Hágase

Martín Breton

 

Reflexiones sobre María
  
He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc1,38)  
Con el “Fiat” se realizo la Encarnación del Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, en las entrañas virginales de una mujer sencilla llamada María. Es el misterio más asombroso ocurrido en el mundo desde que Dios lo creo. Sin embargo, se realizo este compromiso de amor dentro de la mayor sencillez, en la más absoluta intimidad, con la más grande humildad... en el silencio...  María, joven, modesta, de padres y esposos santos, fue destinada desde toda la eternidad para ser Madre de Dios y Madre nuestra. Desde niña había sido instruida en la Revelación, según costumbre entre los judíos, y la historia maravillosa de su pueblo, el Pueblo Elegido, le era conocida.  
Las palabras del Ángel en la Anunciación le sonaban a profecía, y de esto tuvo conciencia clara, no tan solo por las palabras, sino también por su extraordinaria sensibilidad interior para escuchar la misteriosa voz de Dios. Por su humildad, en ella no tiene cabida el egoísmo. Es despojo total, pero no vacío, y es plenitud, porque es la expresión del verdadero amor. Todavía hoy, 2000 años después, nosotros no entendemos el misterio de la Encarnación, lo aceptamos en fe. 
Si queremos explicar el conjunto de la Anunciación de una manera mas fácil, podríamos decir que para María este acontecimiento fue, sencillamente, el descubrimiento de su vocación. Toda vocación tiene tres fases:  
Anunciación del designio de Dios
Conocimiento o captación de esa voluntad Divina
Respuesta (aceptación o no-aceptación)
Ahora bien, anterior a la Anunciación esta el designio, y Ella había sido designada por Dios, no por azar ni casualidad, para ser su Madre. Por lo tanto, para María, la Maternidad fue su razón de ser y existir: su vocación.  
No resulta, ciertamente, difícil admitir y comprender el Plan de Dios, sobre determinadas criaturas, como la Virgen, la cual estuvo en la mente Divina desde la eternidad. También Dios había fijado el minuto exacto en que el Verbo habría de encarnarse en las purísimas entrañas de una mujer. Todo esto debía anunciársele para que María tuviera conocimiento de la voluntad Divina, para que pudiera aceptar esa vocación.  
Toda vocación, toda existencia, es por si misma una gracia que encierra en si otras muchas. Una gracia es un don, algo que se nos da, que se nos regala sin derecho alguno por nuestra parte, sin merito propio que lo motive y menos aun que lo justifique. No es preciso que la vocación, el llamamiento a cumplir el designio de Dios, sea grande o brillante, basta que Dios haya querido utilizarnos. Esto fue exactamente lo que le ocurrió a la Virgen.  
Gabriel le comunico a Nuestra Señora los designios de Dios de una manera clara, en un lenguaje sencillo.  
Le anuncio el misterio de una forma inequívoca, habiéndose valido el Arcángel de expresiones tomadas de la Escritura, cuyas referencias al Mesías eran bien conocidas para María, versada y conocedora de la Revelación. No hubo nada confuso; el mensaje a la Virgen fue una sencilla exposición, pero una exposición que contenía, implícitamente, un llamamiento.  
“El llamamiento, según Holzner, a una gran obra por parte de la Divina Providencia significa, en verdad, una dicha y un beneficio altísimos, porque es una altísima prueba de confianza de parte de Dios. Pero para el hombre que la ha de realizar significa también una grave carga u una enorme suma de penas. Esta es la suerte de los Santos y Elegidos de Dios. La amistad de Dios nos trae, al mismo tiempo, una carga.”  La Virgen acepta este llamamiento con una respuesta breve, concreta y rápida. No hubo vacilación alguna, ni siquiera un minuto de duda. Tampoco pidió un margen de tiempo para pensarlo y decidirse pues no lo necesitaba. Por otra parte, el dudar un deseo de Dios, la indecisión para el cumplimiento de ese deseo, no cabía en “La llena de Gracia”.  El “Si” de María cambia la historia del Mundo, que queda dividida en dos partes: Antes de Cristo y después de Cristo. También nosotros, hoy, como criaturas de Dios, estamos llamados a descubrir nuestra vocación y aceptar la voluntad de Dios, como la acepto nuestra Madre, aunque vaya contra nuestros propios proyectos, nuestros propósitos y nuestra comodidad, aunque implique sacrificios, como le sucedió a María.  Para ella hubiera sido más fácil decir al Ángel que ella “no era digna”, que la dejara tranquila en Nazaret, así se habría evitado la espada que le atravesó el alma, el dolor de ver a su hijo incomprendido y perseguido, y el intenso sufrimiento al pie de la Cruz, en el Calvario. Pero, en ese caso, no habría sido la colaboradora de Dios en el Plan de Salvación.  Al decir su “Hágase”, María encontró las mismas dificultades nuestras. Como ella, también nosotros debemos cerrar los ojos y dar el salto de la fe, si queremos decir "Sí" al Señor, a su vocación digna de adoración, a su designio de amor por nosotros. A María le basto la certeza de tres cosas:  Que Dios la amaba con amor de predilección.
Que Dios sé lo pedía.
Que no hay nada imposible para Dios.
Sobre la base de estos tres elementos se puede decir sí a Dios, aún en lo que humanamente parezca difícil o absurdo.  
La fidelidad de María esta hecha de pobreza, de confianza, de disponibilidad. Solo cuando se comprende y aceptan las propias limitaciones, uno se abandona a Dios, para quien todo es posible y se le dice serenamente: “Hágase”. Con el “Fiat” dicho una sola vez y para siempre. María fue, sin duda alguna, una mujer de una gran capacidad contemplativa, y en un momento de contemplación profunda debió haber ocurrido la Anunciación.   María es el primer templo cristiano. Cristo vive en ella como Luz, como Maestro, como Palabra y, sobre todo, vive en ella como Hijo de Dios. Desde ese “Hágase” la contemplación de María se hace mas íntima, mas profunda e ininterrumpida. María vive, interiormente, toda la historia de la fidelidad de Dios a sus promesas en una intimidad única y alegre con el niño que lleva en sus entrañas. Su contemplación se alimenta con la palabra y la presencia de Cristo.   María, la contemplativa, es la Virgen del camino y del servicio en la Visitación; Es la Virgen de la oferta en Belén y a los pies de la Cruz; es la Virgen presente en Cana de Galilea, atenta a los problemas de quien esta a su alrededor. Solamente los contemplativos saben descubrir con facilidad las necesidades y los sufrimientos de los demás. Por eso, la contemplación engendra en el hombre una capacidad inagotable de servicio.   
Todo esto es importante para la Iglesia de hoy, particularmente consciente de tener que ser la de la Encarnación, de la profecía y del servicio. La Iglesia nace en María: 
· En la plenitud de su fe en la Anunciación.
· En la intensidad de su amor en el Calvario.
· En su alegre disponibilidad al Espiritu en Pentecostés.
Son los tres momentos fundamentales en que nace la Iglesia de la contemplación y del servicio, de la cruz y de la esperanza, de la comunión y de la misión.  
Debemos imitar a María, nuestra Madre es modelo de correspondencia a la gracia. Al contemplar su vida, el Señor nos dará la luz para que sepamos divinizar nuestra existencia ordinaria. Pensemos constantemente en la Virgen, y aprovechemos esos instantes imaginando como se conduciría nuestra Madre en las tareas que nosotros tenemos que realizar. Poco a poco, iremos aprendiendo, y acabaremos pareciéndonos a Ella, como los hijos se parecen a su madre.  
En primer lugar, debemos imitar su amor. La caridad no se queda en sentimientos, ha de estar en las palabras, pero sobre todo en las obras. La Virgen no solo dijo “Fiat”, sino que actuó en todo momento de acuerdo a aquella decisión firme e irrevocable. Así nosotros, cuando nos aguijonee el amor de Dios y conozcamos lo que El quiere, debemos actuar de acuerdo a nuestro compromiso de serle fieles y leales, y serlo efectivamente.
Hemos de imitar su natural y sobrenatural elegancia. Ella es la creatura privilegiada de la Historia de la Salvación: en María el Verbo se hizo carne. Ella fue el testigo delicado que pasa oculto, no le gusto recibir alabanzas, porque no ambiciono su propia gloria. María asiste a los misterios de la infancia de su Hijo, misterios normales si cabe decirlo así, pero desaparece a la hora de los grandes milagros y de las aclamaciones en masa. En Jerusalén, cuando Cristo es vitoreado como Rey, no esta María, pero reaparece junto a la cruz cuando todos huyen. Este modo de comportarse tiene valor, no buscado, de la grandeza, de la profundidad, de la santidad de su alma.

Tratemos de aprender siguiendo su ejemplo en la obediencia a Dios, en esa delicada combinación de esclavitud y señorío. En María no hay nada de aquella actitud de las vírgenes necias, que obedecen, pero alocadamente. Nuestra Señora oye con atención lo que Dios quiere, pondera lo que no entiende, pregunta lo que no sabe y luego se entrega toda al cumplimiento de la voluntad Divina: He aquí... Santa María, maestra de toda nuestra conducta, nos enseña ahora que la obediencia a Dios no es servilismo, no juzga la conciencia, sino que nos mueve, íntimamente, a que descubramos la “libertad de los hijos de Dios”.En nuestras vidas deberemos responder siempre con un “Si” como el de Nuestra Madre, a las cosas que nos pide Dios; a las cruces que nos pone en el camino y que siempre nos ayuda a llevar. Que nuestra vida sea un amor llevado hasta el extremo, hasta el olvido completo de nosotros mismos, contentos de estar allí, donde Él nos quiere, y cumpliendo con esmero la voluntad Divina.  Que María, Nuestra Madre, sea para nosotros ejemplo y camino. Hemos de preocuparnos de ser como ella, en las circunstancias concretas que Dios ha querido que vivamos, para cuando nos encontremos con Él podamos decir como la Virgen: “Hágase” 

 

 Bibliografía:

“La Mujer mas grande” Félix Acha Irizar

“Es Cristo que pasa” Beato Josemaría Escrivá de Balaguer

“La Virgen Nuestra Señora” Federico Suárez

“Corazón de Madre” Justiniano Beltrán

“Un camino de Esperanza con María” Cardenal Eduardo Pironio