La Virgen Maria, Madre de Jesús

Camilo Valverde Mudarra 

 

 San Juan, discípulo a quien Jesús proclamó “hijo” de María al confiársela desde la cruz, expresa su solicitud y predilección por la Santísima Virgen y, así, le concede gran preeminencia en sus páginas. Todo su evangelio está abrazado por la Madre del Señor: con ella lo comienza y con ella lo termina.  
  
1. EL VERBO SE HIZO CARNE. PRÓLOGO (Jn 1, 13-14)
  
Y el Verbo se hizo carne,
y habitó entre nosotros
y nosotros hemos visto su gloria,,
gloria cual de Unigénito, del Padre,
lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 14).
  
El Verbo viene al mundo y se hace hombre por medio de su Encarnación. De modo que teniendo la naturaleza de Dios,…se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres (Fil 2,6). Carne, en el sentido bíblico, significa “carne” con vida, es el hombre entero, con la fragilidad y condicionamiento inherente a la realidad de criatura (Sal 56, 5). María hace carne de su carne al Verbo, la Palabra de Dios, que existiendo desde el principio, pues vive y es en la eternidad, viene al mundo en la temporalidad; el Verbo que es descrito en su existencia eterna: “era” “existía” (1,1), actúa en un tiempo histórico: “se hizo”; a la duración eterna sucede el acto temporal: se hizo carne; es el momento en que una virgen dará a luz un hijo a quien ella pondrá el nombre de Emmanuel (Is 7,14). Una virgen que acepta gustosa con un sí incondicional y, proclamándose esclava del Señor, concibe y es madre. La encarnación entraña en sí dos conceptos de orden superior que se proclaman en la profesión de fe tradicional: “Natus est de Spiritu Sancto ex Maria virgine” (nació del Espíritu Santo y de María virgen). Es doctrina incuestionable de los evangelios: María es auténtica madre de Jesucristo y fue y es virgen. En su seno anidará el Verbo, el Hijo de Dios. Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado (Is 9, 5).  María da a luz al Unigénito del Padre, el Hijo Único de Dios. El Verbo se hace carne por generación divina; no de sangre, ni de voluntad de hombre, sino de Dios fue engendrado (Jn 1,13). Es descrito con los rasgos del Mesías del A.T. (Is 7, 14; 9,5-6; 2 Sm 7,9.13). Jesús es Dios y viene de Dios. Será grande y llamado Hijo del Altísimo, dignidad que marca la íntima unión que tiene con el Padre.
El Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución Dogmática “Lumen gentium” que dedica a la Virgen, dice: «Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande. Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia (cf. Lc 1,28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).  
2. LAS BODAS DE CANÁ 2, 1-11. 
  
Desde el punto de vista teológico, el episodio de las bodas de Caná es ante todo cristológico, pero, al mismo tiempo, es uno de los grandes textos mariológicos. El pasaje ocupa un lugar de preeminencia en el cuarto evangelio; se inicia la manifestación de Jesús; por eso, Jn lo llama el “comienzo de los signos”: 
Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, en la que estaba la madre 
 de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos (Jn 2, 1-2). 
  
No se dice quiénes eran los contrayentes. Hemos de pensar, al ser invitados Jesús, su madre y sus discípulos, que serían unos parientes o, quizás, unos amigos y seguidores de la actividad apostólica emprendida por el Maestro de Galilea. 
  
Mujer. 
  
Madre y mujer son términos fundamentales en esta perícopa. El narrador por tres veces utiliza la palabra madre. Y Jesús responderá a la demanda de María llamándola mujer. No madre como es lo lógico y lo que se espera:
  
Y como faltase el vino, su madre le dijo a Jesús: “No tienen vino”. Jesús le contestó: “¿A ti y a mí qué, mujer? Mi hora todavía no ha llegado” (Jn 2, 3-4).  
En una boda, los invitados se despreocupan, se divierten, comen y beben. María está en el entorno, en el cuidado de los otros y sus necesidades. Nadie había notado aún nada. “No tienen vino”. Ella, pendiente de los demás, acude a remediar y cubrir el apuro que sobreviene a los jóvenes esposos. María pide, pero no lo hace para ella; no pide, sólo expone el hecho, se limita simplemente a hacerle conocer el problema, a sabiendas de que su hijo la honrará obedeciendo aunque diga que su “hora no ha llegado”, pues la frase dicha con sentido interrogativo, es afirmativa: “¿mi hora no ha llegado?”. Ella recibe, como sin haberlo oído, lo que parece una respuesta desairada y negativa, pero, muy segura de sí, sin el menor ápice de duda, manda a los sirvientes de la casa que hagan lo que Jesús les va a decir: Su madre dijo a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Intuye a Jesús, sabe de Él, conoce a su Hijo.  
“En la vida pública de Jesús, aparece reveladoramente su Madre ya desde el principio, cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús, Mesías. A lo largo de su predicación, acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3,35; Lc 11,27-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2, 19 y 51)” (LG, 58).  
El llamar a su madre con el término, “mujer”, tiene la finalidad, como luego al pie de la cruz, de sublimar las relaciones familiares. Se llevan del ámbito estrictamente personal a un plano superior para asentar que la conexión con Dios es más valiosa que la de la sangre. De María mujer privada y privilegiada por su maternidad pasa a la “mujer” corredentora en la historia de la salvación y la Eva de la nueva creación.  
La hora.
  
La hora, que no es llegada, indica, no la de hacer milagros, sino la del tiempo supremo en que Jesús ha de cumplir en plenitud el cometido especialísimo para el que ha sido enviado. En expresión popular, se dice que uno tiene su sino y su hora; se desea buena o mala hora. En el “Cantar de Mío Cid” se le aplica el apelativo de el de buena hora, en variadas ocasiones: “Ya Campeador, en buena hora çinxiestes espada” (Poema, verso 41).Jesucristo, desde el principio de los tiempos, tiene asignada “su hora”. El Padre ha asociado una hora a su misión redentora.La hora tiene tanta trascendencia en el IV evangelio que toda la vida misionera y ministerial de Jesucristo está regida por ella. Se trata de una hora establecida por el Padre. El Hijo ha venido para aceptar esa hora (12,27). En la primera parte del evangelio, se dice que la hora no ha llegado (2,4; 7,8; 7,30; 8,20). En la segunda ya ha llegado (12,23.27;13,1; 17,1). Cuando su hora no ha llegado, sus enemigos no pueden nada contra él (8,20; 7,30). La de Caná no era su hora; a pesar de todo, Cristo la adelanta por un momento y hace el milagro, y con el milagro manifestó su gloria (2,11).
La hora de Jesucristo es, por tanto, la hora de la manifestación de su gloria, de su glorificación. Y esta es la hora de su muerte. Así lo manifestó él mismo poco antes de morir: Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado (12,23).
La hora de una persona es la hora culminante de su vida. Así, la hora de la mujer es su hora suprema, la hora del parto, la hora cumbre de sus sufrimientos y de su alegría (16,21). Con este ejemplo, Jesucristo quiere significar que su hora es la hora del supremo dolor, de su muerte en cruz, la hora en que realiza su obra, como la hora de los incrédulos judíos es la hora en que realizan su crimen (11,48.53.57). Ante esta hora Jesucristo se acongoja, como en Getsemaní, pero no quiere pedir al Padre que le libre de esta hora (12,27), pues tiene que morir, como el grano sepultado en la tierra.
Esta hora se identifica también con la hora de su glorificación, pues su muerte y su glorificación están fundidas y unificadas en la hora (12,23; 11,25.40; 13,31-32; 17,1.5.24). La glorificación de Jesucristo no es un estadio que sigue a su pasión. La pasión tampoco es un trance doloroso que tiene que experimentar Jesucristo, como paso hacia la gloria. En el IV evangelio, pasión y gloria se verifican en una misma hora. En una misma perspectiva, están contempladas la pasión, la muerte, la resurrección y la entronización de Jesucristo, el misterio indisoluble de sufrimiento y de gozo, de cruz y de luz.
  La madre es honrada y atendida. La voz de la mujer incitará poderosa y motivará que el Mesías esperado realice y adelante su primer signo manifestando su gloria entre los hombres:
  
Había allí seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una para los ritos de purificación de los judíos. Jesús les dijo: “Llenad de agua las tinajas”. (Jn 2, 6-7).  
Simbolismo. 
  
  Es entonces cuando la perícopa alcanza el cenit del símbolo: la conversión del agua en buen vino significa el don de la nueva alianza frente al judaísmo caduco. El milagro tiene lugar en el contexto de una boda, medio para representar la llegada de los tiempos mesiánicos, para indicar que a los hombres se les regalará con abundante vino y alegría (Si 31,27-28), tras inaugurarse el modo nuevo en que tendrán lugar las relaciones de Dios con la humanidad. Esta felicidad está prefigurada en la miniparábola de los esponsales:
  
 ¿Acaso pueden los compañeros del esposo afligirse mientras está con ellos el esposo? (Mt 9,15).
  
La bondad de Jesús, produciendo, en cantidad, 600 litros de un excelente vino, característica notoria de los tiempos y bienes mesiánicos, apunta al banquete futuro, a la rica abundancia del Reino y a la generosidad del Padre. El judaísmo, el A.T. y la humanidad representados en las viejas tinajas y en la escasez de vino, están acabados -no tienen vino-, les falta la exquisitez mesiánica. La ley antigua, con todos los ritos de purificación, tipificados en las seis tinajas de piedra -número imperfecto: siete menos uno- antes llenas de agua, ahora rebosantes de vino, caduca hoy, perece y queda abolida con la presencia de Jesús, en el quehacer salvífico del Hijo del Hombre que trae con Él el generoso y cálido vino del mensaje evangélico. El vino viejo que se agota simboliza el A.T. y el nuevo en gran cantidad y calidad, el Evangelio; el agua, la Antigua Alianza, se convierte en vino, la Nueva Alianza.
María es símbolo del Israel que ruega a Jesús que traiga los tiempos nuevos, como también los criados que harán lo que Él les diga, Israel ha de olvidarse de la vivencia antigua, hacer lo que dice Jesús y aferrarse a la novedad mesiánica. Si, en el relato del Génesis, Eva está con Adán y toma la iniciativa en lo que a la caída y el pecado se refiere, en el relato evangélico, la Nueva Eva incita el signo para hacer que el Nuevo Adán, tras manifestar su gloria, convoque a la nueva humanidad que habrá de gozar en la unión de su Creador, abrazando su Nueva Ley de amor. María es la intermediaria entre Cristo y los creyentes. Con la exhortación: haced lo que Él os diga, suscita en nosotros los “sirvientes” la “diakonía”, la perfecta docilidad a la palabra de su Hijo, que es la verdadera actitud que entraña la alianza nueva. Es la madre intercesora “de los miembros de Jesús que somos todos, pues cooperó con su caridad al nacimiento de los fieles en la Iglesia” (S. Agustín, De Virginitate 6). En la frase, hay resonancias de la voz del pueblo de Israel a los pies del Sinaí el “día de la reunión”: Nosotros haremos todo lo que el Señor ha dicho (Ex 19, 8), palabras con las que aceptaba unirse a Yahvé, su Dios, como la esposa al esposo. Así, quedaba concluido el desposorio de la alianza (Ez 16, 8) La referencia, tres días después, lo más lógico es tomarla como anotación del tiempo, que transcurre tras el encuentro y vocación de Felipe, en el contexto narrativo del esquema literario. Pero, es muy posible que estas indicaciones cronológicas, muy frecuentes en este evangelio, tengan también un valor simbólico y teológico.
Tres días estuvo Jonás en el vientre del pez y, al tercero, lo echó a la playa (Jon 2,1s). Jesucristo, al tercer día, según la Escritura, debía resucitar de entre los muertos (Jn 20, 9). Con la indicación del tiempo “tres días después”, si se tienen en cuenta los tres “al día siguiente” anteriores (1,29.35.43), completan los seis días de la creación (Gn 1), el evangelista señala que la obra de Jesús es una nueva creación. De ahí que, a su madre, la llame “mujer”, pues representa la primera mujer en el nacimiento de la nueva humanidad. Se inicia un tiempo nuevo.“A través de todas las generaciones, en la tradición de la fe y de la reflexión cristiana, la correlación Adán-Cristo frecuentemente acompaña a la de Eva-María. Dado que a María se la llama también "nueva Eva", ¿cuál puede ser el significado de esta analogía? Ciertamente es múltiple. Conviene examinar particularmente el significado que ve en María la manifestación de todo lo que está comprendido en la palabra bíblica "mujer", esto es, una revelación correlativa al misterio de la redención. María significa, en cierto sentido, superar aquel límite del que habla el libro del Génesis (3,16) y volver a recorrer el camino hacia aquel "principio" donde se encuentra la "mujer" como fue requerida en la creación y, consiguientemente, en el eterno designio de Dios, en el seno de la santísima Trinidad. María es "el nuevo principio" de la dignidad y vocación de la mujer, de todas y cada una de las mujeres” (MD, 11).Desde el profeta Oseas, las relaciones del pueblo con Dios se indicaban con la imagen matrimonial. Y, en esta boda de Caná, la otra que se representa, la unión que se evidencia, es la que, con la mediación de Jesús, los fieles y creyentes que seguirán sus pasos, realizarán con Dios. Ha llegado el tiempo de la redención, el Cordero que habrá de limpiar el pecado de los hombres comienza su proclama entre ellos, y lo hace tras atender el ruego de la mujer, algo que no sucede en ninguno de los tres evangelios sinópticos. Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus milagros, manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él (Jn 2,11).