Solemnidad de la Madre de Dios

José María de Miguel, OSST

 

Homilía

Al comenzar hoy este nuevo año invocamos de Dios para todos vosotros y para vuestras familias su bendición de Padre misericordioso. El nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales, y por Cristo nos ha regalado el Espíritu Santo. En el umbral del año nuevo recordamos agradecidos que Dios nos ha dado la vida y nos mantiene en ella, que nos acompaña en el camino de la vida, y nos espera con los brazos abiertos al final de nuestra peregrinación por este mundo, porque él es el principio y la meta de nuestra historia.

Pero en este primer día del año nuevo celebramos de una manera particular a la Virgen María, la Madre de Jesús. Hace ocho días celebrábamos con gozo el nacimiento del Hijo, de Jesucristo, y hoy nos acordamos de aquella que lo dio a luz. Jesucristo es el Salvador de los hombres, aquel en quien se han cumplido todas las promesas de Dios a favor nuestro; Jesucristo, como dice san Pablo, es el ‘sí’ de Dios a la humanidad, la afirmación suprema del amor de Dios por el hombre. Pero Jesús es para nosotros el Salvador, el único Salvador de los hombres, porque por el misterio de la encarnación es un hombre como nosotros; él es el Verbo de Dios hecho hombre. Pero la realización de este misterio de salvación fue posible gracias a la cooperación de la Virgen María: ella aceptó ser la madre del Mesías, ella dijo sí a Dios cuando el ángel le anunció que había sido escogida y bendita entre todas las mujeres para ser la madre del Mesías: “Al llegar la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”. En la voluntad salvadora de Dios respecto de nosotros, la mujer ocupa un lugar de excepción: gracias a ella el misterio de la encarnación del Verbo pudo realizarse, el envío del Hijo para nuestra salvación se cumplió. Por eso en este primer día del año nuevo damos gracias a Dios por el don de la Madre, porque ella nos ha dado al Salvador. Y si la Virgen fue la mejor estrella y el más seguro camino hacia la gruta de Belén en la preparación del adviento, ella, la Madre, es también en este comienzo del año la que mejor podrá conducirnos hasta su Hijo, la que más podrá ayudarnos a comprender el misterio del Hijo que ha dado a luz. Por eso, es a la Virgen María con el Hijo en brazos a quien invocamos en la Salve: “Muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”. 

A ella, a la Virgen Madre de Dios, en este comienzo del año nuevo, y en esta Jornada de la Paz, pedimos su protección maternal sobre todos los pueblos, sobre todas las familias, sobre todos nosotros: ella es la Madre del Mesías, del Príncipe de la Paz, por eso la invocamos también nosotros con el hermoso título de Reina de la Paz. Son muchos los lugares del mundo donde la paz es un bien escaso, por causa de las guerras, por el terrorismo, por la falta de libertad, por el dominio de la injusticia, por la violación de los derechos humanos. Pues que la Virgen María, Reina de la Paz, nos consiga de Dios Padre misericordioso la paz para todos los pueblos, la paz que anunciaron los ángeles en el nacimiento de Jesús.

Fuente: Trinitarios.org