María: Madre de Dios


Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de España

 

Homilía

En este primer día del año, el Evangelio de hoy nos invita a que nos fijemos en tres personajes que aparecen en el Evangelio que acabamos de escuchar para hacer una sencilla reflexión a partir de ellos:

Los pastores

Podemos descubrir en lo que ellos hicieron un buen ejemplo de cómo deberíamos empezar este año que comienza con buen pie. Recibieron un anuncio en aquella noche de que algo grande estaba sucediendo, de que el Mesías prometido, el Salvador que esperaban, acababa de nacer… y su actitud es la siguiente:
- Salen corriendo a su encuentro, dejándolo todo, conscientes de que no pueden dejar pasar de largo la oportunidad de ver a ese Mesías que se les anuncia. No suele ser esa nuestra actitud; en muchas ocasiones nos anuncian posibilidades de encontrarnos cara a cara con el Señor: nuestra parroquia nos ofrece la posibilidad de un retiro o unos ejercicios espirituales, o se nos invita a participar en alguna celebración especial, o en una oración comunitaria, o a participar más a menudo en grupos de oración, o a que estimulemos la práctica del sacramento de la reconciliación, o a que descubramos el rostro de ese Cristo en el enfermo, pobre o desamparado y nos acerquemos a él para auxiliarle… y no salimos corriendo a su encuentro: tenemos siempre buenas excusas que ofrecer, pensamos que a nosotros esas cosas ya no nos hacen falta, o que no es necesario complicarse tanto la vida para ser cristiano y vale con la misa del domingo. Somos, al contrario que los pastores, los que ante el anuncio de los ángeles se tapan los oídos y no quieren salir al encuentro del Señor… o, como mucho, en lugar de salir corriendo a su encuentro, nos dejamos arrastrar. Los pastores nos enseñan más bien a correr al encuentro del Señor.
- Descubren a Dios en lo pequeño. En un simple niño, acostado en un pesebre, envuelto en pañales, desvalido, sin fuerzas, vulnerable. El misterio de la Navidad, que volvemos a celebrar en esta octava, es ése: ser capaces de descubrir a ese Mesías encarnado, hecho concreto; descubrir a un Dios que se hace presente y palpable en lo humano, que no usa su categoría de Dios sino que se hace uno como nosotros. Y nosotros, no como los pastores, que viéndole se arrodillaron y le adoraron, más bien renegamos a veces de ese Dios. Especialmente, cuando necesitamos que Dios se manifieste de manera poderosa en nuestra vida (cuando nos falla la fe, cuando el dolor se clava en nuestra existencia, cuando pedimos a gritos un milagro) nos olvidamos que es el dios de la brisa y no del huracán; que es el Dios de la sonrisa humana, y no de la carcajada ultramundana; que es el dios que obra en el hombre, y no en extraños casos de poderes ultraterrenos al más puro estilo ‘poltergeist’. Los pastores nos enseñan a descubrir a ese Dios de lo pequeño, a buscarle cerca de nosotros y a reconocerle en su adorable humanidad.
- Dan testimonio de lo que han visto. Nosotros a menudo contamos con grandes ponderaciones muchas cosas: lo maravillosos que somos, lo estupendamente bien que hacemos las cosas, lo mucho que nos merecemos nuestros ascensos laborales y de cualquier otra índole… nos deshacemos en halagos de quien nos cae bien y parece grandioso. Aquellos pastores al contrario: alababan de palabra y de obra a un niño recién nacido, a un ser indefenso, a alguien que ya desde el momento de sólo verle cambió sus vidas, aunque muy bien no sabían cómo ni cuándo iba a salvarles. Dan testimonio de un Dios que deja de ser el Dios terrible de las antiguas escrituras para ser el Dios que encarna la viva imagen del amor dado y recibido. Los pastores nos enseñan a hablar de ese Dios y no callarnos por miedo a no saber hablar de él con teologías adecuadas o, peor aún, porque parezca que se vayan a reir de alguien que cree en un Dios tan despojado de los atributos clásicos de la divinidad.

María

- No por muchas veces repetido deja de ser hoy menos importante: contemplar de nuevo la Navidad a los ocho días es la ocasión de mirar la misma fiesta, la de Dios hecho hombre, desde la perspectiva de su Madre, María. Y en ella vemos la personificación del amor más intenso que existe en el mundo, el de una madre por su hijo, el fruto de sus entrañas. Así es como María nos enseña a amar: desde dentro, apasionadamente, del modo más altruista posible… pero es que Ella además aparece así como otra Encarnación del Amor de Dios. En este mundo y esta sociedad donde la imagen del padre a veces aparece tan devaludada, Ella nos recuerda que Dios nos ama con ese amor tan maternal, tan de cuidado íntimo, profundo y definitivo. Y es así como el Señor nos ofrece a María como modelo para que convirtamos nuestros amores a veces tan descafeinados en el mismo amor que María regala a Cristo y en Él a toda la humanidad.
- Y, como siempre, es frase tan central en la vida de María: guardaba todas estas cosas en su corazón. Algunos estudiosos de la sociedad actual dicen que vivimos en el tiempo del microondas: tenemos relaciones con los demás muy rápidas, muy intensas pero también muy efímeras. Nuestra vida es como el microondas, y por eso a veces acabamos tan quemados o dejando tan quemados a los demás. Necesitamos sobrecarga de emociones, relaciones y experiencias para sentir que nuestra vida no está vacía… y hemos perdido la capacidad de cocer nuestra vida de manera calmada, como un buen guiso, despacito, a fuego lento… para saborear así lo mejor de la vida. María nos da ejemplo de cómo ir aprendiendo cada día, de cómo alimentarse de la paciencia de Dios, de mantener siempre encendida la llama del recuerdo y la propia experiencia, de no vivir siempre quejándonos de si Dios camina delante, detrás, al lado o lejos de nosotros… y por eso ella puedo vivir más tarde al pie de la Cruz con el dolor de una madre pero con la esperanza de la primera discípula: porque tenía cosas guardadas en su corazón.

Y el Niño

- El mejor de los ejemplos siempre es Jesús… y hoy es momento de nuevo de volver a contemplarle. Quien le mira siempre descubre en Él cosas que aprender… ¡incluso siendo aún tan pequeñito! Ojalá los cristianos supiésemos dejarnos en manos de la providencia como Él en aquellos primeros momentos; ojalá fuesemos tan desprendidos de cualquier clase de riqueza como Él en aquel establo; ojalá fuésemos tan dóciles como Él, que siendo Dios se dejó educar, guiar y cuidar por una familia humilde… quien mira a ese Dios y le llama Maestro no puede seguir en sus esquemas, en nuestros esquemas tan materialistas, tan apegados a dinero, poder y fama. El gran poder de este Dios es, precisamente, su carga de Verdad, que puesta ante nuestros ojos desnuda nuestras mentiras y nos ayuda a vestirnos de un modo nuevo. 
Que estos tres ejemplos del evangelio de hoy hagan que, de verdad, este Año se nuevo para nosotros, hombres y mujeres nuevos.