Pastorales y Circulares sobre la Inmaculada. A modo de Boletín

Padre Pablo Largo Domínguez


La celebración del CL aniversario de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción (=IC) de María ha dado origen a múltiples formas de conmemoración: solemnidades litúrgicas, congresos de teología, publicaciones de muy distinto género, exposiciones artísticas, conciertos. Ha deparado también una buena oportunidad para que Obispos y Superiores Mayores de religiosos escribieran Cartas a sus diocesanos o los miembros de sus familias religiosas, respectivamente. En algún caso se ha publicado también la homilía pronunciada por el Ordinario en la Solemnidad de la IC. Dedicamos, pues, este boletín a la Inmaculada Concepción de María en Cartas Pastorales de Obispos y Circulares de Superiores religiosos. Hemos rastreado varios de estos documentos en Internet, y a su debido momento indicaremos la referencia electrónica.
Los textos son de extensión dispar: desde una sola página hasta un escrito dilatado. El contenido se ciñe normalmente al misterio mariano en consideración, aunque situándolo en la historia de la salvación, o bien se amplía a su relación con otras realidades de la fe y vida cristiana (según se verá, debido a otras circunstancias concurrentes); puede asimismo ser más doctrinal, o bien contener importantes elementos parenéticos; puede tener ciertos colores y reminiscencias locales, o bien aparecer despegado de la circunstancia concreta en que se emitió .
En la red mundial, o red global, hemos buscado documentos en seis lenguas: español, francés, italiano, portugués, inglés y alemán. No hemos hallado, por desgracia, ningún documento en portugués; suponemos que es más por defecto en nuestra búsqueda que por ausencia de escritos. Asimismo, los textos proceden del área europea, si bien hallamos en la www noticias sobre liturgias tenidas en Filipinas, o sobre el congreso celebrado en Lima con la Inmaculada como tema monográfico.
En las publicaciones episcopales distinguimos entre escritos mayores y escritos menores. Prestaremos atención especial a los primeros: dos cartas pastorales. Sus autores son Mons. Antonio Ciliberti, arzobispo de Catanzaro (Italia), y Mons. Rafael Palmero Ramos, obispo de Palencia (España). Incluimos entre los escritos menores dos homilías episcopales, dos artículos publicados por sendos arzobispos en L’Osservatore Romano y unas reflexiones de otro prelado aparecidas en The Observer. Las cartas circulares, examinadas al final para diferenciarlas de los testimonios o documentos del magisterio episcopal ordinario, están firmadas por los Superiores generales Fr. José Rodríguez Carballo, ofm, y Fr. Ángel M. Ruiz Garnica, osm.

1. Pastorales. Escritos mayores

1.1. Ave gratia plena. (Mons. A. Ciliberti, arzobispo de Catanzaro) 

Mons. Ciliberti publicó su pastoral el 13 de mayo del año 2004, con motivo del inminente 150 aniversario del dogma y del 50 aniversario la elevación a Basílica menor de la iglesia de la Inmaculada de Catanzaro, también quincuagésimo aniversario de la coronación de la estatua de la Inmaculada. El texto, además de una introducción y una conclusión, contiene 4 secciones: figuras marianas en el AT; el cumplimiento en el NT; la comprensión en la historia del misterio de la IC; la Iglesia imita la santidad de María (es la sección más amplia y es netamente parenética). El objetivo de la carta es ayudar a conocer mejor la santidad de la Virgen para imitarla; con ese fin, el pastor de Catanzaro quiere ahondar en el conocimiento de la identidad y la misión de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia.
1. Figuras marianas en el AT. Inspirándose en LG 53 y 55, Ciliberti ve a Cristo presente en toda la Escritura; dado que María le está íntimamente unida, la Biblia hablará de modo eminente sobre ella. En concreto, María es la mujer nueva prefigurada en el protoevangelio: su enemistad con la serpiente se revela en su IC y en su cooperación a la obra de la redención. Está bosquejada en Judit, pues en el nombre del Señor doblega la fuerza del mal, con su humildad abate la prepotencia del tentador y con su confianza nos devuelve la esperanza de la victoria sobre él. Entre Ester y María hay un paralelismo que nos las presenta como intercesoras. Is 7,14, leído a la luz de 2 Sam 7,13-14, Is 9,5, Mi 5,1-2 y Mt 1,22-23, nos habla del nacimiento extraordinario del Emmanuel, de un parto henchido de esperanza que pone de relieve el papel de la madre. En la debilidad de la carne, en la pequeñez de la criatura y en la humildad del hombre resplandece la grandeza de la fe humana y resalta la omnipotencia de Dios.
2. El cumplimiento en el NT. En el NT contemplamos cuatro motivos marianos: 1) María es la toda santa; está llena de gracia por estar llena de Dios; kekharitoméne viene a ser el nombre de su vocación y misión; el poder de la gracia la habilita para otorgar el consentimiento obediente. 2) El Señor está con ella: esto significa que María ha sido llamada a una misión especial e implica que María vive en la observancia de la ley, en la obediencia plena, en la escucha con todo el corazón. 3) Es la humilde sierva: el autor de su grandeza es Dios, él la ha pensado, la ha querido, la ha hecho; la humildad de María consiste en su total disponibilidad para dejarse hacer por Dios y por su gracia. 4) Es la unicidad de Dios, única en toda la creación, en el orden de la gracia y de la respuesta; es el primer y más sublime fruto de la redención, que es vivida por ella acogiendo a su Hijo en el corazón, concibiéndolo, dándole su carne, engendrándolo, criándolo, sirviéndole, cooperando en su misión.
3. Historia del dogma inmaculista. Mons. Ciliberti hace un repaso de la historia del dogma inmaculista citando textos significativos de diversos autores de la patrística y el medievo: Theoteknos de Livias, Andrés de Creta, San Agustín, San Anselmo, Eadmero, San Bernardo, Duns Escoto. Seguidamente refiere las tres intervenciones de Sixto IV (años 1476, 1478 y 1482), que aprobó el oficio y la fiesta de la IC, y recuerda la Constitución de Alejandro VI en relación con esta creencia (1661). Por último, narra la promulgación del dogma por Pío IX, señala dos aportaciones de Pío XII (santidad positiva de María y redención perfecta obrada en ella por su Hijo) y cita la enseñanza del Vaticano II en la LG.
4. La Iglesia imita la santidad de María. La Iglesia ve en María el ejemplo de la perfecta configuración con Cristo y el modelo de la propia misión. En la escuela de María, aprendemos a ejercitarnos en la dimensión espiritual de la actividad pastoral: podremos contribuir a que Cristo sea engendrado en los corazones si está ya formado en nosotros. El escrito desarrolla este principio explicitando cinco rasgos marianos.
a) “Guardaba todas estas cosas en su corazón” (cf Lc 2,49-51). María es modelo de contemplación del misterio de Cristo y de escucha de la Palabra gracias a su estado de gracia y de luz, a su corazón limpio de pecado, a su mente no ofuscada por la agitación, la ansiedad y la tiniebla. Nuestros proyectos, estrategias y planes sólo traerán salvación si responden a la voluntad de Dios constantemente escuchada y meditada. La evangelización, nuestro objetivo primario, no es sólo actuación, sino modo de ser del creyente, lo que implica decir y vivir personalmente el Evangelio; así somos en los distintos ambientes levadura que fermenta la masa. La catequesis, forma privilegiada de evangelización, se ordena esencialmente a formar en los fieles el “pensar según Cristo”.
b) “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1,38). La escucha y acogida de la Palabra dan a María su identidad de sierva y su misión materna. La Iglesia ha de recibir constantemente de la Palabra su identidad y misión; crecimiento en la gracia y misión de salvación han de caminar juntas. Así no caeremos en el “sueño moral” ni en el “sueño misionero”: el sueño moral es el letargo que detiene el crecimiento personal en la gracia y la verdad, debido, entre otras cosas, a una errónea comprensión de la misericordia de Dios, como si ésta fuera justificación del pecado y no del pecador; el sueño moral conduce al sueño misionero: al faltarnos el amor a Cristo, se pierde la capacidad de sacrificio, de don de sí en la obediencia y el amor.
c) “Se dirigió presurosa a una ciudad de Judá” (Lc 1,39). María se ve a sí misma, su vida, el mundo y la historia a la luz de la voluntad particular de Dios sobre ella: su identidad de Madre del Señor. Del mismo modo, nosotros debemos comprendernos ante Dios, ante su don que constituye nuestra identidad y ante lo que Él espera de nosotros. En la sociedad, en la familia y en las instituciones, en el trabajo y las relaciones somos cristianos según nuestra identidad, dada por lo que Dios ha querido que seamos.
d) “La madre de mi Señor” (Lc 1,43). Precisemos lo dicho en último lugar: nuestra identidad está definida por los mandamientos y las bienaventuranzas, por las virtudes y la configuración con Cristo. No estoy llamado simplemente a hacer “el bien”, sino el bien que el Señor me ha pedido, el que corresponde a mi don y ministerio. María vive su misión de Madre del Señor, que ha de ser portadora del Señor y hacer nacer su caridad en los corazones, acompañando seis meses a Isabel. Servimos a Dios y al hombre con nuestro amor y realizando con asiduidad y en su totalidad nuestra misión específica, no el bien que autónomamente hemos elegido.
e) “Proclama mi alma la grandeza del Señor” (Lc 1,46). María lee la historia a través de los ojos del Señor y canta la obra de Dios en el tiempo. Nosotros debemos leer la historia leyendo la Palabra de Dios en la tradición eclesial, debemos iluminar la historia con la luz de Cristo siendo fieles a nuestra vocación de santidad, debemos peregrinar en la historia viviendo para el Reino y no dejando que las cosas de la tierra nos dominen y sean nuestro centro de gravedad.
5. Conclusión. En la IC de María reconocemos la nobleza de nuestra condición y la altura a que Dios nos llama; la llena de gracia nos apremia a acoger el don de la vida divina, que constituye la verdadera novedad de la vida cristiana; la maternidad divina de María nos urge a acoger al Emmanuel en nuestra existencia; la alegría de María en ser portadora de Cristo a los hermanos nos mueve a la acción misionera haciendo de nosotros una oblación de amor; el Magnificat de María nos invita a dar nuevo temple a nuestra santidad a imagen de la perfección de Cristo.

1.2. María Inmaculada, Madre de Dios y madre nuestra (Mons. Rafael Palmero) 

La carta de Mons. Palmero está fechada el 28 de noviembre de 2004, domingo I de Adviento. Consta de 4 partes: I. Gozoso y feliz aniversario; II. Itinerario del dogma de la IC; III. Teología de la IC; IV. María Inmaculada en la Iglesia y en el mundo de hoy. Nos detendremos algo más en la parte tercera.
1. El 150 aniversario (nº 50, pp. 8-9). La carta comienza narrando los hechos que preceden inmediatamente a la promulgación del dogma y el acontecimiento de la misma definición, con la acogida que le dispensó la asamblea de fieles presentes en la Basílica Vaticana. Señala asimismo que las apariciones de Lourdes pueden considerarse como una confirmación de este hecho. Ha de tenerse en cuenta, que el misterio de la Inmaculada no sólo consiste en la concepción de María sin pecado o su preservación del pecado original; en él confesamos también la total y absoluta santidad de María, totalmente penetrada de la gracia. En ella se da una identificación plena de vida y de gracia. Se trata de un privilegio, pero tal que la vincula más estrechamente a la humanidad: en ella culmina la purificación de Israel, aparece la primera Iglesia y surge la primicia de la nueva humanidad. De ahí que María no estuviera apegada a privilegios; su camino fue el del servicio y la humildad profunda.
2. Itinerario del dogma (nº 50, pp. 9-10). Mons. Palmero se fija en tres textos de la Escritura: el protoevangelio (Gén 3,15), el saludo de la Anunciación (Lc 1,28) y Ef 1,4. En el protoevangelio aparece en lontananza la figura misteriosa de una mujer en total enemistad con la serpiente. En el saludo khaîre, kekharitoméne se señalan estos elementos: no es un saludo trivial como nuestro “¡hola!”; en él se destaca la plenitud de gracia de María (cf. Lyonnet); “gracia” no tiene el significado profano de amabilidad, belleza, sino el doble significado bíblico de benevolencia divina por la que Dios concede a María un don gratuito y de acción de gracias correspondiente de la criatura (M. Iglesias); la IC no es más que “la versión existencial e histórica” de la expresión “llena de gracia” (J. Espeja). Ef 1,4, que afirma nuestra elección para ser santos e inmaculados en la presencia de Dios por el amor, se ha de referir de modo preferente a María, que no conoció ningún pecado y fue santa desde siempre.
La fe del pueblo de Dios pasará a ser iluminada por los teólogos, particularmente Eadmero y Duns Escoto, se intensificará en los cantos y los votos hechos por el pueblo creyente (se recuerda el voto de la villa de Villalpando [España] y su comarca en 1466) y será definida por el magisterio de la Iglesia (Pío IX, con el añadido de las contribuciones posteriores de Pío X, Pío XII y Lumen gentium, 56).
3. Teología (nº 50, pp. 10-11). La tercera parte presenta un enfoque trinitario, eclesiológico y antropológico. La IC es signo del amor gratuito de Dios Padre. a) El Pastor palentino, considerando Lc 1,26-38, advierte la bondad de Dios que se adelanta siempre y muestra a María como la que ha sido y es colmada del favor divino. Dios quiere tener en ella un interlocutor humano que acoja en fe y adhesión plena su palabra final y que actúe obedientemente; de este modo María se convierte en Madre del Hijo, con el que cumple todo lo prescrito por la ley. b) María fue preservada de pecado en atención a los méritos de Cristo, pero no es inmaculada por sí y para sí, sino en orden al nacimiento del Salvador mesiánico y en virtud de su gracia redentora. c) Su plenitud de gracia no se ha de entender en sentido cuantitativo, sino como la participación suprema en la filiación divina; ni se identifica con la plenitud de gracia de Cristo, fundada en la unión hipostática: la plenitud de María se funda en la gracia de Cristo cabeza del cuerpo eclesial; de esa plenitud mariana de gracia redunda la perfección y santidad de la Iglesia, según san Bernardo; en fin, es una plenitud crecedera a lo largo de la vida de María, y no se ha de confundir la IC con la consumación gloriosa y celeste de la Madre del Señor. d) En María Inmaculada se realiza anticipadamente la verdad más honda de la Iglesia, ella encarna histórica y realmente a la Iglesia inmaculada y es espejo en que la Iglesia debe mirarse para conocer esa verdad suya y averiguar si la vive. e) Los hombres vivimos en un mundo injusto e incrédulo, nos movemos desorientados y fatigados, entablamos luchas fratricidas; por otro lado, anhelamos implantar la justicia, erradicar la pobreza, cambiar las estructuras, aunque debemos ser conscientes de que la transformación radical del mundo requiere la sanación de nuestro corazón enfermo. Pues bien, nuestro trabajo no es pura quimera, por la decisiva razón de que en María Inmaculada, que responde “sí” a Dios de una vez para siempre, se anticipa la “nueva humanidad”.
Los cinco títulos de esta parte condensan lo expuesto en nuestro resumen: María es signo del amor gratuito de Dios Padre, expresión perfecta de la redención del Hijo, creación por la gracia del Espíritu Santo, reflejo y culminación de la Iglesia peregrina, comienzo de la “nueva humanidad”.
4. La Inmaculada en la Iglesia y el mundo de hoy (nº 51, pp. 9-11). Se ha perdido en buena parte la conciencia de pecado. Éste nos separa de Dios, fuente de todo bien y de toda libertad. La santidad de María no es principalmente de orden moral, sino ontológico: es la santidad de la presencia del Espíritu en ella. María no sólo fue cauce por el que vino el Santo de los santos, sino la primera destinataria de la comunicación de Dios; y ella respondió a este don sin oponer resistencia alguna. La santidad de María es su manera de ser global, que encierra sus privilegios singulares definidos por la Iglesia. Pero ha de quedar claro que María no es Madre de Dios por ser santa, sino que es santificada desde su concepción para ser Madre de Dios.
Los senderos de la santidad de los cristianos son los caminos que descubrimos en María. Se encierran en estos seis: dejarse amar por el Dios que es amor y responder con gratitud a este amor inmenso, entrañable y gratuito (cf Lc 1,28); obedecer con inteligencia, tratando de discernir cuál es la voluntad de Dios en cada situación (cf Lc 1,38); escuchar la Palabra con corazón limpio, silente, contemplativo, atento a la realidad y a las necesidades que emergen en ella (cf Lc 2,19.51); perseverar en fidelidad, más allá del entusiasmo episódico de un día, viviendo un discipulado constante (cf Lc 2,24-51); permanecer junto a las infinitas cruces de que pende en Hijo del hombre en sus hermanos (cf Jn 19,25-27); orar con la Iglesia peregrina, sosteniendo la espera de los hermanos (cf Hech 1,14). Como se habrá comprobado, hay una correspondencia parcial entre estos caminos y los cinco rasgos marianos señalados por Mons. Ciliberti.

2. Pastorales. Escritos menores

Ofrecemos en primer lugar el catálogo de pastorales u otros escritos que hemos examinado; a continuación se expondrá la doctrina que contienen, articulada temáticamente.

1. Catálogo documental

Entre los escritos menores de obispos figuran los siguientes documentos:
Un artículo de Mons. Angelo Amato, Arzobispo titular de Sila y Secretario de la Congregación para la doctrina de la Fe. Apareció en L’Osservatore Romano. (Cit. Amato.) 
La homilía sobre la Inmaculada Concepción de Mgr Gérard Defois, arzobispo deLille. (Cit. Defois.) 
Unas reflexiones del obispo Thomas Doran, en The Observer. (Cit. Doran.) 
Carta Pastoral de Mons. Andrew Burnham, obispo de Ebbsfleet (Cit. Ebbsfleet, pues así firma su autor) . Señalamos que este obispo es anglicano, pero se halla muy cercano a los planteamientos católicos. Lo incluimos aquí, porque, a los efectos de la cuestión de la Inmaculada, reconoce la doctrina católica sin reserva.
La homilía del card. De Giorgi, arzobispo de Palermo, del 24 de octubre de 2004. (Cit De Giorgi.) 
El texto Chastity: A Pastoral Letter, de Mons. Joseph F. Martino, obispo de Scranton. (Cit. Martino.) 
Carta Pastoral de Mons. Jaume Pujol Balcells, arzobispo de Tarragona. (Cit. Pujol.) 
El mensaje de los obispos Mgr. Jean-Pierre Ricard, arzobispo de Burdeos y Presidente de la CEF y de Mgr. Jacques Perrier, obispo de Tarbes y Lourdes. (Cit. Ricard-Perrier.) 
Un artículo publicado por Mons. Cosmo Francesco Ruppi, Arzobispo de Lecce (Cit. Ruppi.) 
Carta Pastoral de Mons. Javier Salinas Viñal, obispo de Tortosa. (Lo citaremos como Salinas.) 
Carta Pastoral de Mons. Jesús Sanz Montes, obispo de Huesca y Jaca. (Cit. Sanz.) 
Un mensaje de los obispos a los fieles de la Iglesia de Sicilia. (Cit. Sicilia.) 
Una carta del Rvmo. P. Wilhelm Steckling, Superior General de los Oblatos de María Inmaculada. (Cit. Steckling.) 
Una breve sección de la Carta Pastoral María es Nuestra Madre, de Mons Elías Yanes, arzobispo de Zaragoza. (Cit. Yanes.) 

2. El significado del dogma

Son varios los aspectos de esta doctrina mariana que aparecen en los distintos escritos: su rango epistemológico, o nota teológica; el itinerario histórico por el que se llegó a esta doctrina; el multiforme contenido de verdad que entraña; algunas “bases” bíblicas en que puede apoyarse o que ayudan a enmarcarlo.

1. Nota teológica. En varios lugares se atiende a la nota teológica de esta doctrina. Se adivina cierta mirada de soslayo al contexto cultural cuando, en un breve apunte de dos obispos franceses, se afirma: la IC “no es un ensueño, ni un mito” (Ricard-Perrier). Esta doctrina es un dogma, nos dirán otros, lo cual significa, por de pronto, que no es una nueva revelación, o una nueva verdad no contenida en el “depósito de la fe”, sino expresión de una comprensión más clara del mismo depósito (Doran). Como tal dogma, tiene carácter vinculante para el pueblo cristiano (Salinas), pero no se impone a la inteligencia como una dimisión de la razón (Defois). El dogma, todo dogma, es más bien una luz en el camino de la fe, que lo ilumina y hace seguro (Salinas); es «como una solicitación a la mente para percibir en el corazón de la Iglesia el reflejo de la gracia. El dogma prevé el “en otra parte”, designa el porvenir; mucho más allá de nuestras lógicas a ras de tierra, abre hacia el misterio de Dios unas vistas inimaginables para nuestras razones humanas» (Defois).
2. Historia. En la génesis de este dogma ha tenido parte especial el pueblo cristiano (Defois, Sanz), pues la fe de los pequeños es a menudo más madura que la de los sabios y la de los poderosos (Defois). Los Papas, en particular Sixto IV y Alejandro VII, fueron acogiendo y aprobando progresivamente lo que la piedad popular había comprendido del misterio de María (Defois). Esta conciencia progresiva (Yanes) concluirá en la definición dogmática de Pío IX, citada por buen número de autores (Defois, Doran, Ebbsfleet, Martino, Pujol, Sicilia).
3. Riqueza interna de significados. Examinando el contenido de verdad de este definición mariana, los obispos señalan diversos aspectos, sin demorarse mucho en la explicación de cada uno. Nos centramos primero en el misterio de la IC en sí mismo. No se ha de confundir con el de la concepción virginal de Jesús; se refiere a la concepción de María en el seno de su madre (Doran). Examinado ya en su realidad propia, tiene un lado prima facie negativo o exclusivo: María no fue tocada por la mancha del pecado original (Ebbsfleet, De Giorgi, Meisner, quien, para referirse al pecado de origen, emplea los términos Ursünde, protopecado o pecado de origen, y Erbsünde, pecado hereditario). Y esto nos remite a una nueva raíz de la ininteligencia de este dogma, ininteligencia que se da incluso entre cristianos: la crisis de la conciencia de pecado y de la importancia que tienen la falta de pecado y la santificación (Meisner). Sin embargo, en este tiempo en que está legalizado el aborto y en que la dimensión teologal del hombre está empañada, tiene particular relieve una doctrina que afirma que desde el instante de la concepción hay ya presente una vida humana (Ebbsfleet) y por la que en el agraciamiento particular de María queda clara la situación del hombre ante la mirada de Dios: la frustración del designio originario de Dios y el consiguiente proyecto redentor (Meisner).
Examinado el dogma ya en su significación positiva, se presenta de este modo: la Virgen María «desde el primer instante de su concepción, es decir, de su existencia, es de Cristo, participa de [sic!] la gracia salvífica y santificante que tiene su inicio en el Amado, el Hijo del Eterno Padre, que mediante la encarnación se ha convertido en su propio Hijo» (Salinas, citando RM 10). Aparece así con claridad que la gracia de la IC no es un derecho de María (Ruppi), ni una cualidad adquirida por sus propios esfuerzos (Defois), sino un don de Dios (Defois), una iniciativa amorosa del Padre (Yanes). Más concretamente: es un don y no un perdón, una misión y no una propiedad personal (Defois). En María se realiza anticipadamente el hombre redimido (Meisner).
La IC constituye un momento primero y originario de una historia de santidad que se desplegará en María bajo la acción incesante del Espíritu (Ebbsfleet, De Giorgi, Pujol, Steckling, Yanes). Ella está siempre libre de toda mancha de pecado y es toda hermosa y perfecta; ostenta una plenitud de inocencia y santidad insuperable (Pujol), una santidad del todo singular (Yanes). María es la Toda Santa, la Panagía, que lo realizó todo con la perfección de la caridad (De Giorgi). Le cuadran las palabras de Bernanos en el Diario de un cura rural: «La Virgen era la inocencia. Naturalmente, ella detesta el pecado, pero en fondo no tiene ninguna experiencia de él, esa experiencia que no les ha faltado a los más grandes santos, al mismo santo de Asís, por seráfico que sea. La mirada de la Virgen es la única mirada realmente infantil, la única verdadera mirada de niño que se haya alzado jamás sobre nuestra vergüenza y sobre nuestra desgracia» (cit. por Ruppi). María es, dicho ahora con palabras de Dante, «la faz que más se asemeja a Cristo» (cit. por Amato).
Este misterio mariano forma parte de la historia teologal de María, como ya se ha apuntado. Constituye el primer jalón. Es el “antes de la virginidad”, como la Asunción es el “después de la Maternidad”. Todo ello integra el Mysterium Mariae (Sanz). Ricard y Perrier formulan compendiadamente este misterio global: «La Virgen María está “llena de gracia” (Lc 1,28); es la Madre de Dios; no quedó prisionera de la muerte; está con su Hijo, hoy, en la luz de Dios: tal es la fe católica».
Es el papel de María en la economía salvífica la fuente de este privilegio suyo (Doran). De forma especial se relaciona la IC con la Maternidad de María. Actualmente comprendemos lo vitales que son las artes o destrezas requeridas para ejercer un cuidado maternal. María fue agraciada para ser la Madre perfecta, de modo que su Hijo, en su humanidad, fuera el hombre perfecto y el perfecto Hombre. Nos vemos así remitidos a la gloria de la Encarnación del Hijo: como una hornacina o un sagrario, María es bella y atrae nuestra atención, pero, como en el caso de la hornacina y el sagrario, atrae la atención sólo por lo que hay dentro, la Presencia de Cristo (Ebbsfeet). «La santidad absoluta de María viene reclamada por la santidad de Dios manifestada en la Encarnación del Hijo de Dios» (Yanes). La IC es el preludio del ensamble armonioso entre el “sí” de Dios y el “sí” de María en la anunciación. Con este sí, pronunciado en nombre de la humanidad, María abre de nuevo, por la encarnación del Verbo en su seno, las puertas del Paraíso (Sicilia; cf De Giorgi).
Con ello damos paso al significado antropológico de este misterio de la IC. Sólo dos autores, Doran y Ruppi, lo han designado como privilegio. Otros hablarán de gracia singular, o del plano excepcional en que por él queda situada María, pero parecen evitar, suponemos que deliberadamente, el término “privilegio” (Yanes). Se comprende que casi todos los autores lo hayan eludido, y que digan que este momento de gracia concedido a María redundará luego en todos los cristianos (Sanz); y se comprende que Defois llegue a afirmar que la IC es una misión y no una propiedad personal. El propio Ruppi declara que no es sólo privilegio, sino luz limpidísima para cada uno de nosotros. Y es que la IC no separa a María de los hombres (Yanes); más bien nos anuncia la victoria definitiva del amor misericordioso de Dios en el mundo. En María se inicia el mundo nuevo que nos viene con Cristo, con su concepción surge una nueva creación (Salinas, Meisner; cf Sanz). Frente al fatalismo del mal, en María brilla la victoria de Dios; frente a la noche de nuestro sufrimiento y nuestra capacidad de destrucción, ella es la aurora que trae al Salvador. A la luz de la Inmaculada, descubrimos que todavía hay futuro para nosotros (Salinas); María es icono de futuro, de nuestro futuro, si acogemos la gracia y vivimos en santidad nuestra vida imitándola a ella (Amato). La lucha contra el mal acabará con la victoria más completa del bien (De Giorgi).
Los hombres nos encontramos al presente inmersos en una situación existencial dramática. Todos tenemos experiencia de pecado. Todos experimentamos una forma de tensión interior: el atractivo de la verdad, del bien, de la generosidad, y también la inclinación al engaño, al mal, a la omisión del bien. Ésa es la disyuntiva universal (Pujol). Nuestra mente está oscurecida y sólo con trabajo discierne la verdad; la voluntad está debilitada y no elige fácilmente el bien; nuestras pasiones no se someten de buena gana a la razón; en una palabra: hay una honda fractura en nosotros (Doran). Las manifestaciones del mal personal y sus densificaciones en estructuras de pecado abundan (De Giorgi). De ahí la fuerza semiológica o riqueza de señales que emite para nosotros la IC de María, tal como la hemos explicitado en el párrafo precedente; de ahí la importancia que tiene para los hombres la doctrina de la IC. En resumen: María es realmente símbolo sintético de la propuesta antropológica cristiana, en ella se realiza la esencia de la condición humana tal como Dios la ha querido (Amato), ella revela la inocencia transparente de la criatura según el corazón de Dios (Defois).
La IC tiene una dimensión eclesial: en ella se realiza anticipadamente y de forma plena la verdad más honda de la Iglesia: la comunión con Dios (Yanes). En ella ha marcado Dios el comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, sin mancha ni arruga, deslumbrante de belleza (De Giorgi). María está, efectivamente, del lado de la Iglesia, en nuestra orilla eclesial, es decir, es «solidaria de la marcha de unos creyentes falibles por naturaleza e inciertos por cultura; y su signo de fidelidad está del lado de la Iglesia, de esta victoria sobre la infidelidad de nuestra humana condición, de la gracia esperada en una oscuridad orante» Defois).
Dos obispos señalan la conexión entre la Inmaculada y el misterio eucarístico, dado que nos hallamos en el año de la Eucaristía. De Giorgi llama a la Inmaculada “mujer eucarística con toda su vida” e indica que ella nos invita a acudir a la escuela de la Eucaristía, que es escuela de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia y de amor, sobre todo hacia los últimos, de donación y comunicación de bienes, de solidaridad y de concordia, de unidad y de paz. Meisner destaca que la humanación del Hijo de Dios en María y su presencialización bajo el pan y el vino están íntimamente relacionadas. «Lo que en nuestro Redentor era visible ha pasado ahora a los sacramentos de la Iglesia», según León Magno; ahora bien, esta humanidad visible la había recibido el Redentor de su madre María. Desde hace 600 años le cantamos después de la conversión de los dones* (Wandlung): Ave verum corpus natum de Maria virgine. En la eucaristía, más exactamente, en la conversión de los dones, se hace presente el momento en que Cristo, desde la cruz, hace entrega de María a Juan y a todos los cristianos para que sea su madre y la acojan en su existencia. Juan la acogió en su existencia, y María obtuvo un lugar en los orígenes de la Iglesia (Meisner).
4. Referencias bíblicas. Son tres las referencias bíblicas presentes en estos escritos. No se hace exégesis de los textos, sino que se los menciona escuetamente. Una referencia es Lc 1,28: “llena de gracia” (Duran, Pujol, Yanes); otra cita procede de Rom 8,29: predestinación a reproducir la imagen del Hijo (Ebbsfleet); la tercera mención es de Ef 1,4-5: bendición en Cristo con toda clase de bienes espirituales, elección en Cristo para ser santa/os e inmaculada/os por el amor, elección para hija/os adoptiva/os (De Giorgi, Salinas, Yanes). En la atención prestada a Lc y Ef parece haber tenido especial peso la liturgia de la solemnidad de la Inmaculada, y también, quizá, el Catecismo de la Iglesia Católica.
3. Cartas circulares de Superiores Generales

Sólo hemos tenido conocimiento de las dos cartas cuyo mensaje exponemos a continuación. La primera es de índole más contemplativa; la segunda, sin perder este carácter, atiende a los recientes avances del intellectus fidei en torno al dogma inmaculista.

3.1. Tota Pulchra es Maria (Fr. J. Rodríguez Carballo ofm)

Fr. José Rodríguez Carballo, Ministro general de los Franciscanos dirigió una carta a las Concepcionistas fundadas por Santa Beatriz Silva . Esta firmada en la fiesta de la Fundadora. El motivo de la misiva es la celebración del 150 aniversario de la promulgación del dogma de la Inmaculada y la comunión carismática por la que los franciscanos se confiesan y sienten concepcionistas y las concepcionistas se profesan y llaman franciscanas (p.4).
1. Estructura. La carta está estructurada en tres partes, precedidas de una introducción (pp. 3-4)y cerradas con una conclusión (pp. 15-16). En la parte primera se contempla el misterio de la Inmaculada Concepción de María (pp. 5-7); en la segunda, el misterio de la Iglesia, esposa de Cristo (pp. 8-11); en la tercera, el misterio de Cristo, mediador de toda gracia (pp. 12-14).
El Ministro general invita, pues, a la contemplación de tres misterios estrechamente entreverados. No se ha propuesto argumentar, sino más bien considerar con admiración el misterio de gracia cumplido en María, la vocación de la Iglesia a una santidad intacta, el misterio de gracia y amor que es Cristo. La contemplación lleva a prorrumpir en palabras de admiración de María, a la felicitación a María (pp. 7, 10). Y la conciencia de la pobreza de la propia fe y caridad lleva a pedir al Espíritu santo palabras de luz y de amor para poder hablar de la Inmaculada Virgen María (p. 5). Como puede comprobarse, el texto está escrito en sintonía con lo que han dicho diversos teólogos (Geiselmann, Lonergan, etc.) sobre los dogmas marianos de los siglos XIX y XX: que son actos de culto. En este sentido, la lectura que nos ofrece el P. Rodríguez Carballo conecta con la sensibilidad del Oriente cristiano.
2. Parte primera: la comprensión de la Inmaculada. El Ministro general no se detiene en la explicación del dogma definido por Pío IX. Pero, tras citar los pasajes del AT que invitan a la hija de Sión al gozo y la exultación (Sof 3,14.15-16; Jl 2,21; Zac 9,9) y tras recordar el saludo con que el ángel invita a María a la alegría, sí propone a la contemplación de las concepcionistas una imagen particular de María: la presenta como la mujer en quien se han cumplido, antes de ser pronunciadas, las bienaventuranzas evangélicas. María es dichosa porque en su humildad y pobreza tiene a Dios por rey; llamada a participar en la Pasión de su Hijo, recibe de Dios el consuelo en su dolor; llena de humildad y mansedumbre, al recibir a Cristo recibe de Dios la tierra de las promesas; hambrienta y sedienta de justicia, el Señor, que ha mirado su humillación, la ha colmado de gracia y bendición; viniendo en nuestra ayuda con su fe y su entrega, experimentó la misericordia de Dios; consagrada en su integridad virginal por su Hijo primogénito, conoce la dicha; mujer de corazón siempre limpio, Inmaculada en alma y cuerpo, el Señor la quiso por morada; madre de la paz, Dios la quiso llamar hija suya; herida por su fidelidad, Dios ha sido siempre rey en su corazón. Y nosotros la proclamamos dichosa porque, al haber creído, se cumplirá en ella lo que le ha dicho el Señor (p. 7).
3. Parte segunda: evocación del carisma y contemplación del misterio de la Iglesia. En la segunda parte comienza el P. Rodríguez Carballo señalando la razón de ser en la Iglesia de las Hermanas Concepcionistas: contemplar la Inmaculada Concepción, tomar a la Madre de Dios por modelo, imitar sus virtudes y honrarla con la forma de vida (cf. p. 8). Las virtudes que concretamente han de imitar son: la conducta inocentísima de María, su humildad, la libertad para la obediencia de la fe y la entrega del amor, la pobreza escogida por su Hijo y por ella, la mansedumbre del Señor y de su Madre. Apoyadas en la fidelidad de Dios, recorrerán el camino de la humildad y la pobreza evangélicas y el Padre del cielo realizará en ellas sus maravillas, transformándolas por amor en lo que contemplan con amor (pp. 8-9).
Esto que ellas contemplan y tratan de imitar lo realiza con su amor el Padre del cielo en la comunidad de sus fieles, en la nueva Jerusalén, en la Iglesia cuya luz es la gloria de Dios y cuya lámpara es el Cordero; lo que en María se realizó desde el principio de forma eminente y singular se realizará en toda la Iglesia cuando culmine la historia de la salvación y Dios lo sea todo en todos (p. 10). María aparece así como prefiguración histórica de la Iglesia escatológicamente consumada.
4. Parte tercera: la Iglesia y María en el misterio de Cristo. El tercer círculo o ámbito de esta contemplación es Cristo Jesús, Palabra por la que nos ha llegado la gracia, Palabra en que estaba la vida que era la luz de los hombres. María es partícipe de la multiforme bendición con que nos ha bendecido en Cristo (Ef 1,3) el Dios rico en misericordia, que nos ha vivificado con Cristo y asentado en los cielos con Él (Ef 2,4-6). La contemplación de este Cristo nos muestra el abismo de su amor por la Iglesia, su belleza que se refleja en la belleza de su Esposa, su desposorio con la humanidad en alianza eterna de amor, su entrega en la Encarnación y en la Eucaristía. La entrega de las Hermanas Concepcionistas no es sino una respuesta a la entrega de Cristo, que precede, posibilita y funda fontanalmente toda elección, todo servicio, toda donación, todo deseo de poseer el Espíritu, toda ansia de unión con Cristo por el amor, todo seguimiento de cerca (pp. 12-14).
5. Son múltiples las designaciones y títulos de María, la doncella de Nazaret (p. 5), que se proponen a lo largo de la carta: morada del Altísimo (pp. 5, 11); palacio, tabernáculo y casa de Dios, vestido precioso de Dios, sierva de Dios, Madre de Dios (pp. 3-4); llena de gracia, la-que-Dios-ha-hecho-llena-de-gracia, la-que-Dios-ha-bendecido-entre-todas-las-mujeres (pp. 5, 6); la primicia del nuevo pueblo de Dios, la mujer nueva, la discípula del Señor o primera discípula de la nueva ley (p. 10); la Inmaculada, la Purísima (p. 6), espejo sin mancha (p. 11). Se trata de autodesignaciones de María en el relato lucano (p. ej., “sierva de Dios”), de denominaciones bíblicas directas (p.ej., “llena de gracia”), de títulos bíblicos referidos directamente a Sión o a Israel y de amplificaciones eclesiales referidas a María como antitipo a partir de Lc 1,26-38 (p. ej., “palacio”, “casa de Dios”), de títulos eclesiales solemnes (“Madre de Dios”), de nombres procedentes de la antigua tradición, comunes en el pueblo y refrendados por el magisterio eclesial (p. ej., la “Purísima”), de nuevas designaciones teológicas (p.ej., “la primera discípula”). En esta selección de caracterizaciones, el autor ha atendido a subrayados propios de Francisco de Asís y de la inspiración carismática de ambas Órdenes.

3.2. Santos e inmaculados en el amor (Fr. Ángel M. Ruiz Garnica)

El Prior general de los Siervos de María (servitas) firmaba el 8 de diciembre una carta dirigida a toda la Orden en esta circunstancia jubilar . Este escrito extenso consta de 31 números. Está estructurado en tres secciones: I. En el surco de la tradición (5-8); II. El icono de la Inmaculada: notas de teología, espiritualidad y compromiso eclesial (9-52); III. Desde la contemplación de la Inmaculada. Un impulso hacia el futuro. – Aquí omitimos la primera sección, haremos un breve apunte de la tercera y nos demoraremos en la segunda. De ésta, no obstante, nos centramos más en la exposición que se ofrece en las pp. 9-31, reservando para las veinte restantes una presentación muy sucinta.
La circular recoge la definición dogmática de Pío IX y diversos motivos presentes en su Bula (núms. 2, 5, 9), pero a la vez quiere dar cabida a puntos de vista nuevos y a nuevas formulaciones que ofrece la teología. Presta atención particular a la antigua y reciente liturgia de la Iglesia y a la investigación reflexión teológica de los estudiosos Servitas en estos últimos 50 años. Pasamos a presentar sintéticamente la segunda sección, organizada en el documento en 11 apartados, que nosotros articulamos en 6: cinco sistemáticos y uno histórico.
1. El don de la IC de María. La teología actual considera la IC, no como un privilegio, sino como un factum salutis, un acontecimiento salvífico, fruto de la sola gracia, que el Dios Trinidad realiza en María en la plenitud del tiempo en orden a la encarnación redentora (nº 3). En el primer instante de la existencia de María, cuando “apenas era una perla de luz” (D.M. Turoldo), Dios cumple en ella la victoria sobre el mal, debelando a la Serpiente primordial en esta Mujer, que queda preservada del pecado original. Este don no exime a María de las consecuencias de ese pecado, pero Dios la ha plasmado como criatura que es sólo bondad. En ella la mirada no conoce la “concupiscencia de los ojos”, sino la inocencia de la luz; su mano no es capaz de golpear, sino sólo de sostener y acariciar; su corazón es indiviso, dirigido al amor a Dios y a los hermanos; su virginidad está gozosamente enriquecida por el don de una maternidad prodigiosa; ella es planta siempre verde que produce un fruto bendecido por Dios (nº 4).
2. Dimensión cristológica. Este don de gracia se funda en una gracia mayor: la maternidad a que María está destinada, lo que exige que sea una digna morada del Hijo. María Inmaculada es la raíz santa que deberá engendrar la Flor que es Jesús (nº 6). En segundo lugar, la IC es el primer acontecimiento cabal y cumplido de la gracia de Cristo y depende de la Pascua del Señor (núms. 4, 6). Sobre este evento de la concepción se alarga la sombra protectora de la cruz, y la vestidura blanca de la Inmaculada ha sido lavada en la sangre del Redentor (nº 6); este misterio de gracia es el primer fulgor de la luz de Cristo resucitado (nº 3). En suma: María ha sido redimida de modo sublime y es el fruto más excelso de la Redención (nº 6=LG 53), es primicia de la Redención.
3. Dimensión eclesial. La teología del s. XX ha subrayado esta dimensión, y ve en María el comienzo y la primera realización de la Iglesia como esposa de Cristo sin mancha ni arruga, resplandeciente de belleza y limpia hermosura (nº 7).
4. Dimensión pneumatológica y antropológica. Es imposible disociar la acción del Espíritu de santidad del acontecimiento que constituye la santidad personal e inicial de la Virgen. El Espíritu septiforme la llenó de gracia, imprimió en ella los rasgos del corazón nuevo prometido por los profetas, la convirtió en la toda santa y la ungió desde las raíces de su existencia. En virtud de ello, percibimos la dimensión antropológica de este acontecimiento: María queda plasmada como nueva criatura, convertida en el nuevo Edén en el que germina el Árbol de la vida y a los desterrados se nos abren las puertas del Paraíso (nº 8); nuestra liberación bautismal queda, en cierto sentido, modelada según su IC y nuestra elección y llamada, como las de María, se ordenan a una fecundidad misionera (nº 8); su fiesta del 8 de diciembre es la fiesta de la belleza sepultada en nosotros, los hombres, “amado misterio de pecado y de gracia” (nº 11); y aunque este misterio de la IC se realiza en el secreto absoluto y en la oscuridad suma de un seno de mujer (nº 6), tal misterio es una teofanía (nº 5) y como una señal para la humanidad oprimida de que se acerca la hora de la liberación (nº 3).
Aquí podemos insertar al menos un rápido apunte de un tema desarrollado con cierta amplitud (núms. 11-12): la belleza de la Virgen María es «belleza de creación, de gracia redentora, de santidad, de maternidad divina, de diaconía mesiánica, de seguimiento del Hijo, de plena configuración con Cristo» y ha tenido «influjos impensables, innegables y tangibles también para su cuerpo de mujer» y de madre del Cuerpo en que se produjo la kénosis del Verbo encarnado (S.M. Perrella).
5. Relectura bíblica. El fundamento bíblico del dogma de la Inmaculada se percibe mejor comprendiendo a María como mujer de la alianza (la categoría “alianza” es particularmente rica y abarcante). María es desde la eternidad el primer miembro de la Alianza. La santidad de Dios, del Emmanuel, exige a Israel una interiorización cada vez mayor de la alianza, una creciente santidad, una liberación de su pecado para abrirse cada vez más al amor. La plenitud de gracia del Verbo implica así la plenitud de gracia de la que debía ser su arca viviente, su morada: María, Hija de Sión; la “novedad” del don supremo que Dios otorga al pueblo, su Hijo Jesucristo, explica la “novedad” de la IC (nº 9).
6. Aportaciones de los Siervos de María. Tras esta visión sistemática, el P. Ruiz Garnica ofrece un panorama histórico en que repasa las aportaciones de los Siervos de María en los últimos 50 años en torno al misterio de la Inmaculada (núms. 13-29: pp. 31-52). Se distribuyen cómodamente dichas aportaciones en tres capítulos. El primero es el de investigaciones teológicas: de índole metodológica (Corrado M. Berti); de tipo bíblico (Aristide M. Serra); de orden histórico (Andrea M. Cecchin [incluido aquí, si bien tesis de doctorado es de 1943], Gabriele M. Roschini, Mariano Tognetti, Marco M. Aldrovandi, Salvatore M. Meo, Ricardo M. Pérez); de naturaleza sistemática (Gabriele M. Roschini, Clodovis M. Boff, Salvatore M. Perrella); a ello hay que añadir una contribución de orden homológico: un Credo mariano elaborado por Neal Flanagan. El segundo capítulo señala estudios sobre los diálogos interconfesionales, debidos a la pluma de Giancarlo M. Bruni y Salvatore M. Perrella. El tercer capítulo hace reseña de las contribuciones artísticas. Se señalan las creaciones del pintor Mº Fiorenzo M. Gobbo y las de los compositores y musicólogos Enrico M. Gori, Pellegrino M. Santucci y Francesco M. Rigobello. Como puede comprobarse por estas mínimas notas, las aportaciones de los servitas han discurrido en esta triple línea: la intelligentia fidei, la communio (me refiero a los estudios de tipo ecuménico), la celebratio liturgica. A través de todo ello han prestado su cooperación a la vida de la Iglesia, que se desenvuelve en el orden del kérygma, de la leitourgía, de la diakonía y de la koinonía.
En la breve sección tercera, el P. Ruiz Garnica indica que la mirada contemplativa al icono de la Inmaculada, la toda santa y la mujer de la absoluta y genuina libertad, suscita en nosotros un movimiento hacia la santidad y la libertad, un movimiento de atracción ascensional hacia Dios, el Santo y el totalmente Libre. Además, la IC es puro don, y prenda de ulteriores dones; consciente de ello, María prorrumpirá en su juventud en el canto de alabanza y acción de gracias y será mujer “eucarística”; pues bien, la espiritualidad eclesial y litúrgica nos mueve a ser personas de perenne agradecimiento, que reconocen con júbilo que todo lo que poseen lo han recibido y no dan cabida a sentimientos de presunción ni a pretensiones de autosuficiencia (nº 30).

Conclusión

A modo de síntesis conclusiva podemos ofrecer estas líneas de Mons. G. Defois:
María, la Inmaculada,
ese testigo de la Creación, antes de que el pecado del hombre llegue a empañarla,
ese testigo de la vida, antes de que la muerte llegue a enterrarla,
ese testigo de la pureza, antes de que la falta llegue a mancharla,
ese testigo de la fe, antes de que el mal llegue a hacer dudar,
ese testigo del amor, antes de que su rostro sea desfigurado.