¿Puede una mujer ser Madre de Dios? 

Fray Alejandro Martín

 

El misterio de la maternidad divina de Santa María constituye su razón de ser, la más profunda razón de su existencia y del lugar que ocupa en el plan divino de salvación. Por eso la Iglesia la celebra el primer día de enero, abriendo el año civil, ya que por el “sí” que dijo al Arcángel Gabriel nos abrió las puertas de la salvación. 

Siguiendo al Concilio Vaticano II, si sólo en el misterio de Cristo se esclarece plenamente el misterio del hombre, sólo en el misterio de la maternidad divina se esclarece el misterio de María y del lugar que ocupa en la economía de la salvación. 

La esencial y total referencia de Santa María a su maternidad vienen subrayada en el texto conciliar por la afirmación de que su elección como madre tiene lugar en la misma decisión (consilio) de la encarnación del Verbo: ab eterno una cum divini Verbi incarnatione. Por tanto, Madre e Hijo aparecen indisolublemente unidos en el plan divino. En el misterio de Cristo, María está presente ya ‘antes de la creación del mundo’ como aquella que el Padre ‘ha elegido’ como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad. 

Si bien es cierto que en la Sagrada Escritura no se afirma explícita y formalmente que Santa María es la Madre de Dios, Theotokos o Deigenitrix y que se le llama María la Madre de Jesús o la Madre del Señor, a la vez se dice que Jesús es el Hijo de Dios, el Verbo eterno del Padre. De aquí se infiere que Santa María debe ser venerada verdadera y propiamente con el título de Theotokos, de Madre de Dios, porque su Hijo es el Logos, Unigénito del Padre y, por tanto, Dios verdadero. 

La maternidad de María es una auténtica maternidad biológica, humana y natural. Al mismo tiempo esa maternidad es sobrenatural, tanto en cuanto al modo, porque fue una maternidad virginal, como en cuanto a la causa de la concepción, porque lo fue por obra del Espíritu Santo. 

En todo lo demás es una maternidad enteramente humana, porque el cuerpo humano de Jesús creció y se desarrolló realmente durante nueve meses en el seno virginal de María. Así, María aportó a la humanidad de Cristo todo lo que las otras madres aportan a la formación y crecimiento de sus hijos. 

El argumento teológico más utilizado para explicar la maternidad divina es el siguiente: María es Madre de Dios, pues aunque ella no engendre la naturaleza divina, sino la humana, es la persona de la que se dice que es concebida y no de la naturaleza, ya que actiones sunt suppositorum, las acciones son de las personas. 

El Concilio Vaticano II puntualiza que la Virgen fue predestinada para Madre de Dios desde toda la eternidad juntamente con la encarnación del Verbo. Recoge este texto del Concilio Vaticano II las expresiones de la Bula Inneffabilis Deus de Pío IX y de la Munificentissimus Deus de Pío XII referentes a la eterna elección de Santa María como Madre del Redentor, elección incluida en el mismo decreto de la Encarnación. El Catecismo de la Iglesia Católica vuelve también a hablar de la predestinación de la Virgen para Madre de Dios desde toda la eternidad. 

La dignidad de la maternidad divina está vinculada a la dignidad del término de esa maternidad. Puesto que María concibe en sus entrañas y da a luz al Hijo de Dios, su dignidad es del todo singular. 

Dios ha concedido a la Santísima Virgen una dignidad tan admirable que Dios mismo, a pesar de su omnipotencia, no podría crear una más sublime. Para que pudiera haber una madre más grande y perfecta que María, sería necesario un hijo más grande y más perfecto que Jesús: cosa imposible, porque no puede haber nada más grande y perfecto que Dios. La grandeza de María le vienen dada por la dignidad de su Hijo, y es tan estrecha su unión con El que no queda sitio para otra criatura inferior a Dios y superior a María. 

Esto no quiere decir que María no tuviera la gracia santificante: la tuvo en grado eminente; sólo se desea expresar que las gracias otorgadas a la Madre de Dios son más y de mayor calidad, en razón de su dignidad y de su misión, que las recibidas por los demás hombres, incluso los más santos. 

Muchos teólogos sostienen que la maternidad divina es la causa o razón de todas las otras gracias que Dios ha concedido a María; incluso es la medida y el fin de todas ellas. 

Por ello, nunca olvidemos acudir a Ella, la llena de gracia, nuestra Madre, Reina y Señora, para obtener su intercesión poderosa ante nuestro Señor y Salvador. Una de las oraciones de S. Bernardo, Respice Stellam, nos puede servir para ello, porque amar a la Madre es amar al Hijo, como dice la sentencia: Ubi Mater, ibi Filius. 

Si se levantan los vientos de las tentaciones, 
si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, 
mira a la Estrella, invoca a María. 

Si eres agitado por las olas de la soberbia, 
de la calumnia, de la ambición, de la envidia, 
mira a la Estrella, llama a María. 

Si la ira, la avaricia, el placer carnal 
arrastra con violencia la barquilla de tu alma, 
mira a María. 

Si turbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, 
confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, 
aterrado por la idea del horror del juicio, 
comienzas a sumirte 
en la sima sin fondo de la tristeza, 
en el abismo de la desesperación, 
piensa en María. 

En los peligros, en las angustias, en las dudas, 
piensa en María, invoca a María. 

No perderás el camino si la sigues, 
no perderás la esperanza si la ruegas. 
Si te tiene de su mano, no caerás.

Fuente: materunitatis.org