María encarna en su seno al que es la Palabra

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Cuando Dios quiso comunicarse con nosotros para salvarnos, lo hizo mediante su Hijo divino, por eso lo llama San Juan: “el Verbo”. Es decir, la Palabra.
A través de su Hijo divino, la Palabra y Vocero de Dios, el Padre celestial nos ha dado a conocer su plan de salvación y nos ha mostrado el camino que hemos de seguir para alcanzar la salvación.
Y para que el Hijo pudiera ser la Palabra de Dios, capaz de ser escuchada por nosotros los humanos, le pidió a la Virgen María lo aceptara en su seno para encarnarse y llegara a ser uno de nosotros. Por eso decimos que la Palabra se hizo carne.
La Virgen María, después de escuchar al ángel, primero creyó y luego aceptó ser la madre del Verbo de Dios. Y en ese mismo instante comenzó la encarnación del Verbo. Por eso, comenta la carta a los Hebreos que: “de muchas maneras y en diversas ocasiones habló Dios, pero ahora nos ha hablado por medio de su propio Hijo” (Heb 1,1ss.)
Desde entonces, María es modelo para nosotros. De ella aprendemos cómo debemos acercarnos a la palabra de Dios. María primero creyó en la palabra de Dios y después recibió en su seno al que es la Palabra. De igual manera nosotros estamos llamados a creer y hacer vida en nosotros su palabra para luego recibir, como María, al que es la Palabra, a Jesús Eucaristía.
De su actitud creyente, concluimos la necesidad de acercarse a la palabra de Dios como creyentes, para que luego pueda hacerse vida en nosotros esa palabra, como se hizo vida en su vientre el que es la Palabra. (Cf. DV 23).
La Iglesia nos invita a que la palabra de Dios sea un alimento cotidiano para todos nosotros “que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad y encienda el corazón en amor a Dios” (DV 23. Cf. Pío XII, enc. Divino Afflante: EB 551. 567).
Como María, debemos entender los cristianos que cuando leemos la Sagrada Escritura, incluso en la oración, “a Dios escuchamos cuando leemos sus palabras, a Dios hablamos cuando oramos” (S. Ambrosio, De officiis ministerium I 20,88. PL 16,50).
Finalmente, como María, debemos encarnar esa Palabra. Es decir, convertirla en obras; ponerla en práctica, como el mismo Jesús en el evangelio nos exhorta “Dichoso el que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica”.

Fuente: apostoloteca.org