La Inmaculada Concepción 

Fray Manuel González de la Fuente, OP.

 

La fiesta que celebramos.

Grandes contenidos teológicos aparecen en la liturgia de este día en torno a María, la Madre de Dios. También nos ofrece la posibilidad de mirar a María como modelo de equilibrio y fidelidad. 

En la creación “vio Dios que todo era muy bueno”; pero por el diablo entró el pecado en el mundo y con el pecado la muerte. Se instauró el desorden, la falta de equilibrio dentro del mismo hombre y la distancia en sus relaciones con Dios y con el prójimo. 

María aparece, desde el primer momento, como modelo del orden, armonía, equilibrio, paz en la Humanidad, tanto en el interior de cada persona, como en sus relaciones con los demás: Es la victoria sobre el pecado, del bien sobre el mal..

Privilegios de María.
El hombre reconoce desde la propia experiencia la situación de pecado, soledad, ruptura, agresividad o envidia en que se halla inmerso. Una presencia tan misteriosa como evidente. El gran privilegio de María es que siempre en ella reinó equilibrio, obediencia, coordinación de sus deseos y actividades, belleza interior; es la acción de la gracia al devolver el orden original que el pecado había arrebatado a los hijos de Adán.

María fue concebida sin pecado, vivió sin pecado, murió sin pecado, siempre llena del Espíritu. Toda su trayectoria terrenal fue una libre y fiel cooperación con la voluntad de Dios, para que la salvación ofrecida por la encarnación del Verbo llegara a toda la Humanidad. Plena en su libertad, fidelísima en la obediencia; siempre en total armonía con la naturaleza creadora y la creada.

Maria realizó lo que toda la humanidad pudiera haber conseguido si no hubiera existido el pecado. Donde abundó el pecado sobre abundó la gracia: “Ella fue redimida de modo especial por los méritos de Cristo, preservada de incurrir en el pecado, por gracia y privilegio singular de Dios omnipotente y en vista de los méritos de Jesucristo, salvador del género humano”.

La realidad de los hombres de nuestro tiempo
.- Aspiraciones a la unidad.- Ante la experiencia íntima de división, de incoherencia, de fragilidad personal y social surge el afán de unidad, de armonía, equilibrio y paz universal.

El hombre siente en lo más profundo de su ser la necesidad del diálogo constante con los demás hombres y con Dios; una vida sin odios, ni envidias, en paz consigo mismo donde los instintos estén sometidos a la razón, y la razón con la voluntad a los mandatos de Dios. Armonía con la creación, sometiendo la naturaleza creada a su poderío, actuando como autor y colaborador del progreso técnico y científico, en favor de la misma criatura. El pecado impuso la ruptura, la violencia del hombre tanto con Dios y como con el resto de la naturaleza.

La humanidad sigue con sed de felicidad, pero no descubre la oferta de Dios para conseguirla: que todo es del hombre y para el hombre, el hombre de Cristo y Cristo de Dios. El triunfo sobre el pecado, principio de desorden, puede verificarse por la acción salvífica que Cristo ha ofrecido con su muerte y resurrección.

.- Es posible para nosotros. Lo que en María fue privilegio y excepción, se traslada a cada uno de los humanos por gratuidad y misericordia en el bautismo, para que lleguemos a ser santos, hijos de Dios por adopción. La grandeza del ser humano, en cuanto persona, radica en ser hijo de Dios, más allá del tener y poder que nuestras sociedades promueven. Ahora bien, el germen de santidad inicial, recibido en las aguas bautismales, requiere ser cultivado fiel y libremente durante toda la vida.

María se nos ofrece como modelo para admirar, agradecer y también para imitar, en aquello que sea posible. El itinerario en la fe y obediencia que ella recorre en su vida sin pecado, es el gran modelo en que nos podremos apoyar, y a la vez camino seguro de felicidad eterna.

Llamados a ser santos 
La llamada de Dios al crearnos se centra en que “nos eligió en la persona de Cristo para que fuésemos santos e inmaculados por el amor”.La realización de este misterio de salvación ha tenido diferentes tiempos, mediaciones y modos, pero todos (incluida María) coincidimos en haber sido liberados del pecado por los méritos de Cristo.

María está llena de Jesús, no solamente por haberle llevado en su seno, sino porque se convirtió en la primera discípula por la fe, y lo siguió en todo momento con un fiat (hágase) en plenitud. Lo que se inició en nosotros en el bautismo no se culminará sin nosotros: hemos de cooperar libremente para que la obra de Dios, en y a través de nosotros, llegue hasta el final.

En el bautismo, llenos de gracia, hemos emergido como hijos de Dios. Como María, humilde servidora, hallaremos oscuridades en la itinerancia, pero creyendo la promesa podremos confiar en las fuerzas del Espíritu, para que su obra llegue a plenitud.

Aplicaciones pastorales: 

1ª. Admirar, agradecer, alabar las obras grandes que Dios ha hecho en María. Acogernos a su protección maternal en todos los instantes de nuestra vida.

2ª. Reconocer, agradecer, estimar los dones personales que hemos recibido de Dios, de tal forma que sean instrumentos habituales para:

-quitar el (mal) pecado del mundo, con sus variantes de desorden, violencia, injusticia, odio … 

-cooperar a que crezca el bien en la humanidad, cultivando la paz, la amistad, la ecología, el justiprecio, la concordia entre los pueblos, la vida sana… 

Año litúrgico 2005 - 2006 - (Ciclo B) Lc 1,26-38
Magnificat
Pautas para la homilía 

Fuente: homiletica.com.ar