Prólogo

 

Cada año, al acercarse Navidad, la liturgia nos hace escuchar de nuevo el Evangelio de la Anunciación: «Missus est angelus, Gabriel..., el ángel Gabriel fue enviado...». Una antigua tradición quiere que este día, en cada monasterio benedictino, el Abad comente este Evangelio a sus monjes; se trata de la homilía del Missus est.
Esta costumbre nos ha proporcionado numerosos textos marianos, algunos, como los de san Bernardo, muy célebres. Restablecida en Solesmes por Dom Guéranger, esta tradición ha sido mantenida por sus sucesores. En el transcurso de su largo abadiato, de 1890 a 1921, Dom Delatte faltó raramente a ella. Constituía una alegría particular para sus hijos escuchar los fundamentos doctrinales del culto mariano, en el que su padre desahogaba su corazón con libertad y cordial ternura.
En el género oratorio nunca se ha exigido la terminología rigurosa de los tratados de teología; menos aún se le exigirá a estas notas que el autor no destinaba a la publicación, sino que ponía sobre el papel, a menudo reducidas a la forma esquemática de un simple esbozo, reservando a la improvisación el desarrollo y las precisiones necesarias. El auditorio, familiarizado con la doctrina de su Abad, entraba en su pensamiento, interpretaba las metáforas y atenuaba las paradojas que, por lo demás, no sobrepasaban en atrevimiento lo que han dicho la Liturgia, los Padres y los Místicos.
La doctrina mariana del Concilio Vaticano II, expuesta en el capítulo 8º de la Constitución Lumen Gentium, permite colocar estas homilías de Missus est en un contexto más amplio donde alcanzan todo su relieve. El tema fundamental es el mismo: el papel activo de la Virgen María en la historia de nuestra salvación. Hagamos notar, a título de ejemplo, dos pasajes paralelos: «Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres » (L.G. nº 56). «Permanece el hecho de que el alma de la Santísima Virgen era libre, libre su respuesta, libre su consentimiento, y que a la hora de la Anunciación el mundo increado y el mundo creado estaban suspendidos de sus labios» (12ª homilía).
El Concilio ha subrayado con insistencia cuánto «avanzó en su peregrinaje de fe” la Madre de Dios. La Virgen es un mundo aparte, escribía Dom Guéranger. Su vida de fe es un profundo misterio, que las fórmulas del Magisterio no describen más que de lejos. Teólogos y espirituales, con una audacia y una confianza de niños, han buscado escrutarla más de cerca. A este respecto, Dom Delatte no dudaba en reconocer en la Virgen de la Anunciación el conocimiento más o menos explícito de muchas verdades, como la divinidad de su Hijo y su misión de Servidor sufriente. Familiarizada como estaba con la palabra de Dios en el Antiguo Testamento e iluminada interiormente por el Espíritu Santo, María, estimaba él, estaba preparada para penetrar profundamente en este proyecto de salvación. Su papel activo en este misterio, ¿no presuponía tal conocimiento?
Por tanto, la reedición de estas notas de trabajo, sin retoques, sin aderezos, alcanzará su finalidad si continúa ayudando a algunos amigos del Evangelio a mirar a la Virgen, evocando en su corazón lo que san Pedro Crisólogo llama “el acontecimiento de los siglos”. 

Fuente: Ediciones Monte Casino, Benedictinas, Zamora, por gentileza de Sor Sara Fernández