La Inmaculada Concepción y las mujeres

Padre Eduardo Barrios, SJ


El 8 de diciembre la Iglesia honra a la mujer más santa que jamás haya existido, la Virgen María, justamente proclamada “bendita entre todas las mujeres” (Lc 1,42).

Se presta la ocasión, Día de la Inmaculada, para honrar indirectamente a todas las buenas mujeres. Se tiene la impresión de que siempre ha habido más santas que santos. Aunque eso no pueda probarse, sin embargo, hay signos corroborantes. En las iglesias, por ejemplo, siempre se ven más mujeres que hombres. Igualmente, en la vida consagrada el número de las mujeres con votos sobrepasa al de varones. Eso es así especialmente en su modalidad más radical, la enclaustrada: hay más monjas contemplativas que monjes contemplativos.

Las damas sienten particular atracción por el cristianismo. No se puede decir lo mismo de otras religiones, como por ejemplo, la musulmana. El Islam concede muchos privilegios a los hombres y les niega casi todos los derechos a las mujeres, al menos en las versiones más integristas de la religión mahometana.

¿Por qué las mujeres sintonizan tanto con el cristianismo? ¿Será por la doctrina sobre la igual dignidad entre hombres y mujeres? No, se trata de algo más básico, profundo y fundamental. Las mujeres captan más fácilmente que el cristianismo es la religión de la gracia, es decir, del don gratuito de Dios.

En la sicología y en la biología femeninas se encuentran mejor enraizadas la apertura y la receptividad a los dones de Dios que en la naturaleza masculina. Los varones tienden a presentarse ante Dios más hiperactivos de la cuenta. Les falta un poco de pasividad, algo tan necesario para la salvación.

El varón tiene que aprender a dejar a Dios ser Dios; tiene que permitirle llevar la iniciativa en la obra de la salvación y de la santificación.

Típica actitud “varonil” mostró un joven que se acercó a Jesús con esta pregunta: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?” (Mc 10,17). Para ese joven, la salvación era cuestión de “hacer”, no de “recibir”. En su pregunta se nota también que pertenecía a la secta de los fariseos. Cuando se oye la palabra “fariseo”, la gente piensa espontáneamente en la hipocresía. Pues bien, el peor rasgo de los fariseos no era la hipocresía, sino creer que la salvación se obtiene por las obras de la ley. Le tocó a San Pablo luchar mucho contra esa corriente que daba prioridad al hacer humano en la obra de la salvación. El apóstol tuvo que insistir en que la salvación viene por la gracia y la fe.

La liturgia del 8 de diciembre trae el Evangelio de Lucas de la Anunciación. En ese conocidísimo texto, la Santísima Virgen se expresa muy femeninamente.

Fíjemonos en la gramática mariana, particularmente en el uso de los verbos. Después de escuchar el mensaje, María no dijo: “¿Qué debo hacer?” Esa hubiese sido una reacción masculina y farisea. María respondió con unas palabras que tienen sabor pasivo: “¿Cómo sucederá eso, pues no conozco varón?” (Lc 1, 34).

María es pasiva hasta cierto punto. No se calla sus dudas. Al contrario, sostiene un diálogo inteligente con el Arcángel Gabriel. Necesita aclarar cómo conciliar dos valores tan aparentemente opuestos como virginidad y maternidad.

Al final del texto evangélico, cuando María da por suficientemente esclarecido el misterio que la envuelve, entonces habla por última vez. Pero ella no le contesta al Arcángel, diciéndole: “Yo haré las cosas conforme a tu palabra”. No, más bien se expresa en tono pasivo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38).

De ningún modo queremos insinuar que las mujeres no encuentran óbices para ser buenas cristianas. En honor a la verdad, debemos señalar que existen obstáculos femeninos en orden a la santidad.

Las mujeres tienden a explotar demasiado su atractivo y fragilidad femeninas. Procuran controlar a los hombres mediante sus más formidables armas, la belleza y las lágrimas.

También sienten mucho el atractivo por lo material, llegando a obsesionarse con cirujías estéticas, joyas, vestidos y gastos. A veces acaban padeciendo una dolencia sicológica conocida como “compra compulsiva”. Hay mujeres que ponen a sus maridos al borde de la quiebra por los gastos excesivos. Sólo hemos afirmado que las mujeres tienen más facilidad para comprender el carácter gratuito de la salvación. Eso les da una cierta ventaja.

Tampoco hemos querido afirmar que los hombres sean incapaces de presentarse humildemente ante Dios para esperar de El la salvación. Sólo hemos señalado que al hombre se le dificulta más esa pasividad necesaria en el trato con Dios. Hay que ir a la oración en plan de estar quietos, atentos, dóciles a la Palabra de Dios.

En la solemnidad de la Inmaculada Concepción, María, llena de gracia, nos invita con su gramática y con su vida a abrir nuestros corazones a la gracia de Dios.

Cuando María visitó a su prima Isabel no dijo: “Yo he hecho obras grandes por Dios”. Dijo más bien: “El Todopoderoso ha hecho en mí maravillas” (Lc 1, 49). Si hombres y mujeres dejásemos a Dios actuar en nosotros, se verían muchas maravillas en nuestro mundo.