Porque así es Ella

Padre Gustavo Vélez Vásquez 

 

Santa María, Madre de Dios 

San Lucas 2, 16-21 
”Los pastores encontraron a María y a José y al Niño acostado en el pesebre. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. San Lucas, cap. 2. 

En la mitología romana Jano era el dios de los comienzos, que aseguraba además buenos finales. Su templo en Roma, cerca al foro, guardaba una curiosa estatua con dos caras, cada una mirando en dirección opuesta. Se le invocaba al iniciar enero, el mes “Januarius” y al comenzar la guerra. 

Los papas de los primeros siglos situaron las diversas celebraciones litúrgicas sobre las festividades paganas. Así la Natividad del Señor, en la fecha del “Sol Invictus”, correspondiente al solsticio de invierno. Más adelante, la fiesta de María Madre de Dios, el primer día del año. 

Un concilio celebrado en Éfeso en 431, bajo san Celestino I, nos presentó a María como la Madre de Dios. Pues “ella dio a luz al Verbo hecho carne”. A lo cual hizo eco el Concilio Vaticano II: “Desde los tiempos más antiguos la bienaventurada Virgen es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles acuden con sus súplicas en todos los peligros y necesidades”.

Cuando los pastores fueron corriendo hasta el pesebre, como cuenta san Lucas, no encontraron una noble señora que ofrecía, copiados sobre algún pergamino, sus maravillosos privilegios. Hallaron a María velando a un niño dormido en un pesebre y a José. La Virgen mostraba esa doble belleza de una juvenil maternidad. Pero en derredor todo era simple. 

Arropaba la gruta el misterio del Dios-con-nosotros. Parece que san Lucas, al relatar la escena, también se sintió desconcertado. ¿En ese tosco escenario se iniciaba la salvación del mundo?. Por lo cual escribió: “Todos se admiraban de lo que decían los pastores” y añadió enseguida: “María conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón”. 

La frase que intenta definir lo indefinible, encierra dos verbos muy propios de una madre: Conservar y meditar. Recuerdos los de una mamá en relación con sus hijos. Continuas cavilaciones en el discurrir de un hogar. Así ama y actúa Nuestra Señora, la Madre de la Iglesia, como enseñó también el concilio Vaticano II. Madre de cada comunidad cristiana, Madre de nuestra familia. Conocedora asidua de todo lo nuestro. Confidente discreta. Consejera oportuna. Consoladora, o quizás mejor, paño de lágrimas. Luz y fortaleza. 

En cuanto a devociones marianas las hay para todos los gustos. Desde las más serias y profundas, hasta las más sentimentales y folclóricas. Y no conviene aconsejar alguna de modo peculiar. El amor a la Virgen brota desde cada temperamento, de acuerdo a cada etapa de la vida. Se conforma de las experiencias de hogar, de la formación cristiana recibida, de la experiencia de Jesús que vayamos teniendo a cada paso. 

Sin embargo la mayoría de los discípulos de Cristo invocamos con cariño a Nuestra Señora, en cada circunstancia de la vida, según nos lo dicta el corazón. 

Un autor colombiano nos cuenta lo que ocurrió en el cielo, ante la severidad de san Pedro. María ayudaba a sus amigos a franquear el muro posterior de la gloria, aunque no tuvieran en regla sus documentos. Asombrado el celestial portero pidió al Señor remediara el asunto. Pero Dios respondió: “¿Para qué? Tú sabes cómo es Ella!"