María Reina de nuestros corazones

Padre Luciano Alimandi

 

"Maria es la Reina del cielo y de la tierra por gracia, como Jesús es el Rey por naturaleza y por conquista. Ahora bien, ya que el reino de Jesucristo es ante todo un hecho interior y se realiza en el corazón, como está escrito: "El reino de Dios está dentro de vosotros”, del mismo modo el reino de la Santa Virgen está principalmente en el interior del hombre, es decir en el alma, y está sobre todo en las almas que las que ella es principalmente glorificada, junto a su Hijo, más que en todas las manifestaciones exteriores; por ello, podemos llamarla con la santa Reina de los corazones". (TVD, n. 38)
Con estas claras y profundas palabras, San Luigi Mª Grignion de Montfort, en el admirable "Tratado de la verdadera devoción a Maria", presenta a la atención y a la meditación de los fieles una de las realidades universalmente reconocidas y queridas por el pueblo cristiano, respecto a la Madre de Jesús: su realeza que también el arte ha privilegiado abundantemente representándola junto a la divina maternidad.
Como se dice del Reino de Jesús, del mismo modo, la realeza de Maria no es de este mundo; no se confunde pues con poderes mundanos, sino que es una soberanía eminentemente espiritual, que Ella ejerce en lo íntimo del alma, a través de la gracia que toca la voluntad, el intelecto y la memoria de los que se abren con confianza a esta maternidad espiritual.
Abrirse a Maria para que sea la inspiradora del corazón es un camino privilegiado de santidad, vivido por innumerables cristianos: pequeños o grandes, cultos o incultos, conocidos o desconocidos, muchos son los que se han ejercitado en este arte de la consagración mariana.
Así como uno se ejercita, desde pequeño a abrirse al Señor Jesús, a dar los primeros pasos hacia Él, en la oración, en la práctica sacramental, en la escucha de la Palabra, en la meditación, así se aprende a ir hacia Aquella que es la Madre del Hijo, a ponerse de forma consciente bajo su protección, para hacer la voluntad de Cristo. La Reina de la Iglesia cura nuestras distracciones y nos recuerda las constantes para la construcción del Reino.
La Iglesia desde el principio ha enseñado, por boca de los Sumos Pontífices, de los Santos y de los Doctores, el arte del encomendarse a Maria y, ha indicado de tantos modos, este camino como vía privilegiada a Cristo. Basta pensar en las numerosas intervenciones magisteriales de los Papas sobre el santo Rosario: una de las expresiones más típicas del reconocimiento de la majestad de la Virgen, de su acogida consciente y confiada. Como no pensar, también en la antiquísima oración del "Sub tuum praesidium", que nos recuerda los primordios de la piedad mariana: "¡Bajo tu misericordia nos refugiamos, Santa Madre de Dios!" Estas oraciones están en el origen de un deseo que se hace cada vez más intenso: dejarse conducir por Maria que, como Madre y Reina, nos conducen a la victoria sobre nuestro egoísmo y sobre las tentaciones del maligno.
Para proceder seguros en este camino, no debemos contraponer la confianza en Maria con la confianza en Cristo, porque el primero prepara el segundo. El Santo Padre Benedicto XVI, al final del mes mariano, el 31 de mayo de 2006, dijo: "Allí donde llega Maria está presente Jesús. Quien abre su corazón a la Madre encuentra y acoge al Hijo y es invadido por su alegría. Nunca la verdadera devoción mariana ofusca o disminuye la fe y el amor a Jesucristo nuestro Salvador, único mediador entre Dios y los hombres. Por el contrario, la confianza a la Virgen es un camino privilegiado, experimentado por muchos santos, para un seguimiento del Señor más fiel. ¡Confiémonos pues a Ella con filial abandono!". Estos dos poderes se entrelazan y se unen misteriosamente, como en la bodas de Cana: uno, el de Maria, está subordinado al otro, el de Cristo; pero ambos confluyen en la única admirable Obra.


Fuente: fides.org