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El privilegio de la Inmaculada Concepción
Padre
Reginald
Garrigou-Lagrange, O.P.
La
plenitud inicial en María se nos presenta bajo dos aspectos: el uno, en
cierto modo negativo, sobre todo en su enunciado: la preservación del
pecado original; el otro, positivo: la concepción absolutamente pura y
santa, por la misma perfección de la gracia santificante inicial, raíz
de todas las virtudes infusas y de los siete dones del Espíritu
Santo.
La definición dogmática
La definición del dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX, el 8
de diciembre de 1854, dice así: "Nos declaramos, pronunciamos y
definimos que la doctrina que afirma que la beatísima Virgen María, en
el primer instante de su concepción, fué preservada, por singular
privilegio de Dios y en virtud de los méritos de jesucristo, de toda
mancha de pecado original, es doctrina revelada por Dios, y por tanto
han de creerla firme y constantemente todos los fieles (Denzinger, Nº
1641) .
Esta definición contiene, principalmente, tres puntos
importantes:
1 º Se afirma que la bienaventurada Virgen María ha sido preservada de
toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción,
es decir, de su concepción pasiva y consumada, cuando su alma fué
creada y unida al cuerpo, pues que sólo entonces existe persona humana,
y la definición se refiere a este privilegio otorgado a la persona
misma de María. Se dice que es un privilegio especial, y una gracia
particularísima, efecto de la omnipotencia divina.
¿Qué debemos entender, conforme al sentir de la Iglesia, por el pecado
original del que María fué preservada? La Iglesia no ha definido en
qué consiste la naturaleza íntima del pecado original, pero nos lo ha
dado a conocer por sus efectos: enemistad o maldición divina, mancha
del alma, estado de injusticia o de muerte espiritual, esclavitud bajo
el dominio del demonio, sujeción a la ley de la concupiscencia, de los
sufrimientos y de la muerte corporal, considerada como una pena del
común pecado.(1) Estos efectos suponen la privación de la gracia
santificante que había recibido Adán con la plenitud e integridad de
naturaleza para él y para nosotros, y que perdió para sí y para
nosotros (2) Hay que decir, pues, que María no pudo ser preservada de
toda mancha del pecado original, desde el instante de su concepción,
más que habiendo recibido la gracia santificante, es decir, el estado
de justicia y santidad, efecto de la amistad divina, en oposición a la
maldición divina, y que por consiguiente fué sustraída de la
esclavitud del dominio del demonio, de la sujeción a la ley de la
concupiscencia, y hasta de los sufrimientos y de la muerte considerados
como pena del pecado de naturaleza (3), aunque en Maria, como en nuestro
Señor, el sufrimiento y la muerte hayan sido consecuencias de nuestra
naturaleza (in carne passibili) y que hayan sido ofrecidos por nuestra
salvación.
2 º Se afirma en esta definición que María fué preservada del pecado
original, en virtud de los méritos de Jesucristo, Salvador del género
humano, como ya lo había declarado en 1661 Alejandro VII (Denz., 1100).
No se puede, pues, admitir, como lo sostenían algunos teólogos en el
siglo XIII, que Maria es inmaculada en el sentido de que no necesitó la
redención, y que su primera gracia es independiente de los méritos
futuros de su Hijo.
Según la bula Ineffabilis Deus, Maria fué rescatada por los méritos
de su Hijo y del modo más perfecto, por una redención, no sólo
liberadora del pecado original ya contraído, sino por una redención
preservadora. Aun en el orden humano, el que nos preserva de un golpe
mortal es nuestro salvador, más ampliamente y mejor, que el que nos
cura sólo de las heridas causadas por el golpe.
Con la idea de redención preservadora se relaciona esto: que María,
hija de Adán, descendiente suya por vía de generación natural, debía
incurrir en la mancha hereditaria, y hubiese incurrido de hecho en ella,
si Dios no hubiese decidido desde toda la eternidad otorgarle este
privilegio singular de la preservación en virtud de los méritos
futuros de su Hijo.
Este punto de doctrina se afirmaba ya en la oración propia de la fiesta
de la Inmaculada Concepción, aprobada por Sixto IV (1476) y en la que
se dice: “Ex morte ejusdem Filii tui praevisa, eam (Mariam) ab omni
labe praeservasti.” La Santísima Virgen fué preservada del pecado
original por la futura muerte de su Hijo; es decir, por los méritos de
Jesús, muriendo por nosotros en la Cruz.
Se ve, desde luego, que esta inmunidad de María difiere bastante de la
del Salvador, pues Jesús no fué rescatado en lo mínimo, por los
méritos de nadie, ni por los suyos; fué preservado del pecado original
y de todo pecado por doble motivo: primero, por su unión hipostática
o personal de su humanidad al Verbo, en el mismo instante en que su alma
santa fué creada, pues ningún pecado, sea original o actual y personal
puede atribuirse al Verbo hecho carne; segundo, por su concepción
virginal, realizada por obra del Espíritu Santo, Jesús no desciende de
Adán por vía de generación natural.(4) Esto es propio y privativo
suyo.
3 º La definición del dogma de la Inmaculada Concepción nos propone
esta doctrina como revelada, y contenida, por lo tanto, al menos
implícitamente, en el depósito de la revelación, es decir, en la
Sagrada Escritura o en la Tradición, o en las dos fuentes.
El testimonio de la Escritura
La bula Ineffabilis Deus, cita dos textos de la Escritura: Gén., III,
15 y Luc., I, 28, 42.
En el Génesis este privilegio es revelado implícitamente o
confusamente y como en germen en estas palabras de Dios dirigidas a la
serpiente, figura del demonio (Gén., III, 15) : Pondré enemistades
entre ti y la mujer, entre tu posteridad y su posteridad; ella te
aplastará la cabeza y tú atentarás contra su calcañar. Esta, es
decir, la posteridad de la mujer, pues en el texto hebreo, el pronombre
es masculino y designa a los descendientes de la mujer y lo mismo en
los Setenta y en la versión siriaca. La Vulgata pone ipsa que se
refiere a la mujer. El sentido, por lo demás, es casi el mismo, pues la
mujer será asociada a la victoria del que representará eminentemente a
su posteridad en la lucha contra el demonio en el transcurso de los
siglos.
Estas palabras por sí solas no bastan para probar con certeza que el
privilegio de la Inmaculada Concepción es revelado, pero los SS.
Padres, en su paralelo entre Eva y María, han visto en él una alusión
a esta gracia, y por esto cita Pío IX esta promesa.
Un exegeta naturalista no verá en estas palabras más que una
expresión de la repulsión instintiva que el hombre experimenta a la
vista de la serpiente. Pero la tradición judía y cristiana ven en
ella mucho más. La tradición cristiana ha visto en esta promesa, que
ha sido llamada el protoevangelio, el primer rasgo que sirve para
designar al Mesías y su triunfo sobre el espíritu del mal. Jesús
representa, en efecto, eminentemente a la posteridad de la mujer, en
lucha con la descendencia de la serpiente. Pero si Jesús es llamado
así, no es en razón del lazo común y lejano que le une con Eva, pues
ésta sólo ha podido transmitir a sus descendientes una naturaleza
decadente, herida, privada de la vida divina, sino más bien en razón
del lazo que le une a María, en cuyo seno tomó una humanidad sin
mancha. Como lo dice el P. X. - M. Le Bachelet, art. cit., col. 1118:
"No se encuentra en la maternidad de Eva el principio de esta
enemistad que Dios pondrá entre la raza de la mujer y la descendencia
de la serpiente, pues Eva, lo mismo que Adán, cayó víctima de la
serpiente. El principio de esta enemistad sólo se encuentra en María,
madre del Redentor. En este protoevangelio, la personalidad de María,
aunque todavía velada, está presente, y la lección de la Vulgata,
ipsa, expresa una consecuencia, que se deduce realmente del texto
sagrado, porque la victoria del Redentor es una victoria moral, pero
real de su Madre."
La antigüedad cristiana no cesa de oponer Eva, que participa del
pecado de Adán al seguir la sugestión de la serpiente, con María, que
participa en la obra redentora de Cristo al dar crédito a las palabras
del ángel en el día de la Anunciación (5).
En la promesa del Génesis se anuncia una victoria completa sobre el
demonio: ella aplastará tu cabeza, y por lo tanto, sobre el pecado que
reduce al alma a la esclavitud del demonio. Desde luego, como lo dice
Pío IX en la bula Ineffabilis Deus, esta victoria sobre el demonio no
sería decisiva si María no hubiese sido preservada de pecado original
por los méritos de su Hijo: De ipso (serpente) plenissime triumphans,
illius caput immaculato pede (Maria) contrivit.
El anuncio de este privilegio está contenido en la promesa del
Génesis, coma la carrasca está contenida en el germen con-tenido en la
bellota; si no hubiésemos visto nunca la carrasca, no hubiésemos
conocido el valor de este germen, ni para qué estaba propiamente
preparado; pero una vez que conocemos la encina, vemos que este germen
estaba dispuesto para producirla y no para que saliese un olmo o un
álamo. Esta es la ley de la evolución que también se verifica en el
orden progresivo de la revelación divina.
La bula Ineffabilis Deus, cita también las palabras de salutación
del ángel a María (Luc., I, 28): Dios te salve, llena eres (estás) de
gracia, bendita tú eres entre todas las mujeres, y las palabras dichas
por Santa Isabel por revelación divina (Luc., I, 42). No dice Pío IX
que estas palabras basten para probar por sí solas que el privilegio de
la Inmaculada Concepción haya sido revelado; para que sean eficaces hay
que unir a ellas la tradición exegética de los Padres.
Esta tradición se hace explícita con S. Efrén Sirio (6) y en los
Padres griegos de los tiempos posteriores del Concilio de Efeso (431),
en particular en los obispos adversarios de Nestorio: S. Proclo, uno
de los sucesores de S. Juan Crisóstomo en la silla de Constantinopla
(434-446) y Teodoto, obispo de Ancira (430-439), y luego en S. Sofronio,
patriarca de Jerusalén (634-38), Andrés de Creta (t 740), S. Juan Da
masceno, muerto a mitad del siglo VIII, cuyos testimonios son
aducidos muy por extenso por el P. Le Bachelet, Dict. Apol., art. Marie,
col. 223-231.
A la luz de esta tradición exegética las palabras del ángel a María:
Dios te salve, llena de gracia, o completamente agradable a Dios y
amada por El, no están limitadas en el tiempo, de manera que excluyan
algún período inicial de la vida de María; al contrario, la
Santísima Virgen no hubiese recibido esta plenitud de gracia si su alma
hubiese estado ni un instante en el estado de muerte espiritual, coma
consecuencia del pecado original, si hubiese estado privada un momenta
de la gracia, aparrada de Dios, hija de ira, en una servidumbre bajo el
poder del demonio. S. Proclo dice que fué "formada de un barro
puro" (7). Teodoto de Ancira dice que "el Hijo del Altísimo
nació de la Excelsa" (8). S. Juan Damasceno escribe que María es
la hija santísima de Joaquín y Ana y que "escapó de los dardos
inflamados del maligno" (9), que es un nuevo paraíso "en
donde la serpiente no tiene entrada furtiva" (10), que está exenta
de la deuda de la muerte, una de las consecuencias del pecado original
(11) y debió estar exenta, por lo tanto, de la común ruina.
Si María hubiese contraído el pecado original, la plenitud de gracia
hubiese estado restringida, en el sentido de que no hubiese abarcado
toda su vida. La Iglesia, interpretando las palabras de la salutación
angélica a la luz de la Tradición y con la asistencia del Espíritu
Santo, vió en ellas, implícitamente revelado, el privilegio de la
Inmaculada Concepción, no como el efecto en la causa que puede existir
sin él, sino como una parte en el todo y la parte está actualmente, en
el todo, anunciada implícitamente al menos esta verdad. S. Justino
(12), S. Ireneo (13), Tertuliano (14), contraponen a Eva, causa de la
muerte, y a María, causa de la vida y de la salvación. Esta antítesis
es constantemente renovada por los Padres (15) y se encuentra en los
documentos más solemnes del magisterio supremo, en particular en la
bula Ineffabilis Deus. Esta antítesis nos la presentan como perfecta,
sin ninguna restricción y para que lo sea, es necesario que María haya
sido superior a Eva en todo momento, y por lo tanto no haya sido
inferior a ella en el primer instante de su vida. Los SS. Padres dicen
frecuentemente de María que fué inmaculada, que fué siempre bendecida
por Dios por respeto de su Hijo, que es intemerata, intacta, impolluta,
intaminata, illibata, sin mancha alguna.
S. Efrén al comparar Eva y María dice: "Ambas son en su origen
inocentes y puras, pero pronto Eva se convierte en causa de la muerte, y
María, de la vida" (16). Dirigiéndose al Señor, dice también:
"Vos, Señor, y vuestra santa Madre sois los únicos perfectamente
hermosos bajo todos los conceptos. En vos no hay ninguna falta, y en
vuestra Madre, ninguna mancha. Los demás hijos de Dios no se acercan,
ni con mucho, a esta hermosura" (17)
S. Ambrosio dice, igualmente, de María, que está exenta de toda mancha
del pecado " per gratiam ab omni integra labe peccati" (18), y
S. Agustín nos dice que "el honor de Cristo no permite ni promover
siquiera la cuestión del pecado, respecto a la Santísima Virgen
María" (19) mientras que si se les pregunta a los santos:
",Estáis sin pecado?" , todos nos responderán con el
Apóstol S. Juan (I Joan., t, 8) : "Si decimos que no tenemos
pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no hay verdad en
nosotros." Otros dos textos de S. Agustín parecen indicar que la
afirmación referente a la exención de María de todo pecado se refiere
y se puede extender a la inmaculada Concepción (20). Se encontrarán
otros muchos textos y testimonios de los SS. Padres en las obras de
Passaglia (21), Palmieri (22) y Le Bachelet (23).
Hay que agregar que, desde los siglos VII y VIII, se celebraba en la
Iglesia, sobre todo en la griega, la fiesta de la Concepción de la
Bienaventurada Virgen María; en Sicilia en el siglo IX , en Irlanda en
el x, y en el en casi toda Europa.
El Concilio de Letrán del 649 (Denz., 256) llama a María
"inmaculada". En 1476 y 1483, Sixto IV habla en favor del
privilegio a propósito de la fiesta de la Concepción de María (Denz.,
734). El Concilio de Trento (Denz., 792) declara, al hablar del pecado
original que alcanza a todos los hombres, que no es su intención,
incluir en él a la inmaculada Virgen María. En 1567 es condenado Bayo
por haber enseñada lo contrario (Denz., 1073). En 1661, Alejandro VII
afirma este privilegio, al decir que casi todas las iglesias de la
cristiandad lo admiten aunque no haya sido definido todavía (Dent.,
1100). Y finalmente, el 8 de diciembre de 1854, se promulga la
definición solemne (Denz., 1641).
Es necesario reconocer que en los siglos XII y XIII, grandes
doctores, como S. Bernardo (24), S. Anselmo (25), Pedro Lombardo (26),
Hugo de S. Víctor (27), S. Alberto Magno (28), S. Buenaventura (29),
Santo Tomás (30), fueron poco favorables al privilegio porque no
habían considerado el instante mismo de la animación o de la creación
del alma de María, y no distinguieron con precisión, con la idea de
redención pres ervadora, que María, que debía incurrir en la mancha
heredtaria, no incurrió de hecho. No han distinguido entre
"debebat contrahere" y " contraxit peccatum".
Veremos después, sin embargo, que existen en la vida de Santo Tomás
tres períodos distintos sobre este punto, y que si en el segundo no
afirma el privilegio y hasta parece que lo niega, en el primero lo
afirma y también, según parece, en el último.
Razones teológicas del privilegio de la Inmaculada Concepción
La principal razón de conveniencia de este privilegio es el desarrollo
de la que aduce Santo Tomás para demostrar la conveniencia de la
santificación de María en el seno de su madre antes de su nacimiento
(IIIª, q. 27, a. 1): "Hay que creer razonablemente que la que
debía engendrar al Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad, ha
recibido más que persona alguna los privilegios mayores de la gracia.
Si Jeremías y S. Juan Bautista han sido santificados antes de su
nacimiento, habrá que creer razonablemente que lo mismo sucedió con
María." Santo Tomás dice también, ibid., a. 5: "Cuanto más
cerca está uno de la fuente de las gracias, más se recibe de ella y
María ha sido la que más cerca ha estado del principio de la gracia
que es Cristo" (31).
Pero es necesario desarrollar esta razón de conveniencia para llegar
hasta el privilegio de que estamos hablando.
Fué una gloria de Scoto (y los tomistas deben tributarle el honor de
reconocer que su adversario vió claro en este punto) el haber puesto en
claro la gran conveniencia de este privilegio respondiendo a esta
dificultad propuesta por muchísimos teólogos y por Santo Tomás:
Cristo es el Redentor universal de todos los hombres sin excepción
(Rom., III, 23; v, 12, 19; Gil., III, 22; II Cor., v, 14; I Tim., II,
16). Ahora bien, si Maria no contrajo el pecado original, no fué
redimida por Cristo, no fué, pues, rescatada por Él.
Duns Scoto (32) responde a esta dificultad con la idea de la redención
no libertadora, sino preservadora; hace ver toda la conveniencia, y por
lo menos en ciertos lugares, sin aludir a su opinión especial sobre el
motivo de la Encarnación, de tat manera que esta importantísima razón
de conveniencia se puede admitir independientemente de esta
opinión.
Esta razón es la siguiente: Conviene que el perfecto Redentor ejerza
una redención soberana, por lo menos con respecto a la persona de
María que debe asociársele más íntimamente que ninguna otra en la
obra de la redención de la humanidad. Ahora bien, la redención suprema
no es la liberación del peca-do ya contraído, sino la preservadora de
toda mancha; de la misma manera que el que libra a alguno de un golpe
mortal, es más salvador todavía que si le curara las heridas
producidas por el golpe. Es, pues, conveniente en sumo grado que el
perfecto Redentor haya preservado, por sus méritos, a su Madre de
todo pecado original y también de toda falta actual. El argumento
había sido esbozado anteriormente por Eadmero (33) y tiene
evidentemente raíces profundas en la Tradición.
Esta razón de conveniencia está, en cierta manera, indicada en la bula
Ineffabilis Deus, con algunas otras más. Se dice en ella que el honor,
lo mismo que el deshonor de los padres repercute en sus hijos y no
convenía que el perfecto Redentor hubiese tenido una Madre concebida en
el pecado.
Además, como el Verbo procede eternamente de un Padre santo por
excelencia, convenía que en la tierra naciese de una Madre a la que
jamás hubiese faltado el resplandor de la santidad.
En fin, para que María pudiese reparar la caída de Eva, vencer las
artimañas del demonio y darnos a todos, con Cristo, por El y en El, la
vida sobrenatural, convenía que ella misma no hubiese estado jamás en
el estado humillante de la esclavitud del pecado y del demonio.
Si se objetase que sólo Cristo es inmaculado, es fácil responder:
Sólo Cristo lo es por sí mismo, y por el doble título de la unión
hipostática y de su concepción virginal; María lo es por los méritos
de su Hijo.
Las consecuencias del privilegio de la Inmaculada Concepción pueden
desarrollarse tal como lo hacen los grandes escritores místicos.
María ha sido preservada de las consecuencias deshonrosas y desastrosas
del pecado original, que son la concupiscencia y la inclinación al
error.
Hay que reconocer, después de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, que el foco de la concupiscencia no sólo estuvo dominado
en María desde el seno de su madre, sino que no existió en ella
jamás. Ningún movimiento de su sensibilidad podía ser desordenado y
prevenir su juicio y su consentimiento. Existió siempre en ella la
subordinación perfecta de la sensibilidad a la inteligencia y a la
voluntad, y de la voluntad a Dios, como en el estado de inocencia. Y por
esto María es la virgen de las vírgenes, purísima, "inviolata,
intemerata", torre de marfil, el espejo purísimo de Dios.
María, igualmente, no estuvo jamás sujeta al error, a la ilusión;
su juicio fué siempre claro y recto. Si no tenía luz suficiente
sobre alguna cosa, suspendía el juicio y evitaba la precipitación
que es la causa del error. Es, como lo dicen las letanías, Sede de la
Sabiduría, la Madre del Buen Consejo. Todos los teólogos reconocen que
la naturaleza le hablaba del Creador más profundamente que a los
mayores poetas, y que tuvo, ya en este mundo, un conocimiento profundo y
sencilla-mente superior de lo que dicen las Escrituras acerca del
Mesías, de la Encarnación y de la Redención. Estuvo, pues, exenta por
completo, de la concupiscencia y del error.
Pero ¿por qué el privilegio de la Inmaculada Concepción no sustrajo a
María del dolor y de la muerte, consecuencias del pecado
original?
El dolor y la muerte de María, en verdad, lo mismo que en Jesucristo,
no fueron como en nosotros, consecuencias del pecado original que no los
había ajado ni manchado. Fueron consecuencias de la naturaleza humana,
que de por sí, como la naturaleza del animal, está sujeta a los
dolores y a la muerte corporal. Sólo por privilegio especial estaba
exento de los dolores y de la muerte, Adán, si hubiese conservado la
inocencia.
Jesús, para ser nuestro Redentor con su muerte sobre la cruz, fué
virginalmente concebido en carne mortal, in carne passibili, y aceptó
voluntariamente los sufrimientos y la muerte por nuestra salvación.
María, a su ejemplo, aceptó voluntariamente el dolor y la muerte
para unirse al sacrificio de su Hijo para expiar en unión de El y por
nosotros y para res-catarnos.
Y, cosa sorprendente y admiración de las almas contemplativas, el
privilegio de la Inmaculada Concepción y la plenitud de gracia, lejos
de sustraer a María al dolor, aumentaron enormemente en ella la
capacidad de sufrir por las consecuencias del mayor de los males, el
pecado. Precisamente porque era absolutamente pura, porque su corazón
estaba abrasado por la caridad divina, María sufrió excepcionalmente
los mayores tormentos, de los que nuestra ligereza nos libra. Sufrimos
por lo que hiere nuestra susceptibilidad, nuestro amor propio, nuestro
orgullo. María sufrió por el pecado, en la misma medida de su amor
para con Dios a quien el pecado ofende, en la medida de su amor por su
Hijo al que crucificó el pecado, en la medida de su amor por nuestras
almas, a las que destruye y mata el pecado. El privilegio de la
Inmaculada Concepción, lejos de sustraer del dolor a María, aumentó
tanto sus sufrimientos y la dispuso tan bien para soportarlos que no
desperdició el mínimo y los ofreció con los de su Hijo por nuestra
salvación.
Pensamiento de Santo Tomás sobre la Inmaculada Concepción
Se puede, según parece, y como lo han indicado algunos comentaristas,
distinguir sobre este punto, tres períodos en el pensamiento de Santo
Tomás.
En el primero, al principio de su carrera teológica (1253-54), afirma
el privilegio, por el motivo, probablemente, de la tradición clara y
manifiesta de la fiesta de la Concepción celebrada en muchas Iglesias y
por el piadoso fervor de su admiración por la santidad perfecta de la
Madre de Dios. Escribió entonces (I Sent., d. 44, q. 1, a. 3, ad 3):
"Puritas intenditur per recessum a contrario quod nihil purius esse
potest in rebus creatis, si nulla contagione peccati inquinatum sit; et
talis fuit puritas beaty Virginis, quae a peccato originali et actuali
inmunis fuit." Según este texto, la pureza de la bienaventurada
Virgen fué tal que quedó exenta del pecado original y actual.
En el segundo periodo, al ver mejor las dificultades del problema, Santo
Tomás duda y no se decide y pronuncia, pues los teólogos de su tiempo
sostienen que María es inmaculada independientemente de Ios méritos de
Cristo. Rehuye admitir esta posición por el dogma de la redención
universal que, sin excepción, proviene del Salvador (Rom., III, 23; v,
12, 19; Gil., III, 22, II Cor., v, 14; I Tim., u, 6). Entonces fué
cuando en la III ª , q. 27, a. 2, planteó así la cuestión: ¿Fué
santificada la bienaventurada Virgen, antes de la animación, en la
concepción de su cuerpo? Pues según él y otros muchos teólogos, la
concepción (inicial) del cuerpo se distingue de la animación o
creación del alma, posterior en mes poco más o menos, y que hoy se
llama concepción pasiva consumada.
El santo doctor da, al principio de este articulo, cuatro argumentos
en favor de la concepción inmaculada, aun anterior, cronológicamente,
a la animación. Después responde: "La santificación de la
bienaventurada Virgen no se concibe antes de la animación: 1 º ,
porque esta santificación debe purificarla del pecado original, el cual
no puede ser borrado más que por la gracia, que tiene por sujeto al
alma misma; 2°, si la Virgen María hubiese sido santificada antes de
la animación, no hubiese incurrido jamás en la mancha del pecado
original y no hubiese tenido necesidad de ser rescatada por Cristo... Y
esto es un inconveniente porque Cristo es el Salvador de todos los
hombres" (I Tim., II, 6. — Item ad 2).
Aun después de la definición dogmática de 1854 es verdad afirmar que
María no fué santificada antes de la animación; pero añade Santo
Tomás, al fin del cuerpo del artículo: "Unde relinquitur, quod
sanctificatio B. Virginis fuerit post ejus animationem." Sólo
queda, según él, que haya sido santificada después de la animación.
No distingue, como lo ha hecho mu chas veces en otras partes, la
posteridad de naturaleza, que puede y se debe admitir todavía hoy, de
la posterioridad de tiempo, que es contraria al privilegio de la
Inmaculada Concepción. E igualmente, ad 2, dice Santo Tomás de la
Virgen María: " Contraxit originale peccatum " (34).
Todo su argumento tiende a demostrar que Mara, siendo descendiente de
Adán por generación natural, debía incurrir en la mancha original.
Pero no distingue bastante, este debitum incurrendi del hecho de
incurrir en esta falta.
En cuanto a la cuestión de saber en qué momenta exacto fué
santificada la Virgen María en el seno de su madre, no se pronuncia.
Declara que la santificación siguió inmediatamente a la animación,
cito post, dice en los Quodlibetos w, a. 7; pero el momento se ignora,
" quo tempore sanctificata fuerit, ignoratur " (IIIª, q. 27,
a. 2, ad 3) .
En la Suma, Santo Tomás no examina la cuestión: María ha sido
santificada, en el mismo instante de la animación. S. Buenaventura
había planteado también el problema y lo había resuelto
negativamente. Santo Tomás no se pronuncia claramente; se inspira
probablemente en esto, en la actitud reservada de la Iglesia Romana que
no celebraba la fiesta de la Concepción, celebrada en otras iglesias
(cf. ibídem, ad 3). Esta es, por lo menos, la interpretación del P.
Norb. del Prado, O. P., Santo Tomás y la Inmaculada Concepción,
Vergara, 1909; del P. Mandonnet, O. P., Dict. de theol. cath., art.
Frères Prêcheurs, col. 899, y del P. Hugon, Tractatus dogmatici, t.
II, 5ª edic., 1927, p. 749. Según estos autores, la opinión de Santo
Tomás, aun en este período de su carrera profesional, sería la
expresada mucho tiempo después por Gregorio XV en sus cartas de 4 de
julio de 1622: " Spiritus Sanctus nondum tanti mysterii arcanum
Ecclesiae sum patefecit."
Los principios aducidos por Santo Tomás no concluyen del todo contra el
privilegio, y subsisten perfectamente si se admite la redención
preservadora.
Se objeta, sin embargo, un texto difícil que se encuentra in III Sent.,
dist. III, q. 1, a. 1, ad 2ª q: " Sed nec etiam in ipso instanti
infusionis (animae), ut scil. per gratiam tune sibiinfusam conservaretur
ne culpam originalem incurreret. Christus enim hoc singulariter in
humano genere habet, ut redemptionem non egeat "El P. del Prado y
el P. Hugón, loc. citat., responden: "El sentido puede ser: la
Santísima Virgen no estuvo preservada en el sentido de que no debía
incurrir en la mancha original, pues no hubiese tenido necesidad de
redención." Se echa de menos, evidentemente, la distinción
explícita entre el debitum incurrendi y el hecho de incurrir en la
mancha original.
En el último período de su carrera, en 1272 6 1273, Santo Tomás, al
escribir la Expositio super salutationem angelicam, ciertamente
auténtica (35) dice: Ipsa enim (beata Virgo) purissima fuit et
quantum ad culpam, quia nec originale, nec mortale, nec veniale peccatum
incurrit.
Cf. J. F. Rossi, C. M., S. Thomae Aquinatis Expositio salutatione
angelicae, Introductio et textus. Divus Thomas (Pl.), 1931, pp. 445-479.
Separata, Piacenza, Collegio Alberoni, 1931 (Monografía del Colegio
Alberoni) in 8. En esta edición crítica del Comentario del Ave María,
se demuestra, pp. 11-15, que el pasaje relativo a la Inmaculada
Concepción se encuentra en 16 de los 19 manuscritos consultados por el
editor, que se decide por su autenticidad, y pone en el apéndice
fotografías de los principales manuscritos. (36)
Sería de desear que se hiciese para cada uno de los principales
opúsculos de Santo Tomás un estudio tan concienzudo (37).
Este texto, a pesar de las objeciones hechas por el P. P. Synave (38)
parece que es muy auténtico. Si así fuera, Santo Tomás, al fin de su
vida, después de madura reflexión habría vuelto a la afirmación del
privilegio que había sostenido primeramente en el I Sent., dist. 44, q.
1, a. 3, ad 3, guiado sin duda de la piedad hacia la Madre de Dios. Se
pueden notar también otros indicios de este retorno a su primera manera
de pensar. (39)
Esta evolución, por lo demás, no es rara en los grandes teólogos,
que afirman, llevados de la Tradición, primero un punto de doctrina sin
ver todavía todas las dificultades; se vuelven luego más reservados y
finalmente la reflexión los conduce al punto de partida, al darse
cuenta de que los dones de Dios son más ricos de lo que nos parece, y
que no hay que limitarlos sin justas razones. Como lo hemos visto, los
argumentos invocados por Santo Tomás no concluyen contra el
privilegio y hasta nos conducen a él cuando se tiene la idea explícita
de la redención preservadora.
Recientemente, el P. J. M. Vosté, O. P., Commentarius in III am P.
Summae theol. S. Thomae (in q. 27, a. 2), 2 edición, Roma, 1940, acepta
la interpretación de J. Rossi y sostiene él también que Santo Tomás,
al fin de su vida, llegó, después de reflexionar, a la afirmación del
privilegio que había sostenido en el principio de su carrera
teológica. Por lo menos, es seriamente probable que así fué.
Notas:
(1) Cf. Segundo Concilio de Orange, DENZ., 174-175. —Concilio de
Trento, DENZ., 788-9.
(2) Concilio de Trento, DENZ., 789: " Si quis Adae praevaricationem
sibi soli et non ejus propagini asserit nocuisse, acceptam a Deo
sanctitatem et justitiam, quam perdidit, sibi soli et non nobis eum
perdidisse; aut inquinatum illum per inobedientia: peccatum mortem et
pcenas corporis tantum in omne genus humanum transfudisse, non autem
peccatum quod est mors anima; A. S." El pecado es la muerte del
alma, por la privación de la gracia santificante, que es la vida
sobrenatural del alma y el germen de la vida eterna.
(3) Este aspecto de la definición dogmática está muy bien explicado
por el P. X. - M. LE BACHELET, S. J., en el Dictionnaire apologétique, art. Marie, sección Immaculée Conception, t. III,
col. 220 ss.
(4) Según las palabras de S. AGUSTÍN, De Genesi ad litteram, lib. X,
c. 19 y 20, Cristo fué en Adán "non secundum seminalem
rationem", sino sólo "secundum copulatam
substantiam".
(5) Sobre la interpretación de esta profecía del Génesis, cf.
TERRIEN, La Madre de Dios y de los hombres, Editorial Poblet, Buenos
Aires, 1945, t. II. La antítesis entre Eva y María es expuesta por S.
Justino, S. Ireneo, S. Cirilo de Jerusalén, S. Efrén, S. Epifanio, S.
Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín, S. Juan Crisóstomo, etc. Cf. Dict.
Apol., art. citado, col. 119.
(6) Cf. Dict. de Théol., art. Ephrem, col. 192.
(7) Orat. VI, 2; P. G., LXV, 733; cf. 751 s., 756.
(8) Horn. VI, in sanctam Mariam Dei genitricem, 11-12; P. G., LXXVII,
1426 ss.
(9) Horn. I in Nat., 7; P. G., XCVI, 672.
(10) Horn. II in dormit., 2, col. 725.
(11) Horn. II in dormit., 3, col. 728.
(12) Dial. cum Tryphone, 100; P. G., VI, 709 ss.
(13) Adv. Haereses, III, XXIl, 3, 4; P. G., VII, 858 ss., 1175.
(14) De carne Christi, XVII; P. L., II, 782.
(15) Por ejemplo S. Cirilo de Jerusalén, S. Efrén, S. Epifanio, S.
Ambrosio, S. Jerónimo, S. Agustín, S. Juan Crisóstomo, etc.
(16) Oper. Syriaca, edic. Roma, t. II, p. 327.
(17) Cf. G. BICKELL, Carmina Nisibena, Leipzig, 1866, pp. 28-29. G.
Bickell deduce de este y otros pasajes que S. Efrén es un testigo del
dogma de la Inmaculada Concepción.
(18) In Psal. CXVIII, 22, 30; P. L., XV, 1521.
(19) De natura et gratia, XXXVI, 42; P. L., XLIV, 267.
(20) Contra Julianum pelagianum, V, XV, 57; P. L., XLIV, 815; Opus
imperfectum contra Julianum, IV, CXXII; P. L., XLV, 1418.
(21) De immaculato Deiparae conceptu.
(22) Thesis 88.
(23) Dict. Apol., art. Marie, Immac. Concep., col. 210-275.
(24) Epist. ad canonicos Lugdunenses.
(25) De conceptione virginali.
(26) In III Sent., dist. 3.
(27) Super Missus est.
(28) Item Super Missus est.
(29) In III Sent., dist. 3, q. 27.
(30) III, q. 27, a. 1 y 2.
(31) III, q. 27, a. 5. SANTO Tomás da también ibid., a. 3, 4, 5, 6,
los argumentos de conveniencia a propósito de la primera santificación
y que están aducidos en la bula Incafabilis Deus, para la Inmaculada
Concepción, en particular (a. 4), que María, predestinada para ser
Madre del Salvador, debía ser digna de El, porque el honor de los
padres y también su deshonra se refleja sobre sus descendientes, y
porque tenía una "afinidad singular" con el Hijo de Dios
hecho carne, concebido por ella, que en ella moró y al que dió a
luz.
(32) In III Sent., disp. III, q. 1 (ed. Quaracchi) y edit. Vives, XIV,
159; y Reportata, lib. III, dist. III, q. 1, edic. Vives, XXIII,
261.
(33)Tractatus de Conceptione sancta. Maria; P. L., CLIX, 301, 318.
Eadmero, discípulo de S. Anselmo, comenzaba así, en el siglo XIII, la
síntesis de los elementos de la Tradición Griega.
(34) Fundados en estos textos, muchos intérpretes han dicho que Santo
Tomás negaba el privilegio y así piensa el P. LE BACHELET, Diet.
Théol., art. Immaculée Conception, col. 1050-1054.
(35) S. Thomae Aq. opuscula omnia, edic. Mandonnet, París, 192 7 , t.
I, introd., pp. XIX-XXII.
(36) El Bulletin Thomiste de julio-diciembre 1932, p. 564, dice: “Este
excelente trabajo, probo y serio, será bien acogido ... por la paciente
elaboración del texto parece excelente bajo todos los conceptos.”
(37) Se ha objetado, no obstante (Bulletin Thomiste, julio-diciembre
1932, p. 579): en el mismo opúsculo se dice, un poco más arriba:
"Ipsa (Virgo) omne peccatum vitavit magis quam alius sanctus,
praeter Christum. Peccatum autem aut est originate et de isto fuit
mundata in utero; aut mortale aut veniale et de istis libera fuit. Sed
Christus excellit B. Virginem in hoc quod sine originali conceptus et
natus fuit. Beata autem Virgo in originali concepta, sed non nata."
Existe contradicción entre este texto y el que aparece bien auténtico,
unas líneas más abajo. Es inverosímil que a pocas líneas de
distancia se encuentren el sí y el no. La dificultad desaparece si se
tiene en cuenta que para Santo Tomás la concepción de cuerpo, en el
principio de la evolución del embrión, precede, por lo menos en un
mes, a la animación, que es la concepción pasiva consumada, antes de
la cual no existe la persona, pues todavía no existe el alma
racional.
(38) Bulletin Thomiste, julio-diciembre 1932, p. 579.
(39) En particular en el Compendium theologiae, redactado en Nápoles en
1272-73 e interrumpido por la muerte, Santo Tomás escribió, cap. 224:
" Non solum a peccato actuali immunis fuit (B. M. Virgo), sed etiam
ab originali, speciali privilegio mundata... Est ergo tenendum quod
cum peccato originali concepta fuit, sed ab eo, quodam speciali modo,
purgata fuit.
Tomado
de “La Madre del Salvador y nuestra vida interior” Ediciones
Desclée, de Brouwer, Buenos Aires, 1947.
Fuente:
statveritas.com.ar
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