La Mujer que Dios escogió como Madre

Arnold Omar Jiménez Ramírez

      

La Navidad es un tiempo de gozo, de paz, de esperanza. Es un momento ideal para olvidar los rencores, las envidias, los problemas, las angustias y las preocupaciones que nos agobian. Y con justa razón, ya que celebramos uno de los acontecimientos centrales de nuestra fe: el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, quien se hizo hombre y con su Encarnación abrió para nosotros las puertas del Cielo. Es precisamente este gran regalo el que motiva nuestra esperanza, renueva nuestra alegría y llena al mundo entero de un colorido especial.

El Nacimiento de Jesús, su venida al mundo, se realizó de la forma más sencilla y humilde; fue en un pequeño pesebre (donde se alimentan los animales), entre el frío y la pobreza, entre el canto de los ángeles y el silencio de los hombres. Y quiso Dios que su Hijo naciera de una mujer virginal, María, una sencilla jovencita de Nazareth quien se convirtió en la Madre de Dios. 

Desde el momento en que Jesús vino al mundo, esa humilde nazarena estuvo siempre a su lado, incluso, junto a la Cruz, cuando muchos le abandonaron. Y desde ese entonces y en todos lugares que el Evangelio ha sido proclamado aparece la figura de María, la Madre de Jesús.

La llaman “Dichosa”

María es venerada en casi todos los rincones de la Tierra; no hay comunidad cristiana en la que no esté arraigada una devoción mariana, incluso, la Virgen María ha sido como “punta de arado” de la labor de evangelización en nuestra América y en otros pueblos, precisamente por ser la Madre de Dios, razón suficiente. Pero lamentablemente hay quien o quienes no ven o no quieren ver en María la gran obra que Dios hizo en Ella. No son pocas las veces que los hermanos separados tocan a las puertas de nuestra casa y tratan de confundirnos hablando de que María tuvo más hijos, pues dicen que el Evangelio habla de los “hermanos de Jesús”, por lo tanto, en su propaganda afirman que María no es Virgen y no debe ser objeto de nuestra veneración, porque incurrimos en idolatría. Éste y otros mensajes se difunden confundiendo a muchos católicos y degradando la tierna imagen de la Madre de Dios.

A propósito de esto, cabe recordar que hace apenas un mes, apareció un controversial libro de texto sobre Historia Universal para alumnos de primero de secundaria, en el que abierta y deliberadamente se negaban algunas verdades sobre la Virgen María. Los católicos honramos y veneramos a María y forma parte fundamental de nuestra fe; ¿o es que acaso se puede querer al Hijo y despreciar a la Madre?... Es por eso que hoy, Semanario le ofrece un bosquejo de la devoción mariana a través de la historia y las verdades fundamentales que debemos conocer sobre la Madre de Jesucristo.

Reconocimiento histórico a María
El culto a María Santísima es tan antiguo como la historia de la misma Iglesia. La Maternidad divina de María está presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos. En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los Apóstoles, le atribuye este título. “¿No es éste (...) el hijo de María?”, se preguntan los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista San Marcos (6, 3). “¿No se llama su madre María?” es la pregunta que refiere San Mateo (13, 55).

Para los discípulos, María tiene un lugar muy especial y Ella les acompaña después de que Jesús muere. María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular de concebir al Salvador de la Humanidad, vivió mucho tiempo junto a Él, y en el Calvario, el Crucificado le pidió que ejerciera una maternidad espiritual con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, la extendiera a toda la Iglesia.

Los primeros cristianos captaron inmediatamente la importancia de esta verdad, que muestra el origen divino de Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de la fe. De estos primeros siglos destaca San Efrén, gran amante de la Virgen María, en cuyos escritos se ve la profunda veneración que ya se le tenía en el siglo IV. San Efrén compuso en el año 333, un poema formado por los más bellos títulos que los cristianos otorgaban a la Virgen: "Señora Nuestra Santísima, Madre de Dios, llena de gracia: Tú eres la gloria de nuestra naturaleza humana, por donde nos llegan los regalos de Dios. Eres el ser más poderoso que existe, después de la Santísima Trinidad; la Mediadora de todos nosotros ante el mediador que es Cristo; Tú eres el puente misterioso que une la Tierra con el Cielo, eres la llave que nos abre las puertas del Paraíso; nuestra Abogada, nuestra Intercesora. Tú eres la Madre de Aquel que es el Ser más misericordioso y más bueno. ¡Haz que nuestra alma llegue a ser digna de estar un día a la derecha de tu Único Hijo, Jesucristo. Amén!". También los llamados Padres de la Iglesia (hombres que se distinguieron por su santidad y sabiduría) hablan de María y le veneran. Gran cantidad de obras de arte, a través de los tiempos, se han realizado con motivo mariano: piezas musicales, literarias, pinturas, esculturas, conjuntos arquitectónicos. Todos los siglos han reconocido y exaltado a la Madre de Dios.

Lo que Dios hizo con Ella

A medida que ha ido caminando la historia, el culto mariano se ha ido fomentando y la figura de la Virgen María aparece en todos los momentos de la historia de la Iglesia como modelo de vida. En varias partes del mundo María ha querido hacerse presente Ella misma de manera prodigiosa para anunciar a su Hijo, convirtiéndose así en Evangelizadora. Los milagros de sus apariciones, han hecho que sea venerada por millones de fieles. Son elocuentes los hechos de Fátima, Lourdes, y la gloriosa aparición de la Virgen María en nuestras tierras, en 1531, cuando se presentó como la “Madre del verdadero Dios por quien se vive”. 

Y es el mismo Dios quien ha reconocido la grandeza de su Madre; baste con recordar el pasaje del Evangelio en el que Jesús dice: “Más dichosos son quienes escuchan mi Palabra y la ponen en práctica”... Jesús reconoce la grandeza de María no sólo por ser su madre sino, y ante todo, por escuchar la Palabra de Dios y hacerla vida.

Una Mujer por descubrir
El amor y la devoción Mariana contribuyen a que el cristiano viva una vida más coherente y apegada a la verdad evangélica, porque la auténtica devoción nos lleva a escuchar a María que nos dice: “Hagan lo que Él les diga”. Ahora bien, un auténtica devoción crece y se fortalece cuando entendemos y valoramos las glorias y grandezas que enriquecen a María.

La Iglesia, a través de la historia, inspirada en la Sagrada Escritura y en la tradición, ha proclamado algunos Dogmas en torno a la figura de María; un Dogma es una verdad de fe revelada que la Iglesia proclama como tal para la gloria de Dios. Todos los Dogmas tienen una fundamentación bíblico- teológica, y nacen de la Revelación misma de Dios.

Concebida sin pecado
Este dogma afirma que María, siendo descendiente de Adán, por ser la Madre de Dios, fue liberada del pecado original.

Fundamentación Bíblica:
Aunque no hay en la Sagrada Escritura un texto explícito sobre este Misterio, sí existen algunas indicaciones, que tomadas por la tradición cristiana, ofrecen fundamentos para la definición del Dogma.

En el Antiguo Testamento podemos constatar que:
Aparece la figura de María, preparando la venida del Salvador, a través del texto:
“Hará que haya enemistad entre ti y la mujer”... (Gn 3,15)
La palabra "enemistad" entre el demonio y la mujer, afirma que ésta, María, estará libre de cualquier lazo original con el mal. La única mujer capaz de aplastar la cabeza al demonio, capaz de destruirlo es María, por medio de su descendencia: CRISTO, ya que Ella es libre de pecado.

Y en el Nuevo Testamento se confirma que:
María, desde el primer instante de su existencia, es poseedora de la Gracia a plenitud; razón por la cual el Ángel, al visitarla, la llama "Llena de Gracia" (Lc 1, 28). María es la única creatura descendiente de Adán que es Llena de Gracia, desde el primer instante que fue concebida; privilegio que le fue concedido por ser la futura Madre de Dios. El título que el Ángel le da a María, "Llena de Gracia", muestra que María no había sido tocada por el pecado.
Así pues, el texto de Génesis habla de una mujer, María, que lleva una enemistad eterna con el mal, por lo cual el Ángel la llama "Llena de Gracia". Privilegio que Dios concedió únicamente a esta creatura por su futura maternidad.

Fundamentación teológica:
Los Padres de la Iglesia también mencionan el privilegio de la "Inmaculada Concepción":
San Ireneo: "Eva desobedece a Dios por su incredulidad, lo que es superado por la grandeza de la fe de María". Por la desobediencia de Eva entra el pecado en el mundo; por la fe y posesión de la Gracia (carencia de pecado en María) el mundo es liberado del pecado.
Santo Tomás: "A los que Dios elige para una misión determinada los prepara... La Virgen María fue elegida por Dios, para ser la Madre del Hijo de Dios, y no puede dudarse que la hizo perfecta para semejante misión". "La hizo perfecta" la hizo Inmaculada desde su Concepción, la hizo sin pecado, llena de Gracia".
De esta definición podemos afirmar: De la descendencia de Adán sólo María fue preservada del pecado por singular privilegio.

Siempre limpia, incorruptible
Este dogma proclama que María es Virgen, espiritual y corporalmente. La Virginidad perpetua de María se refiere principalmente a la corporal; la del alma es consecuencia de su pura Concepción. Su Virginidad es antes, en y después del parto.

Fundamentación Bíblica:
Antes del Parto. Está explícito en la Anunciación: "Al sexto mes..." (Lc 1, 26-27). El Ángel es enviado a una joven virgen... Mt 1, 18.20-25; el Ángel informa a José que María ha concebido por obra del Espíritu Santo. Lc 1,14; la pregunta de María revela su estado de virginidad. Lc 1,35; la explicación que el Ángel da a María muestra la Concepción singular y milagrosa: "Por obra del Espíritu Santo".

En el Parto. Dio a luz a su Hijo sin perder su Virginidad por gracia de Dios. Según la definición en el catecismo del Padre Astete, podemos compararla con "El rayo de luz que pasa por el cristal, sin romperlo". La fe tampoco se resiste a admitir que el Nacimiento de Cristo haya sido milagroso. Muchos autores afirman que las profecías de Isaías (Is 7, 14) y el texto del nacimiento (Lc 2,7) en que María está en actividad, hacen referencia a un parto milagroso, de modo que María mantuviera su integridad virginal.

Después del Parto. La objeción que puso María al Ángel fue por su Virginidad. ¿Cómo será esto?, indica el deseo de María por mantenerse intacta, deseo que no pudo ser cambiado radicalmente después del Nacimiento de Jesús. Esto indica que en María existió siempre un propósito de virginidad. Tampoco por parte de Dios se podría pensar que hubiera en Él, motivo alguno para hacer un milagro que conservara la virginidad de María, si Ella no pensara en conservarse después.

Fundamentación teológica:
Los Padres de la Iglesia, basándose en el Antiguo y Nuevo Testamento, defienden con radicalidad la concepción virginal de Cristo.
San Agustín defiende la virginidad de María ante los judíos, haciendo un análisis de Is 7,14, en lo referente a su profecía sobre la concepción virginal. "La Virgen concebirá y dará a luz... Siendo virgen concebirá, siendo virgen dará a luz.
Y San Justino afirma que la profecía de Isaías tiene cumplimiento con María y Cristo.
Magisterio de la Iglesia. El Credo conocido como “Símbolo de los Apóstoles” profesa expresamente este Dogma: "Fue concebida por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María, siempre Virgen..."

Madre de Dios
La Inmaculada Concepción y la consagración virginal de María, la preparan para el objeto central de su misión: ser la Madre de Dios. Este dogma proclama que María es Madre de Dios, en sentido estricto, pues concibió y dio a luz a Jesús, quien es Dios. María es verdaderamente Madre de Dios y así debe llamársele. 

Fundamentación bíblica:
Antiguo Testamento. Is 7, 14: “Una virgen va a dar a luz un hijo”... en otras palabras será madre, ya que aquella que concibe y da a luz a un hijo recibe este título: madre
Nuevo Testamento. La versión de la Anunciación es también un relato claro sobre la Maternidad Divina de María (Lc 1, 35). Es madre de alguien la persona que concibe y da a luz a alguien y María es Madre de Jesús que es Dios, entonces es Madre de Dios". La Maternidad de María es singular porque sobre Ella descendió el Espíritu Santo, que es Dios, y en María concibió al Hijo que existía desde el principio de los siglos. Su concepción es del Espíritu Santo (Mt 1, 20) Por tanto, no procedió de ningún varón y con esto queda excluido el hecho que Jesús sea Hijo de un hombre, sino por el contrario, si el Espíritu Santo es Dios y la concepción es obra suya, Jesús que es el ser engendrado, es Dios. Así lo confesamos en el Credo. (Gál 4, 4 "El Hijo de Dios, nace de una mujer").

Fundamentación teológica:
Antes del Concilio de Efeso algunos Santos Padres expusieron sus argumentos. San Atanasio: “Aquel Verbo que ha sido engendrado arriba del Padre, de manera innegable... incomprensible, eterna, es el mismo engendrado abajo en el “templo” de la Virgen María.
Este Dogma fue proclamado en el Tercer Concilio Ecuménico en la ciudad de Efeso, presidido por San Cirilo de Alejandría en representación del Papa Celestino I en el año 431. Más tarde, otros Concilios apoyarían con firmeza esta doctrina. El último Concilio Ecuménico Vaticano II, dedica un capítulo a la Santísima Virgen Madre de Dios, y en el capítulo VIII de la Lumen Gentium (Luz de las gentes) n. 52 se ratifica la declaración hecha en Efeso en el año 431.

El privilegio de ser la Madre
Este dogma significa la glorificación corporal anticipada de la Virgen María después de su vida terrena, gracias a la cual encuentra aquel estado en que se hallarán los justos después de la resurrección final.

Fundamentación bíblica:
Poco se puede decir sobre esta base, ya que los textos bíblicos que la sostienen están implícitos en la Sagrada Escritura. El texto evangélico recurrente es el de Ap 12, 1.

Fundamentación teológica:
Pío XII, basado en la Sagrada Escritura, en la tradición y sentir del pueblo católico a lo largo de la historia, procedió a analizar el privilegio de la Asunción usando un método mixto.
Pío XII afirmó que la Asunción, según cree la generalidad de los fieles, es consecuencia lógica de la Concepción Inmaculada. Esto nos muestra que se cierra con broche de oro la obra realizada en María, pues quien está unida a Cristo en la obra de la Salvación, unida está también en la Glorificación.
María es la “Llena de Gracia”, por ende su cuerpo no puede sufrir corrupción.
Si es única Inmaculada, será única Glorificada.
El Papa Pío XII, también razonó así: “Los Padres de la Iglesia señalan a María unida a Cristo en la lucha contra el mal.
Gn 3, 15 afirma que Cristo triunfa contra el mal.
1Cor 15, 21-26 La victoria de Cristo contra el mal, es la victoria sobre la muerte.
Así como María estuvo unida a Cristo en el triunfo sobre el mal, María, por voluntad y poder de Dios, debió vencer a la muerte.
Por ello, el 1º de noviembre de 1950, el Papa Pío XII en la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus", declaró la Asunción con la siguiente fórmula: "Pronunciamos, declaramos y definimos ser Dogma de Revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste. Por eso, si alguno quiere negar o poner en duda voluntariamente lo que por Dios ha sido definido, sepa que ha caído de la fe Divina y católica..."

Cuando se vive siendo madre
Entrevista con una protagonista de la maternidad
• A.O. J. R.
Nadie dudaría que uno de los dones más grandes sobre la Tierra es el de la maternidad. Quienes son hijos valoran y agradecen la oportunidad de haber recibido el calor y la ternura de una madre; quienes son madres agradecen la experiencia peculiar de dar la vida, de traer un nuevo ser al mundo. María, Madre de Dios y nuestra Madre, vivió y experimentó el júbilo enorme de dar a luz a su Hijo, pero también las angustias propias de una madre y el gran dolor de perder su único hijo. 

La maternidad es un don que nunca se dejará de alabar, que toca las fibras más sensibles del ser humano; vivir bajo la protección delicada de una madre es tan grande que hasta Dios quiso tener una.

La historia de una mujer

Carlota Estrada es madre de cuatro hijos y vive en una de las colonias populares de la zona conurbada; es una madre común, yo diría una “clásica madre tapatía”. Originaria de Guachinango, Jalisco, permaneció once años en su pueblo hasta que, por azares del destino, tuvo que emigrar a la ciudad de México donde batalló por cinco años. Después, una enfermedad de su padre la regresó a Guadalajara. Aquí ha vivido desde entonces, aquí conoció a su marido, Joaquín Ortiz Serrano: “Nuestra historia no tiene mucho de extraordinario- comenta doña Carlota con un gesto de añoranza- mi esposo es de Colotlán y se vino a vivir a Guadalajara, era mi vecino y poco a poco nos fuimos conociendo, enamorando y nos casamos el 24 de mayo de 1975.

“Dios quiso que yo fuera madre”

La señora Carlota es muy sincera en sus comentarios y está pronta a responder. Cuando ella se casó sabía que uno de los momentos culminantes de su vida marital llegaría con el primer hijo, y así fue: “Cuando yo supe que estaba esperando a mi primera hija la alegría que experimenté fue inmensa -comenta- y lo que haces cuando sabes que estás esperando es tratar de proteger al hijo que ya vive dentro de ti. Por ello, si caes, buscas cómo protegerlo, evitas alimentos que puedan hacerle daño; cuando estás embarazada es cuando te sientes plenamente mujer, le hablas al ser que llevas en las entrañas, lo acaricias, y cuando finalmente llega a tus brazos, te das cuenta que Dios te está dando un regalo y le das gracias al mismo tiempo que olvidas los dolores; por eso, las mamás se olvidan de los dolores, porque cuando llega el hijo, todo está bien.” Así, cuando la señora Estrada recibe por primera vez en sus brazos a sus hijos recién nacidos, su primera reacción es, dice ella: “Veo que no les falte nada, que estén completos, y de ahí en adelante esperar a lo que Dios diga”

Entre dificultades y alegrías

“Ser madre es algo muy grande e igual es el compromiso; es algo grande porque desde el momento en que los concibes se desborda un amor inmenso hacia el hijo y le das todo –y enfatiza– como madre uno les da todo, sin esperar recibir nada a cambio: los cuidas, los proteges, los mimas; y sabes que es un compromiso grande porque Dios sólo nos presta a los hijos y algún día nos pedirá cuentas de ellos y sientes una gran responsabilidad”, dice. 

Para la señora Carlota, una mujer morena de mediana estatura, no ha sido fácil el ser madre “se sufre desde que llevas a tu hijo dentro”. Ella, una mujer sencilla de no mucho estudio, y su esposo, han experimentado la dificultad de formar a un hijo: “Uno es sencillo y el tiempo es el que te va enseñando cómo hablarles, qué decirles, y qué hacer en circunstancias determinadas; siempre con el temor de sufrir algún rechazo, porque de pronto los hijos piensan que haces las cosas de mala intención”. Pero los sufrimientos más grandes de ella son cuando su marido ha enfermado de gravedad, es entonces cuando se apoya en Dios: “Una madre sólo se puede apoyar en Dios, en María Santísima y en sus hijos, en nadie más”.

Pero las alegrías también han inundado su hogar y éstas están más presentes que las tristezas: “Alegrías de una madre son muchas, la primera es cuando tienes a tu hijo en tus brazos; las otras vienen con la vida -comenta- . A mí me ha llenado de alegría cuando ves que tus hijos logran algo; por ejemplo, una de mis hijas estudió para maestra; ella corría todos los días de la escuela a sus obligaciones, estudiaba hasta la noche y tenía cientos de compromisos en la parroquia –sus ojos se rasan y las lágrimas corren inevitablemente por sus mejillas– mas cuando le dieron sus papeles, para mí fue mucha la alegría, mi hija había alcanzado su meta; ésas son las alegrías de una madre”.

La importancia de la familia

Algo que está muy claro en nuestra entrevistada es el valor de la familia. Ella sabe que es madre gracias a que decidió compartir la vida con su marido y con él ha vivido su historia, aunque “los hombres no experimentan lo mismo que las mujeres; cuando un hijo llega tarde, uno no puede conciliar el sueño y el marido rápido se duerme” señala, y añade: “Es bueno cuando una madre sabe que no está sola, que cuenta con el apoyo de su marido aunque con él tenga problemas y aunque a veces no sienta el apoyo suficiente y tengas que tomar a solas sus decisiones. Pero a una madre, la complementa un padre, necesita a su marido. Y es cuando una vuelve la mirada hacia atrás y comprende a sus padres”. A la señora Carlota le quedan todavía muchas experiencias que vivir como Madre; hasta hoy está feliz. No han faltado las dificultades y tropiezos, no han cesado las lágrimas y las risas, y tampoco han desfallecido su fe y el amor a Dios y a los suyos que la hacen seguir adelante.

Fuente:
semanario.com.mx/