El Misterio de la Virginidad

Padre Jean Laplace

 

La virginidad es el clima en que María vive su propio misterio. No por ignorancia o por temor a la naturaleza del hombre y la mujer. Si así fuese ¿qué sentido tendría su matrimonio con José? Lo que allí hubo fue una decisión libre de su corazón, según la palabra de Cristo (Mt 19, 10-11), consecuencia de la presencia del Reino de los cielos.

La virginidad que vive María es signo de que ya se ha cumplido el Reino de los cielos. Como si en ella el amor que hay en el corazón de toda persona tendiese no sólo a personalizarse, sino a universalizarse. En Cristo Jesús, dice san Pablo, ya no hay varón ni mujer, ni judío ni griego, ni esclavo ni libre (Col 3, 11 y Gal 3, 28). Lo que equivale a decir: en Cristo ya no hay ningún signo de servidumbre de unos hombres a otros; ya no hay mas que seres libres, que consienten en el amor que mutuamente se otorgan. La humanidad-hombre y mujer a la vez-ha llegado a la plenitud de su madurez. Al mismo tiempo ha superado los tiempos «cuando los hijos de este mundo tomaban mujer o marido». El amor de Dios que los convierte en hijos suyos y los libra de la muerte deja transparentarse en ellos un amor, que siendo singular con cada uno, no se polariza sobre ninguno con exclusividad. Dios, por medio de Cristo, se ha hecho todas las cosas en todos (Lc 20, 2740). La virginidad no es simple soltería, es una opción del corazón que responde al don de Dios y consiste en una mejor manera de amar. Es aquello hacia donde tienden todos los amores. La virginidad en María no es simplemente la exclusión del acto matrimonial. Mas bien corresponde a la invitación que hace san Pablo (I Cor 7) de mantenerse en el estado en que a cada uno sorprende el llamamiento, y usar de este mundo, lo mismo en las relaciones de hombre y mujer que en las diversas condiciones sociales, como si no se usase de él. «El tiempo es breve», «pasa la figura de este mundo», «el Señor esta para llegar». Por eso el ejemplo de María, aunque se dirige mas principalmente a los que están llamados a ser «eunucos por el reino de los cielos»-esa divina locura-, se refiere también a todo cristiano que vive un amor humano. Todo verdadero amor tiende a virginizarse (Teilhard). Lo importante en esta materia no es tanto la realidad carnal como la tensión del corazón que se dirige a Dios y deja que en el se desarrolle todo amor. «Sólo aquella alma es verdaderamente casta que se dirige hacia Dios incesantemente». (San Basilio). Este amor, que reconoce a Dios como su fuente y su término, es del que la Iglesia debería vivir en la diversidad de su condición terrestre: Maridos, amad a vuestras esposas como Cristo ha amado a su Iglesia (Ef 5, 21-25). Todos los amores conocidos acá abajo se dirigen hacia el como a su culminación. Por eso la virginidad de María, nueva manera de amar de la humanidad que se realiza en Cristo, está ligada con el misterio mismo de la Iglesia.

Fuente: Los ejercicios espirituales de diez días