Unión entre la Virgen y el Sacerdocio

Abad Paul Delatte, Monasterio de Solesmes

 

La vuelta de esta fiesta de «Missus est» nos avisa de que estamos a pocos días de Navidad, y de nuestro deber de devoción hacia la Virgen.
El Padre Faber escribe: «Si crees que algo no va bien, mira a qué nivel te encuentras en tu devoción a la Santísima Virgen». Es la ley cristiana. No hay cristianismo allí donde la Virgen está ausente. El Señor ha venido a través de ella. Y es a través de ella como sigue viniendo. Yo no podría considerar cristiana una concepción religiosa y práctica en la que la Virgen no ocupara, después de Nuestro Señor Jesucristo, el mejor lugar. Un corazón que no diera a la Virgen el primer lugar entre todos los seres creados no estaría en comunión con el corazón de Nuestro Señor Jesucristo: no latiría al unísono con él.
Esta hipótesis no se cumplirá jamás en las almas que han sido conducidas hasta el Señor «tras ella» (Sal 45,15b) y que deben vivir al amparo de su nombre, en su protección, en su manto color de cielo.
Se solicitaba el consentimiento de la Virgen en el nombre de la naturaleza humana.
Ved lo que ella significaba para Dios y lo que ella significaba para el mundo. Ha tenido al uno y al otro en suspenso. Y en el momento mismo en que se concede esta gracia, no veo a la Virgen otorgándose otro título: 
«He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí...» (Lc 1,38).
La palabra de la humildad, la palabra de la obediencia:
–forma muy impersonal. Pero el hágase es único: es superior al de la creación. El hágase de la Eucamristía depende de él y es la extensión del primero.
Esta es la razón –permitidme que lo diga– por la que hay una unión estrecha entre la Virgen y el Sacerdocio. Nosotros le debemos nuestra Víctima. Nosotros, los sacerdotes, deberíamos decir a la Virgen: dame tu alma, tus manos, tu corazón y tus labios; yo te daré mi unción; y así diremos la misa juntos; el Señor se estremecerá de alegría.

El acto de obediencia: el fruto de este acto de obediencia fue Dios con nosotros. Y en ese mismo instante, otro acto tenía lugar: en medio de este santuario, se elevaba una voz:
«Porque está prescrito en el libro que cumpla tu voluntad. Dios mío, lo quiero, llevo tu ley en las entrañas» (Sal 39,8–9).

«MISSUS EST» 1894.

Fuente: Ediciones Monte Casino, Benedictinas, Zamora, por gentileza de Sor Sara Fernández