio rezuma espíritu delicadamente mariano, y queremos aprender a meternos un poco más en su vida -como buenos hijos- y descubrir un poco más de tantas riquezas, para aplicarlas a nuestras vidas. Podemos decirle: “¡Gracias, Virgen inmaculada, por ser quién eres, gracias por existir, por ser mi Madre!: Eres la más grande: ¡más que tú, solo Dios!”