El mensaje de la Anunciación

Padres Andrés Molina Prieto

 

Es el gran y único mensaje en el que todos los precedentes convergen y del que todos los posteriores parten. En los adorables y misteriosos caminos salvíficos de Dios hay un "antes" y un "después", es decir, antes de la Encarnación del Verbo y después de este acontecimiento histórico que divide en dos mitades el devenir de los tiempos. Sea suficiente una alusión a la cuestión de las cronologías que resulta secundario para nuestro propósito.

Dionisio el Exiguo, monje escita que murió el año 556 tuvo la feliz ocurrencia de poner en el centro de la historia universal la fecha del nacimiento de Jesús. Se ofrece así dos vertientes de la historia de la humanidad y en lo más elevado de la cumbre de la figura de Cristo. Dionisio erró en sus cálculos suponiendo que Jesús había nacido el año 753 de la fundación de Roma. Partiendo de esta hipótesis se considera primer año cristiano el 754. Pero resulta que la muerte de Herodes, según pruebas arqueológicas, tuvo lugar el año 750. Como el Señor nació mientras él vivía, lo más tarde que pudo nacer fue el año 749 de la fundación de Roma.

Seria necesario entonces, retrotraer el nacimiento de Cristo al menos cuatro años. Y en todo caso hay que colocarlo dentro del decenio 740-750 sin que sea posible determinar, hoy por hoy, con mayor aproximación, la fecha exacta. Insistimos en la importancia secundaria de estos dos datos cronológicos. Lo esencial para nosotros, cristianos y discípulos de Jesús, es que Dios-Salvador, "Dios con nosotros", irrumpió en la historia humana para sacarnos de las tinieblas y sombras de muerte (Lc 1, 79) trasladándonos a su Reino (Col 1, 13). El apóstol Pablo ha descrito como ningún otro hagiógrafo, el momento culminante de la Anunciación-Encarnación que supuso el libre y generoso consentimiento de María. El Verbo a pesar de su condición divina no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario se despojó de su rango y tomó la condición de "Siervo", pasando por uno de tantos.

He aquí el "rebajamiento" de Cristo y su eclipse total ante los hombres.

Todo arranca de la Encarnación
En el prólogo del evangelio de san Juan hay un versículo central que nos da la clave de la revelación neo-testamentaria: Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros (1, 14). Lo repetimos constantemente en el Credo y lo confesamos en el constante rezo del Ángelus.

El evangelista afirma en su profundo prólogo tres cosas sumamente importantes que vienen a constituir como la columna vertebral de la doctrina católica.

Primera: el gran don de la filiación divina nos es dado por el Verbo encarnado.

Segunda: Se proclama explícitamente la Encarnación del Verbo rechazando el error de los "docetistas", herejes que negaban la realidad de la encarnación reduciéndola a pura ficción o apariencia.

Tercera: Toda gracia concedida a los hombres deriva del Verbo encarnado. Así pues, todo, absolutamente todo, arranca de este hecho histórico y dogmático que san Pablo describe con una pincelada inigualable: "Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la condición de hijos adoptivos". La liturgia celebra con exultante gozo la Anunciación y se acomoda a los plazos de la gestación de cualquier ser humano en el seno materno: 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del Señor; 25 de diciembre: solemnidad de su nacimiento. La Virgen anunciada, la Virgen fecunda y parturienta, la Virgen Madre. Con inmensa precisión borda san Juan su cincelado prólogo: De su plenitud todos nosotros hemos recibido gracia tras gracia (1, 16).

¿Quién podrá describir lo que ha supuesto para toda la humanidad el don infinito de la Encarnación? Tal es la idea-eje de la Misa de Santa Maria de la Anunciación del Señor. Los textos eucológicos y bíblicos elegidos por la Iglesia forman un bellísimo conjunto que apenas sabemos valorar.

Respuesta de la Virgen anunciada
La respuesta de María de Nazaret una vez salvada su virginidad e instruida por el ángel Gabriel, fue definitiva y abierta a la acción divina en su persona "agradecida" y "favorecida". Pío XII aseguró que con el saludo angélico "tal como la tradición católica ha entendido" se indica la plenitud de todas las gracias divinas. El Prefacio de la solemnidad alcanza así su momento cenital que ilumina todos los ángulos del misterio: La Virgen creyó el anuncio del ángel: que Cristo por obra del Espíritu Santo iba a hacerse hombre por salvar a los hombres. Y lo llevó en sus purísimas entrañas con amor. Así Dios cumplió sus promesas al pueblo de Israel y colmó de manera insospechada la esperanza de los otros pueblos.

¡Maravillosas palabras que presentan con esplendor y brevedad el sentido y contenido de la Anunciación-Encarnación! Resuenan como una jubilosa melodía la exclamación de Isabel al recibir la visita de su prima en la aldea de Ain-Karim: ¡Dichosa tú que has creído que se cumplirían las cosas que te ha dicho el Señor! (Lc 1, 45). He aquí la poderosa fuerza divina de la fe de María sometida a prueba durante su difícil etapa de peregrinación divina.

Necesitamos meditar asiduamente en el misterio de la encarnación que en los planes divinos ha sido posible por la voluntaria colaboración de una Mujer asociada a la obra redentora de Cristo. Ella le dio cuerpo real y pasible al Hijo de Dios. Reflexionemos sin apresuramiento -que es la polilla destructora de la genuina piedad cristiana- en el siguiente texto conciliar: El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros menos en el pecado (GS, 22; Hb 4, 15). He aquí el mensaje esencial de la encarnación por el cual Dios entró en nuestra historia.