Anuncio de la Maternidad Mesiánica

Thalia Ehrlich Garduño  

      

(Catequesis del Papa Juan Pablo II, enero 1996)

Hablando de María en el Antiguo Testamento, el Concilio Vaticano II (Lumen Gentium, 55) se refiere al texto de Isaías que atrajo de modo particular la atención de los primeros cristianos: “He aquí que una doncella está en cinta y va a dar a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is. 7,14).

En el contexto donde el Ángel invita a José a tomar a María como esposa, “Porque lo engendrado por ella es del Espíritu Santo.” Mateo da un significado cristológico y mariano al oráculo. Y añade: “Todo esto ha pasado para que se cumpliera lo que había dicho el Señor por boca del profeta Isaías: Sepan que una virgen dará a luz a un hijo y los hombres lo llamarán Emmanuel que significa Dios con nosotros” (Mt. 1,22-23). 

La traducción griega dice virgen (parthenos) precisando con ello el término hebreo (almah) que designa a una muchacha casadera o a una joven recién casada sin decir más. Pero el texto griego es un testigo de alto valor de la antigua interpretación judía que quedó escrita en el Evangelio de Mateo 1,23.

Aquí está el anuncio de la Concepción Virginal de Jesús, e Isaías lo presenta como un signo Divino (Is. 7,10-14), suscitando la espera de una Concepción extraordinaria.

Una mujer joven casada que espera un bebé, es de lo más normal. Por otra parte, Isaías no menciona de ninguna manera al esposo. Esta formulación sugeriría por tanto, la interpretación que después se da en la versión griega.

En el contexto original, el oráculo de Isaías 7,14 constituía la respuesta divina a la falta de fe del rey Ajaz, que frente a la invasión de los ejércitos de reyes vecinos, buscaba su salvación y la del reino en la protección de Asiria. Isaías le aconseja que ponga su fe en Dios y que dijera que no a la intervención de Asiria, el profeta lo invita a un acto de fe en el poder divino: “Pide para ti una señal al Señor tu Dios…”

Él rechaza a Isaías y prefiere la ayuda humana y entonces el profeta anuncia el célebre oráculo: “¡Oigan herederos de David! ¿No les basta molestar a todos, que también quieran cansar a mi Dios? El Señor dará una señal: La virgen está embarazada y dará a luz un varón y le pone por nombre de Emmanuel” (Is. 7,13-14).

El signo de Emmanuel, “Dios con nosotros” es la promesa de la presencia de Dios en la historia y tiene su pleno significado en el Misterio de la Encarnación del Verbo.

El anuncio del nacimiento prodigioso del Emmanuel, la mujer que concibe y da a luz indica que hay una intención de la madre en el destino de su hijo, un príncipe que está destinado a establecer el Reino Mesiánico y permite sospechar la voluntad de Dios, donde se destaca el papel de la mujer.

El signo no se refiere solo al niño, también habla de la Concepción extraordinaria que se revela después del parto, un acontecimiento lleno de Esperanza donde se subraya el papel de la mujer.

El oráculo del Emmanuel abre la promesa hecha a David, la que podemos leer en el segundo libro de Samuel. El profeta Natán le dice al rey, el favor divino para su descendiente: “Él me construirá una casa y yo afirmaré su poder para siempre. Yo seré para él un padre y el será para mí un hijo” (2 Sam.7, 13-14).

Ante el linaje de David, Dios quiere tener una función paterna y se manifiesta plena y auténticamente en el Nuevo Testamento con la Encarnación del Hijo de Dios, descendiente del rey David.

El profeta Isaías, en un texto bíblico muy conocido reafirma lo excepcional del nacimiento del Mesías: “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha dado. Estará el Señorío sobre su hombro y es su nombre: Maravilla de consejero, Dios fuerte, Padre perpetuo, Príncipe de paz.
Los nombres que Isaías le da al niño, expresan las cualidades de su misión real: Sabiduría, Benevolencia paterna y Acción de paz.

Aquí no es nombrada la madre, pero se exalta al hijo, que da al pueblo todo lo que se puede esperar en el reino Mesiánico, lo comparte también que lo concibe y da a luz.

El profeta Miqueas también se refiere al nacimiento del Mesías: “Pero tú Belén de Efrata, aunque eres la más pequeña de entre los pueblos de Judá, tú me darás a aquel que debe gobernar a Israel; cuyo origen se pierde en el pasado, en épocas antiguas. Por eso si Yahvéh los abandona es sólo por un tiempo hasta que aquella que debe dar a luz tenga a su hijo…” (Mi. 5,1-2).

El favor que Dios concedió a los humildes y a los pobres preparó de una forma general la Maternidad Virginal de María. Ellos al poner su confianza en el Señor, anticipan el significado profundo de la Virginidad de María, que no esperó solamente su fecundidad física, sino que se dejó llevar por Dios para que fuera fecundada por su Gracia en cada momento de su vida.

Así pues, el Antiguo Testamento no contiene un anuncio formal de la Maternidad Virginal, que se revela en el Nuevo Testamento. Sin embargo, el oráculo de Isaías (Is. 7,14) prepara la revelación de este Misterio, y, en este sentido se precisó en la traducción griega del Antiguo Testamento.

El Evangelio de Mateo, citando el oráculo traducido de esta manera, proclama su perfecto cumplimiento mediante la Concepción de Jesús en el seno de la Virgen María.