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El Misterio de la Inmaculada
Karl Rahner
Pero nosotros conocemos por su nombre este
misterio, que pertenece también a nuestra existencia. Si conocemos
realmente a María como Virgen Inmaculada, no hemos amado y venerado sólo
a alguien a quien «también. se puede amar y
venerar, sino que hemos amado la realización creada y evidente de lo que
es esencial para realizar la piedad cristiana, a saber, el sí a la
superación radical del estado de que procedemos,
entrando en lo que determinó la existencia de la Santísima Virgen desde
su origen hasta su última profundidad: la gracia de Dios. Quien sepa
algo de historia del espíritu y de la teología cristiana (y barrunte,
por tanto, los peligros radicales de la
piedad) tendrá que conceder que el hombre está continuamente en la
terrible tentación de considerar la culpa y la gracia, la luz y las
tinieblas como polos dialécticamente opuestos, que
indisolublemente se condicionan, de la existencia humana, y hasta tener
por -íngenuo- a quien no haya entendido el -misterio del mal-, Quien
venere amorosamente a la Virgen inmaculadamente
concebida, está inmune de este peligro de la piedad.
Pertenece a los hijos del reino de los cielos cuya santa ingenuidad
auroral comprende que el único y feliz -sí- de Dios es anterior y
posterior a toda negación del hombre y de la criatura: incluso en el
mundo es anterior ya en María, la Inmaculada, y
posterior, pero victorioso, en nosotros. ¿Cómo podría una piedad
cristiana obstinarse en afirmar sólo abstractamente la verdad capital de
la primacía no-dialéctica de la gracia sobre la
culpa, si Dios ha dicho concretamente esta verdad en María Inmaculada?
(Escritos de Teología, IlI, Madrid, 1961, pp. 162-163)
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