Octava de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen 

San Juan Bautista de la Salle 



Si queremos conformarnos con el espíritu del misterio de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, y sacar el fruto que Dios exige de nuestra devota participación en él; ponderemos que esta divina Madre fue, cual brillante estrella, iluminada con las luces de la gracia y dotada de razón, desde el instante mismo en que fue creada. 

¡Qué mortificación debió de suponer para tan excelente criatura verse cautiva y como prisionera, privada del uso de los sentidos y miembros, durante nueve meses! ¡Y qué motivo de humillación fue para Ella, por el conocimiento que tenía de tan grande abatimiento! 

Imitemos estas admirables disposiciones de la Virgen inmaculada y purísima; amemos y practiquemos gustosos el retiro, silencio y recogimiento; apliquémonos a frenar los sentidos; mortifiquemos nuestros miembros terrenales, como aconseja san Pablo (1), y, por decirlo así, hagámonos cautivos por el amor de Dios, mediante la obediencia exacta y la perfecta fidelidad a nuestras Reglas. 

Esta sumisión voluntaria y amorosa hará que seamos verdaderamente libres, con la noble y gloriosa libertad de los hijos de Dios. " ¡Oh agradable y alegre servidumbre de los hijos de Dios, exclama el autor de la Imitación, con la cual se hace el hombre realmente libre y santo! ¡Oh sagrado estado del servicio religioso, que hace al hombre igual a los ángeles, acepto a Dios, terrible a los demonios y recomendable a todos los fieles! ¡Oh servidumbre siempre deseable y apetecible, que nos merece el supremo bien y nos asegura gozo sempiterno! " (2). 



La Santísima Virgen poseyó ya interiormente todas las virtudes en su pura Concepción; las cuales practicaba - al menos en su interior - desde el primer instante de su existencia. Conoció a Dios por la fe infusa; le amó por la caridad del Espíritu Santo, del que fue llena en el principio de su ser; le alabó, bendijo, dio gracias y glorificó con sus operaciones espirituales e interiores, de modo más excelente que todos los ángeles juntos. 

Esto es lo que debemos aprender e imitar nosotros en Ella; a eso se llama ciencia de los santos. Es menester que nos apliquemos al conocimiento de Dios por la oración y la lectura de excelentes libros espirituales y doctrinales; que nos ejercitemos e inflamemos en el amor de Dios, por las fervorosas y frecuentes elevaciones del corazón hacia Él, llamadas jaculatorias; que nos hagamos agradables a los ojos de su divina Majestad, por las continuas acciones de gracias, de amor y de alabanza, y por la práctica de las virtudes más sólidas, especial mente la humildad, paciencia y obediencia, que fueron tan estimadas y familiares a la Santísima Madre de Dios. 



La Santísima Virgen, encerrada aún en el claustro materno de santa Ana, fue ya apercibida por el Espíritu Santo para la realización de los extraordinarios designios que Dios tenía sobre Ella. Y, de su parte, se dispuso a secundarlos con fiel correspondencia, ejercitando, merced a sus operaciones internas, los dones y gracias que abundantemente le comunicaba el Cielo. 

La sagrada religión a que Dios se ha servido llamar nos es nuestra madre. El noviciado es su seno, donde concibe espiritualmente a los novicios, que son sus hijos: los engendra en Jesucristo, según expresión de san Pablo (3), formándolos para un género de vida, auténticamente cristiana y religiosa (**). 

Los que tenéis la suerte y gozáis la dicha de formaros en el noviciado, seno salutífero y místico de la vida religiosa, procurad que vuestra concepción espiritual sea inmaculada; es decir, sin tacha, por la exención de todo pecado voluntario. 

Avezaos a las buenas costumbres, conformes con las máximas del sagrado Evangelio. Llenaos de las gracias del Espíritu Santo. Y, como la Virgen Santísima, nueve meses después de su Concepción purísima, salió del seno de santa Ana, llena de gracias y del espíritu de Dios, para realizar cosas grandes, o sea, para promover la gloria divina y la salvación de las almas; así, disponeos también vosotros a salir del noviciado repletos de gracia y henchidos del espíritu de Dios, para no tratar sino de promover su gloria procurando salvar a muchos, según el espíritu y fin de nuestro Instituto. 

O bien, atendiendo a los empleos u oficios de la casa, en conformidad con los designios de la divina Providencia sobre vosotros, los cuales conoceréis infaliblemente por la voz de la santa obediencia. En ellos hallaréis certísimamente la santificación, el descanso interior y la salud eterna. 

Suplicad a la Virgen Santísima que os consiga esa gracia, por los méritos y en virtud de su santa e inmaculada Concepción.