La Mujer siempre pura

Rafael Salazar Cárdenas M.Sp.S.

 

La fiesta que celebramos hoy es para que todos nos llenemos de alegría y esperanza. No sólo es la fiesta de una mujer, María de Nazaret, concebida por sus padres ya sin mancha alguna porque iba a ser Madre del Mesías, sino que es la fiesta de todos los que nos sentimos de alguna manera representados por Ella. Es la fiesta «en que se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical a la venida del Salvador y el feliz comienzo de la Iglesia», así escribió Pablo VI en su Exhortación Apostólica Marialis cultus –El culto tributado a María– (MC), en 1974.

La Virgen, en este momento inicial en el que Dios la llenó de gracia, se erige como el inicio de la Iglesia, es decir, el comienzo absoluto de la comunidad de los creyentes en Cristo y los salvados por su Pascua.

Maestra para el Adviento y Navidad


En María tenemos una buena Maestra para el camino de la Navidad. Según Pablo VI, en su Marialis cultus, este tiempo es precisamente el mes más mariano del año, por la que esperó, la que llevó en su seno, la que dio a luz y mostró al mundo «los pastores, los magos», al Mesías Salvador enviado por Dios; es la que mejor lo acogió y la que mejor celebró el Adviento y la Navidad. Su recuerdo hoy nos ayudará ciertamente a todos, dándonos ejemplo, porque Ella supo responder al don de Dios, aunque muchas veces no viera la luz en su camino o le resultara difícil, como le resultó luego a su Hijo, cumplir la misión que Dios le encomendara, (cfr. MC n. 29).

Un discípulo mártir

En esta perspectiva de seguimiento de Cristo, a imitación de María, se sitúa la reflexión de San Maximiliano Kolbe (1893-1941), sobre la Inmaculada Concepción. La misma mañana del 17 de febrero de 1941, unas horas antes de su arresto, el Padre Kolbe escribió sus páginas más significativas y profundas sobre la Inmaculada. Él es uno de los teólogos que han estudiado el significado de las palabras con las que María se autodefine en Lourdes: «Yo soy la Inmaculada Concepción». Se acerca a ella consciente del misterio que supera la inteligencia humana, dentro de un clima de oración y de diálogo con la Inmaculada. El santo mártir Kolbe, reflexiona sobre el Dogma y distingue a la Inmaculada de los demás hombres, ya que éstos «son concepciones contaminadas por el pecado original, mientras que Tú eres la única Concepción inmaculada».

Compromiso

Queremos prepararnos a acoger bien en nuestras vidas la venida del Salvador. Ella, la Madre fue la que mejor vivió en sí misma el Adviento, la Navidad y la manifestación de Jesús como el Salvador de Dios; mirándola a Ella y gozándonos hoy con Ella, nos animaremos a vivir mejor este Adviento. Que nuestra Eucaristía de hoy, sea por todos estos motivos, una entrañable acción de gracias. «Pero, más allá de nuestra participación en el Banquete Eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer ‘eucarística’ con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio», (La Iglesia vive la Eucaristía, n. 53).

El Dogma de la Inmaculada Concepción

El 8 de diciembre de 1854, el Papa Pío IX pronunció la fórmula de la definición dogmática sobre María: «Declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelado por Dios, y por consiguiente, que debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su Concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano», (Bula: Dios Inefable).

La Inmaculada Concepción no tiene su origen en la teología, ya que su intuición se debe al pueblo cristiano, que casi por instinto comprendió que cualquier pecado era inconciliable con la santidad de la Madre de Dios. No obstante, la teología ejerció una función importante en la elaboración de la verdad mariana, ya sea mediante la formulación clara de la fe popular, ya armonizándola con el conjunto de datos revelados, ya, finalmente, fundándola en argumentos sólidos.

El dogma, si no es una repetición de la Escritura, no es tampoco una nueva revelación; es un desarrollo de lo que se encuentra en el horizonte global de la Revelación. Ese horizonte han de indagarlo los teólogos y estudiosos de la Biblia, como lo demuestra la historia del Dogma de la Inmaculada, porque ya vemos que no es suficiente detenerse en la persona de María para deducir su santidad desde el primer instante de su existencia; están implicados, también, el pecado original, la redención de Cristo, el culto litúrgico y prácticamente, toda la vida de la Iglesia.

Fuente: Semanario. Arquidiócesis de Guadalajara. México