Madre de Dios

 

Vicente Taroncher, capuchino 

 

En la octava de la celebración del nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén e íntimamente ligado a este misterio, los cristianos celebramos la divina maternidad de María.

Ningún dogma mariano está tan grabado en el corazón d e los cristianos como éste; y de ello nos hablan las Escrituras. Invocar a María es dirigirnos ala Madre de Dios. Ella fue designada por la beatísima trinidad, desde toda la eternidad, para recibir la misión de ser la madre de del Hijo de Dios. Y en virtud de esta misión recibirá el resto de los privilegios: Inmaculada, virgen, corredentora, asunta al cielo, etc. 

La maternidad divina de María es ya anunciada en el Antiguo Testamento por el profeta Isaías al dar a Acad, rey de Judá, de parte de Dios una señal de victoria sobre sus enemigos: "Una doncella –dice Isaías- dará a luz un hijo y le pondrá Enmanuel (Dios-con-nosotros)" en clara alusión a María . Y san Mateo que escribió su Evangelio para los cristianos procedentes del judaísmo, nos narra cómo esta profecía se cumplió setecientos años después en la persona de María "la Madre de Jesucristo", que, sin conocer varón, fue hallada encinta. Y, ante las lógicas dudas de José, su esposo, recibió el mensaje divino: "José, no temas recibir a María como tu mujer, porque lo que en ella ha nacido es obra del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo (el Enmanuel, Dios-con-nosotros) y le pondrás por nombre Jesús (Salvador), porque salvará a su pueblo de sus pecados". Por lo que María, anunciada como Isaías como signo de victoria, es proclamada por el ángel como instrumento de salvación de los hombres. 

Pero es san Lucas, que escribe su Evangelio para los cristianos procedentes del paganismo, el que abunda en mayores detalles sobre la concepción virginal y divina maternidad de María. En el rezo del Ángelus recordamos el misterio de la encarnación del Hijo de Dios en las purísimas entrañas de María; el ángel, dirigiéndose a María, la que no conoció varón, le dice: "Concebirás en tu seno y darás a la luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús (Salvador)"; y ante el interrogante de María le aclara: "El Espíritu Santo te cubrirá con su sombra...". Y, cumplido el tiempo, María, permaneciendo virgen, en medio de los cánticos angélicos y el gozo de los pastores, "dio a luz a su hijo primogénito", el Hijo de Dios, el Salvador del mundo. 

A fines del siglo primero aparecieron en la Iglesia naciente los primeros síntomas heréticos al querer negar la divinidad de Jesús y consecuentemente la maternidad divina de María. San Juan, en su Evangelio, disipa las dudas diciendo claramente: "Al principio era el Verbo y el Verbo era Dios... y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros... y a los que le recibieron les dio poder de ser hechos hijos de Dios". En consecuencia, María es verdadera Madre de Dios porque el Verbo se hace hombre en sus purísimas entrañas. Y nosotros, que por la fe recibimos a Jesús como Hijo de Dios y de María, somos elevados a la dignidad de hijos adoptivos de Dios e hijos espirituales de María. 

En sintonía con el evangelista, también san Pablo se viene a referir a la maternidad divina de María: "Cuando se cumplió el tiempo –nos dice- Dios envió a su Hijo al mundo, nacido de mujer (María)". Y lo maravilloso de esta maternidad divina es que el Hijo de Dios se hace Hijo de María para redimirnos del pecado y hacer a los hombres, que creen en Él, hijos adoptivos de Dios, estableciendo una nueva relación entre Dios y nosotros de paternidad-filiación, muy superior a la que teníamos desde el principio de creador-criatura. Por eso, continúa Pablo, "Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de sus Hijo que clama: "Abba, Padre". 

Y ese mismo Espíritu del Hijo de Dios, infundido por el padre en nuestros corazones y que nos hace hijos adoptivos de Dios, nos hace, a su vez, hijos espirituales de María, a quien con toda propiedad podemos llamar Madre y acudir a ella con plena confianza en los asuntos relacionados con nuestra salvación. 

Fuente: El Propagador, Capuchinos, Valencia, España