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La Purísima
Bernadino M. Hernando
¿Madre:
Ese título solemne de "Inmaculada Concepción de la Virgen Maria" que el
pueblo ha resumido de una vez en la palabra "Purísima", tiene una
historia larga, gloriosa, llena de azares, promesas, votos, luchas,
confesiones, dudas, gozos y lumbres del
corazón. Una historia que "acaba" el 8 de diciembre de 1854 cuando Pío
IX define solemnemente el dogma de tu Concepción Inmaculada. Pero hoy no
vengo a recordar historias, ni siquiera a cantarte glorias, sino a
decirte, Madre, cuánta falta
nos hace a todos tu existencia, tu límpieza total, tu purísima
concepción. Cuánta falta nos hace encontrar a alguien de los nuestros,
por lo menos a uno, a quien se pueda mirar sin sombra,
a quien se 'pueda alabar sin tacha, a quien se pueda amar sin reserva.
Hay una mística de la debilidad, pero necesitamos una mistíca de
fortaleza. Hay una mística de la perfección divina, pero necesitamos una
mística de, al menos, «una" perfección humana.
Que alguien de entre nosotros, sin abandonar la tribu, sea, como
hermosamente decía Peguy, "carnal y pura, al mismo tiempo, tan pura como
carnal, tan limpia como verdadera, tan real como maravillosa.
Necesitamos que existas tú para creer
un poco mejor en nosotros mismos, para sufrirnos mejor, para
desalentarnos un poco menos.
Estamos cansados, Madre y Señora, de encontrar sombras en todas partes,
hasta en la luz. De encontrar valles en todas las montañas, e impurezas
en todas las fuentes claras. Si sólo Dios es purísimo y la luz sólo está
en él, si sólo Dios carece de sombra de pecado, Dios se aleja, se nos
pierde, es aún más inalcanzable.
Con Dios encarnado, Jesús, hay un cálido acercamiento que estimamos y
agradecemos y alabamos. Pero Jesús es Dios, es Hombre, uno de nosotros,
es verdad... , pero Dios.
No se puede pedir lo imposible y de entre nosotros jamás hubiera salido
por las buenas. Tampoco tú has salido por las buenas, pero no eres Dios.
Tú eres mujer, pura raza humana, innegable brote del árbol podrido. Que
tú, rama nuestra, hermana, extraída de aquella raíz de la que todos
brotamos, seas rama purísima, luz total, exenta de mácula, es e!
cumplimiento de todas nuestras esperanzas, la sanación de todos nuestros
complejos, e! orgullo de la familia humana. No asciendas, Señora,
no subas al empíreo artificial de una lejanía de fe, quédate, siéntate,
escucha nuestro gozo, la alegría de cantarte sin la mínima duda de fallo
humano. Porque tú existes todo es más hermoso y la miseria de nuestras
vidas tiene un aliento de ternura
que nadie nos podrá arrebatar jamás.
No es cuestión de dogmas, de miedos inquisitoriales, de palabras
medidas, de cuidados por establecer tu redención preventiva.
Es cuestión de un llanto agradecido que nos cae de los ojos porque en tu
rostro medimos la grandeza del amor. El amor sin límites que nos ahogue,
por fin, en lugar de humedecemos los labios.
Necesitamos que tú existas, absolutamente pura, para existir nosotros
gozosamente hijos.
(El grano de mostaza)
Fuente: Antologia Mariana, Edibesa
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