La Inmaculada Concepción de María en la liturgia

Padre José Olivares, OSB

 

I A modo de introducción

Cuando su Santidad Pío IX declaró el dogma de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen, hacía ya varios siglos que la Iglesia de Occidente celebraba litúrgicamente este misterio. Muchas veces la liturgia es una fuente preciosa para las declaraciones dogmáticas, como ocurrió también con la antiquísima fiesta litúrgica de la Asunción de la Santísima Virgen y su declaración dogmática en 1950. El dogma viene así a ratificar y a enriquecer lo que la Iglesia cree y celebra, haciendo vivo el conocido axioma atribuido a Próspero de Aquitania, lex orandi, lex credendi. La liturgia de la Iglesia celebra lo que ella misma cree, por eso tanto la Santa Sede y el magisterio pontificio como el magisterio episcopal se aplican con suma atención a cuidar, velar y corregir faltas o desviaciones en la vida litúrgica, porque celebrando se está haciendo una pública profesión de fe. 

I Un poco de historia

En el Oriente cristiano existe la antigua fiesta de la Concepción Milagrosa de la Virgen, o también llamada Concepción de Santa Ana, surgida con toda probabilidad hacia los siglos VII-VIII, en la región de Siria. El icono que la representa es el del casto abrazo de Joaquín y Ana, al alero del templo de Jerusalén, concibiendo de forma milagrosa a aquella que concebiría admirablemente al Hijo del Dios vivo. Esta tradición viene de los antiguos evangelios apócrifos, especialmente del Proto-Evangelio de Santiago. Los Apócrifos, sin ser libros canónicos son, sin embargo, una fuente preclara de muchos elementos y fiestas litúrgicas de Oriente, que, con el correr del tiempo y las mutuas influencias, han pasado a Occidente, y que son así unánimemente celebrados por las diversas tradiciones. Como ejemplo, baste mencionar el relato del descenso de Cristo a los infiernos o la Asunción de la Santísima Virgen. 
En Occidente, la historia nos cuenta que la celebración litúrgica de la Concepción Inmaculada de María comenzó en Inglaterra, hacia el siglo XI. Los primeros testimonios escritos son algunos calendarios y algunas bendiciones episcopales en el día de la Concepción de la Virgen. La segunda lectura propuesta por la Liturgia de las Horas para el Oficio de Lecturas viene precisamente de esta época y de este lugar, la Oración 52 del monje y obispo san Anselmo. En toda Europa este siglo fue un tiempo de especial desarrollo de la devoción mariana, con una abundante producción litúrgica. De esta época son, por ejemplo, las famosas composiciones del monje benedictino Germán el Contracto, nacido con una malformación ósea, y cuyos himnos adornan hasta el día de hoy nuestra Liturgia de Las Horas: Salve Regina y Alma Redemptoris Mater. Hay que recordar también que en esta época, además de rezar el Oficio Divino propio del día, se rezaba el Oficio De Beata, una Liturgia de Las Horas paralela en honor de la Virgen, el cual fue especialmente desarrollado por la Orden del Cister, fundada hacia finales de este siglo. 
Hay que hacer notar, sin embargo, que la introducción de esta fiesta no fue fácil. No existía aún un calendario único, cada diócesis tenía el suyo propio, aunque gran parte de Europa occidental seguía el rito romano. No fue fácil, además, porque suscitó un fuerte debate teológico entre las principales voces de los siglos XII, XIII y XIV, incluidos san Bernardo, san Pedro Damián, Pedro Lombardo, san Buenaventura, santo Tomás de Aquino, etc. El problema debatido era el concepto de Redención sin pecado, en palabras más sencillas, cómo pudo la Virgen haber sido redimida por la Sangre de Cristo si no tenía pecado. En esta discusión no solo actuaron santos y teólogos individuales, sino que abarcó también a grandes instituciones como las diferentes universidades o las órdenes religiosas.
Finalmente fue Sixto IV quien introdujo esta fiesta en el calendario romano universal en 1476, cuando ya la autoridad de los Pontífices Romanos se había afianzado en todo el mundo de rito romano. La evolución de los formularios usados para el Oficio y para la Eucaristía ha sido también bastante compleja, hasta llegar a ser declarada por León XIII en 1879 fiesta de primera clase con vigilia. En los nuevos formularios editados después del Concilio Vaticano II mantiene el grado de solemnidad, aunque ha sido eliminada la misa de la vigilia. 

I Una mirada a los actuales formularios del Misal Romano

Tanto las tres oraciones presidenciales como el nuevo prefacio del actual misal son de una riqueza teológica enorme. 
La oración colecta, en versión del Ordinario de la Misa editado por la Conferencia Episcopal, dice: “Padre, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna Madre, y en previsión de su muerte redentora la preservaste de todo pecado; concédenos, por su intercesión, la gracia de vivir con fe, amor y caridad, y de presentarnos a ti purificados de todas nuestras culpas”. Es interesante, al hacer la comparación con la oración colecta de la Edición Típica del Misal Romano, notar un agregado en la edición chilena. La oración, en el origen, no contiene la frase que hace referencia a las virtudes teologales de Fe, Esperanza y Caridad. Algún amanuense inspirado quiso aportar el hecho que es la vida de la gracia, la que, manifestada en estas tres virtudes que Dios nos concede, por la intercesión de la Virgen Inmaculada, nos conducirá a la presencia de Dios, purificados de nuestras culpas. 
Tres son los actores de esta oración dirigida al Padre: el Hijo, la Virgen y nosotros, es decir, la Iglesia. Está dividida, a grandes rasgos, en dos partes. En la primera se señala el hecho de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen y el motivo de este hecho, a saber, la maternidad divina de María, pero también se hace mención explícita que fue preservada de todo pecado en previsión de la muerte redentora de Cristo. Este dato es importante, ya que fue uno de los puntos cruciales del debate teológico medieval sobre este misterio; es por la muerte redentora de Cristo que a todos es posible la salvación, incluida María. La segunda parte es la finalidad de la oración, es decir, la petición concreta que se hace al Padre, por intercesión de María, de poder presentarnos, como personas individuales y como Iglesia, ante Dios ya purificados de nuestras culpas, por una vida transcurrida en la vivencia de las virtudes teologales.
Nuevamente en la oración sobre las ofrendas se repite que Dios preservó a María de todo pecado por gracia, y se le pide al Padre que cumplamos sus enseñanzas y seamos librados de todas nuestras culpas, por intercesión de aquella que recibió la plenitud de las gracias. En la oración después de la comunión, se pide a Dios que por la virtud del sacramento recibido, nos veamos libres de las consecuencias del pecado original, porque a diferencia de la Virgen, nosotros sí nos hemos visto sometidos a él. Es de hacer notar que, de las tres oraciones presidenciales, es en esta en la que se menciona explícitamente la preservación del pecado original de María por su Inmaculada Concepción. Las anteriores hacían la referencia a “todo pecado”. 
Como ya señalé, el prefacio es de nueva composición. Antes se utilizaba el prefacio común de la Virgen María, agregando las palabras “Concepción Inmaculada” en el espacio destinado a ello. El nuevo prefacio viene a enriquecer esta teología del misterio. En él se hace un especial paralelismo entre la Virgen y la Iglesia. Se describe a la Virgen como preservada por Dios del pecado original, con la plenitud de la gracia, para el fin que ya ha sido mencionado, ser madre del Hijo. Pero se agrega que también es comienzo e imagen de la Iglesia, Esposa de Cristo, calificándola como de limpia hermosura y en esplendor de juventud. Esta es una visión novedosa de los textos, surgida de la teología que brota del Concilio Vaticano II. Es una afirmación muy fuerte: la Iglesia nace Inmaculada, porque comienza con la Virgen. Es por una parte una evocación a este origen histórico, al origen de la Iglesia en el Pentecostés presidido por María en la oración; y por otra, un llamado hacia el futuro, una profecía de la Parusía, la Iglesia como la Esposa de Cristo que, en su juventud renovada y en su inmaculada hermosura, se presenta ante Cristo, su Esposo. De Cristo, su Cabeza, se dicen las mismas cosas, al afirmar el salmo 44 “eres el más bello de los hombres”, y el salmo 102 “como un águila se renueva tu juventud”; ambos explicados por los Padres de la Iglesia, Máximo de Turín (cf. Sermón 56, 2-3), por ejemplo, como versículos cristológicos. 
La segunda parte del prefacio relaciona la pureza y santidad de María con Cristo como Cordero que viene a quitar el pecado del mundo. Por eso María es Toda Pura, porque por una especial gracia está íntimamente relacionada con quien quita el pecado del mundo, el Santo que de ella tomó carne. Y para nosotros los hombres, para la Iglesia, es ejemplo de santidad y además abogada de gracia, como nos dice el final de esta parte del prefacio. Siempre aparece la doble relación, María con relación a Cristo y María con relación a la Iglesia.

I Una somera mirada al actual Leccionario

La lectura del Evangelio, tomado del evangelista san Lucas, relata la Anunciación a María por parte de Gabriel. El relato es más extenso que la versión del Leccionario anterior, que solo comprendía hasta el saludo angélico. La actual versión contiene el diálogo entre Gabriel y la Virgen que todos conocemos. La anterior versión hacía hincapié en una parte de este saludo angélico, que daba a María el título de “llena de gracia”, de donde los doctores y teólogos han establecido que se incluye la gracia de la preservación del pecado original. La actual versión, aunque con el mismo inicio tiene otra finalidad, mostrar que esa preservación del pecado original era en vistas a esa maternidad divina que ella debía aceptar como vocación y misión. El antiguo evangelio de la misa de vigilia, ahora suprimida, era la lista de las generaciones que precedieron el nacimiento de Cristo, es decir, la historia mirada en retrospectiva como una historia de salvación, que se remonta hasta Adán.
Y precisamente la primera lectura del actual Leccionario es el conocido relato del así llamado Proto-Evangelio, en el libro del Génesis. Comienza por el pecado original, continúa con el castigo y expulsión del Paraíso, y finaliza con el anuncio de la futura salvación, cuando la estirpe de la mujer pisotee a la serpiente. De hecho, es esta la imagen más conocida de la Virgen María en la advocación de su Inmaculada Concepción, ella pisando la serpiente. Este anuncio salvífico pasa por la maternidad, como lo señalan las palabras que Dios dirige a Eva; y el párrafo finaliza, precisamente, con la mención a la maternidad de Eva, es decir, el inicio de esa salvación. Estos versículos del libro del Génesis son también la antífona del cántico evangélico en Laudes, manifestando así la profunda unidad entre los textos de la Misa y de la Liturgia de las Horas. La segunda lectura nos recuerda la elección con que el Padre nos bendijo en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para ser santos e irreprochables en el amor, así como lo fue María, y así como nos lo dice, en otras palabras, al inicio la lectura del libro de los Proverbios, la primera lectura de la fiesta en el antiguo leccionario: “El Señor me estableció al inicio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas”. Estas palabras parecen ser, además, una inspiración de la bula Ineffabilis, por la que fue proclamado el dogma: “Eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su Unigénito Hijo, hecho carne de Ella, naciese en la dichosa plenitud de los tiempos”. 

I Un esbozo sobre la Liturgia de las Horas

Todo el Oficio de la Inmaculada podría condensarse en la frase del invitatorio: “Celebremos a María, concebida sin pecado, y adoremos a su Hijo, Jesucristo, el Señor”. De especial hermosura y belleza poética son los himnos y la segunda lectura del Oficio de Lecturas. La belleza es parte integrante de la oración de la Iglesia, lo que ha sido llamado por algunos via pulchritudinis (camino de la belleza). 
Simplemente reproduzco algunos textos del oficio de la fiesta, para poder gozar anticipadamente lo que celebraremos en la fiesta. “Mística Rosa de intocados pétalos, límpido cielo de infinitas lámparas, Musa celeste del Amor-Artífice, alba del alba”. Esta estrofa del himno de las segundas vísperas merece ser contemplada e intuida, más que explicada, pues analizarla sería como tocar los pétalos de una rosa excepcional. Y de la Lectura de san Anselmo: “El que pudo hacer todas las cosas de la nada, una vez profanadas, no quiso rehacerlas sin María”; y “¡Oh Virgen bendita y desbordante de bendiciones, por cuya bendición queda bendecida toda la naturaleza, no solo la creatura por el Creador, sino también el Creador por la creatura!”.

I Algunos desafíos sobre la Liturgia y la Devoción

En nuestro país, no cabe duda que la solemnidad de la Inmaculada Concepción viene a sellar de forma espléndida un ciclo de devoción muy popular, el Mes de María. El desafío que planteo en este sentido es doble, por una parte, cómo enriquecer esta popular devoción con las inconmensurables fuentes de la liturgia, y por otra cómo hacer de este tiempo un verdadero tiempo de gracia que conduzca a una más plena vida litúrgica. Los textos y oraciones usados en el Mes de María son de excepcional calidad, y el Rosario, tan alabado por el Santo Padre, como una fuente que se nutre de la liturgia y que conduce a ella, sin embargo, no son textos oficiales de la liturgia de la Iglesia. Algunos ejemplos que pueden ayudar a reflexionar sobre cómo enriquecer más este tiempo: en un monasterio de monjas han logrado hacer una experiencia interesante en el Mes de María, invitando a los fieles a rezar el mes unido a la alabanza vespertina de la Iglesia, las Vísperas, y aunque se trata de fieles de ambientes campesinos, ha sido muy bien aceptado e incluso valorado. Es una forma de educar a los fieles a la más plena vida litúrgica a la que están invitados y llamados; y que rememora los tiempos de la Iglesia primitiva en que el Obispo con su presbiterio y todos los fieles, rezaban juntos las alabanzas matutinas y vespertinas, Laudes y Vísperas. Otra posibilidad, aunque no conozco que haya sido practicada, es enriquecer el Mes de María con el Oficio de Lecturas, permitiendo a los fieles gozar de la riqueza de las lecturas bíblicas y patrísticas, a las que normalmente no tienen acceso por la carencia de libros adecuados. Por otra parte, la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María se celebra cuando ya ha comenzado el tiempo de Adviento. Esta fiesta mariana debiera conducir a todos también a una mejor preparación para el misterio central por el cual María fue preservada del pecado original en su Inmaculada Concepción, es decir, la Natividad del Hijo de Dios. 

I A modo de conclusión

Después de dar una mirada general, aunque somera, a los textos y lecturas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, se puede apreciar el relieve que la liturgia da al hecho de la historia de salvación, en el marco de la cual se inserta este misterio tremendo y maravilloso. Desde el instante mismo de la Creación, incluso antes de la caída del hombre por el pecado original, ya en Dios había un designio salvador, y en ese plan o economía estaba ya la elección de María en la plenitud de los tiempos, para ser la Madre del Dios hecho hombre. Este plan incluía la preservación de todo pecado de la Madre por quien vendría al mundo el que quita el pecado del mundo. Como dice un autor medieval poco conocido, pero que canta maravillosamente el misterio de la redención del hombre, Adán de San Víctor, Carnis delet opprobria, caro peccati nescia (borra los ultrajes de la carne, la carne que no conoce el pecado), y aunque dicho del mismo Señor, puede con toda razón ser aplicado también a María. Y esta economía de salvación no ha concluido aún, es aún actuada y vivida por la Iglesia, que ha sido prefigurada en la Concepción Inmaculada de María, la cual, nacida de aquella carne que no conoció el pecado, fue llamada como Esposa perfecta de aquel mismo de cuyas entrañas traspasadas nació. Es un llamado a revitalizar en la Iglesia el ideal de santidad, como nos dicen los mismos textos que rezamos en esta fiesta; ya que no hemos sido preservados del pecado original, al menos por la vivencia de las virtudes teologales y por la intercesión de la Toda Pura, podamos presentarnos ante Dios limpios de pecado.

Fuente: Seminario Mayor Pontificio de Santiago. Chile