Santificación de la 'Segunda Eva' : Concepción Inmaculada.         

Padre Jose M. Bover S.J.

 

La demostración de la concepción inmaculada de María por el Protoevangelio se ha hecho ya tan vulgar, que bastará sólo el mencionarla. Allí, en efecto, la asociación de la Mujer con su Descendencia y su oposición irreducible de enemistad y de lucha con la serpiente alcanzan tal relieve, que constituyen un testimonio, implícito, si se quiere, pero inequívoco y terminante, de la concepción inmaculada de María. Sólo añadiremos que esta demostración, acreditada por hallar cabida en la bula Ineffabilis, de Pío IX, ocupa el primer lugar en los tratados de los más ilustres teólogos modernos. 

En San Pablo, según lo dicho anteriormente, la solidaridad de Cristo con su Madre y su oposición contra Satanás son incomparablemente más vigorosas. Luego con sola esta consideración adquiere mucha mayor consistencia la demostración bíblica de la concepción inmaculada de la Madre de Dios, basada en el Protoevangelio. 

Mas no será inútil explanar estos conceptos y confirmarlos de paso con otros textos del Apóstol.

El contraste de Cristo con Adán entraña una sustitución absorbente. Adán queda destituido o depuesto de su antigua dignidad de cabeza de la humanidad, y en su lugar Cristo queda constituido cabeza, principio, jefe único y soberano de la nueva humanidad, a la cual absorbe, cifra y compendia en sí de una manera tan real como inefable. Este poder de atracción absorbente, de cohesión vivificadora, que posee el nuevo Adán, es, sin comparación, superior al del antiguo. Ahora bien, la primera que Cristo asocia a sí indisolublemente y con cierta prioridad a la ejecución de su obra regeneradora es la Virgen María, cuya única razón de ser es precisamente esta asociación suya como Madre, como nueva Eva, al segundo Adán. Con esto María adquiere un lugar privilegiado, único, anticipado, permanente, desde el primer instante y en virtud de su eterna predestinación y elección, al lado de Cristo. 

Luego si ya la posición de la Mujer al lado de la Descendencia la eximía de toda participación en el pecado de Adán, mucho más la eximirá esta asociación más estrecha con el segundo Adán. 

Pues ya la oposición entre Cristo y Satanás, entre el jefe del reino de la gracia y el jefe del reino del pecado, es radical en San Pablo. ¿Quién no recuerda aquellas apremiantes palabras del Apóstol a los Corintios: ¿Qué participación hay entre las justicia y la iniquidad? ¿O qué comunicación de la luz con las tinieblas? ¿O qué concordia entre Cristo y Belial?(2 Cor. 6,14-15). Y a los Efesios escribe: Revestíos de la armadura de Dios para que podáis manteneros firmes contra las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potencias (infernales), contra los jefes mundanos de estas tinieblas, contra las huestes de los espíritus malignos (Ef. 6,11-12). Y poco antes escribe a los mismos Efesios: Vosotros (un tiempo) estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de 

este mundo, conforme al príncipe de la potencia del aire, el espíritu que (aun) ahora ejerce su influjo en los hijos de la rebeldía.., y éramos por naturaleza hijos de la ira, como los demás (Ef. 2,1-3). Entre estos dos campos: el campo del mal y del pecado, el campo del bien y de la gracia, el de Satanás y el de Cristo, no existen neutrales: adherirse al uno es declarar la guerra al otro; estar perpetuamente asociado al uno es mantener perpetua guerra con el otro. Entre el uno y el otro no existen otras relaciones que las del odio, la enemistad y la lucha. María, por tanto, asociada a Cristo perpetuamente, está en perpetua hostilidad con Satanás, ha roto con él toda relación de paz, está fuera de su influjo venenoso, no conoce el pecado. Luego siempre fue pura, siempre inmaculada, concebida sin pecado. Ciertamente, para San Pablo estar muerto por los delitos y pecados, ser hijo de rebeldía, es recibir el influjo del espíritu infernal: el que por la gracia y la misericordia de Dios es rescatado de la tiranía de Satanás y sustraído a su maléfico influjo, queda, por el mismo caso, exento del yugo del pecado, es asociado a la vida y a las gloriosas riquezas de Cristo, hecho en El una nueva hechura y creación de Dios (Ef. 2,4.10). 

En suma, que no hay pecado sino en la unión con Satanás; que en la unión con Cristo no hay sino gracias, y bien, y bendición. Y si es verdad, como asegura el Apóstol, que no existe condenación ninguna para los que están en Cristo Jesús (Rom. 8,1), nunca, ciertamente, tocó a María la maldición fulminada por Dios sobre la raza pecadora de Adán, dado que desde su eterna predestinación y desde el primer instante de su existencia está siempre en Cristo Jesús. En la economía de la gracia, la ejecución responde a los decretos eternos del consejo divino; y en el plan divino, María es la Madre del Redentor: tal es su carácter único y total. 

Sin tener el mismo valor que las precedentes, no es despreciable otra consideración. Suele decirse, y muy bien, que la maternidad divina exigía en María la exención completa y universal del pecado. San Pablo insinúa esta consideración, si bien desde un punto de vista algo diferente. Dice en general de la mujer casada que será salva por la generación de hijos, con tal que permanezca en la fe, la caridad y la santidad unida a la templanza (1 Tim. 2,15). Quiere decir que, donde Dios no llama a una perfección superior, es la maternidad para la mujer casada principio de santificación. Pues donde la maternidad es divina, y la mujer llamada a esta excelsa dignidad no existe para otra cosa, esta maternidad ha de ser, sin duda, para ella principio poderosísimo y universal de santificación. Si toda maternidad, por ser el medio ordenado por la divina Providencia para la propagación del linaje humano, ejerce un influjo saludable en la mujer casada, la maternidad divina, ordenada a hacer entrar a Dios en la familia de los hombres, no puede menos de influir divinamente en la Mujer, que es la Madre de Dios. 

Para concluir este punto, dos palabras sobre el débito que tuvo la Virgen de incurrir en el pecado original. La concepción inmaculada fue para la Virgen un privilegio, sin el cual hubiera caído en el pecado de origen, como los demás hijos de Adán. Así lo reconocen generalmente los teólogos. La duda versa únicamente sobre la naturaleza o grado de este débito: si fue próximo o solamente remoto. La discusión de este punto nos llevaría muy lejos, y aun sería ajena a la índole del presente trabajo, más de investigación que de controversia. Sólo diremos que la fuerza de las razones aducidas para probar la concepción inmaculada de la segunda Eva se extiende proporcionalmente a la exención del débito próximo de incurrir en el pecado original. 

Extraído de José M. Bóver, Teología en San Pablo (BAC Madrid 1967) 392-394

Fuente: homiletica.com.ar