Santa María, Madre de Dios, Ciclo A

Marta García O.P.

 

Pautas para la homilía 

  • MARÍA, MADRE DE DIOS.

María, vinculada íntimamente al Misterio de Jesucristo, es recordada hoy como Madre de Dios. Éste es el título  más solemne y elogioso de María.

Sabemos cuáles son las características de una madre en la carne: la disponibilidad, el servicio, la abnegación, etc.; ya desde el mismo momento del alumbramiento, la madre ofrece la vida a favor del hijo que nace.

En la vida de la fe, la maternidad se ejerce por el camino de la escucha y la práctica de lo escuchado. El mismo Jesús será el que nos diga un poco más adelante “... mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. Jesús nos dice que el verdadero parentesco no procede de la carne ni de la sangre, sino de la escucha comprometida con la Palabra. Es ahí donde reside la grandeza de María, porque ella ofrece su seno y su corazón, sobre todo su corazón, a la Palabra eterna de Dios: “María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. La vocación última de María no consiste en ser madre, sino en la fidelidad al discipulado y seguimiento oyendo y guardando la Palabra de Dios. 

  • SE LE PUSO EL NOMBRE DE JESÚS:

San Mateo precisa que el nombre de Jesús indica que la misión del hijo de María será la de salvador, salvará a su pueblo de los pecados.

El nombre de Jesús, que ya el ángel le había dado antes de ser concebido en el seno de María, significa SALVADOR. Jesús es nuestro Salvador. Jesús se solidariza con nosotros hasta el fondo; él asume nuestra carne y sangre, nuestra flaqueza y debilidad, asemejándose en todo a nosotros, sus hermanos, para ser sacerdote, esto es, intermediario entre Dios y nosotros, compasivo y misericordioso como nos dice la carta a los Hebreos. La vida de Jesús, desde su mismo nacimiento, está toda ella sellada por su Misterio Pascual, pues su entrega en la carne podría considerarse un pre-anuncio de su entrega definitiva en la cena pascual, la ofrenda existencial de su persona que salvará definitivamente al hombre.

Jesús es la salvación única y definitiva, porque dura para siempre, el Único y trascendente, cercano en la inmensidad de Dios, que lo invade todo y lo penetra todo. En este año que la Iglesia dedica a la Eucaristía, es bueno recordar que el fundamento y posibilidad de este gran Sacramento radica en Jesús Salvador y en su Misterio Pascual, pues en ella se hace presente, en el aquí y ahora de nuestra realidad terrena, la ofrenda eternizada de Jesús para la salvación de todos los hombres.

Sólo en la medida de que seamos conscientes de que necesitamos salvación celebraremos la Navidad, pues quien viene, viene a salvarnos. Es conveniente recordarlo en un mundo que tiende a creerse dueño de su ser y de su salvación gracias a su ciencia, su técnica, a lo que se llama “progreso”. He ahí la razón de vernos niños y débiles en estas fiestas, necesitados de ayuda, de cuidados, de salvación, para vivirlas con el entusiasmo y el gozo con los que lo viven los pequeños. ¡Ojalá el año 2005 sea un año de salvación, de Dios-con-nosotros, de Emmanuel, el otro nombre de Jesús, pues la salvación nos viene de Dios que en Jesús se ha hecho uno de nosotros.