El fiat de la Madre predestinada

Camilo Valverde Mudarra

 

La joven María expresa su “fiat”, da su sí incondicional y acoge alegre y decidida su misión: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38). Con esta sencilla aceptación, la Virgen afirma su vocación solemne, sobreviene el sublime milagro, se produce el acontecimiento más extraordinario, en sí contradictorio: Una virgen que concibe y es madre; Dios que se hace hombre y que convive con el hombre y nosotros vimos, en su divinidad, su gloria, su gracia y su verdad; Dios, hijo Unigénito de Dios y Dios, hijo de María de Nazaret: 

Y el Verbo se hizo carne, 
y habitó entre nosotros
y nosotros vimos su gloria,
gloria cual de Unigénito, del Padre,
lleno de gracia y de verdad (Jn 1,14).

María no duda de la posibilidad del hecho propuesto, no pide una señal como hizo Zacarías, sólo indaga el modo de su realización y, cuando sabe cómo ha de realizarse, se pone a total servicio ante la voluntad de Dios, porque Ella es su esclava. Ella se siente y se proclama esclava de Dios. Está dispuesta a hacer todo lo que el Señor le mande. 

Y como su esclava, se entrega por entero y así el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra (Lc 1, 35): La nube como manifestación de Yahvé, cubría a veces el Templo; Ella es el nuevo Templo y el Espíritu Santo la cubre con su sombra de fecundación. Con lo cual, María hace carne de su carne al Verbo, la Palabra de Dios, que existiendo desde el principio, pues vive y es en la eternidad, viene al mundo en la temporalidad a iluminarlo con la verdad del amor, no por deseo de hombre, sino por Dios:



Existía la luz verdadera,

que, con su venida a este mundo,

ilumina a todo hombre (Jn 1,9).



El Concilio Vaticano II, en el capítulo VIII de la Constitución Dogmática “Lumen gentium” que dedica a la Virgen, dice: «Pero el Padre de la misericordia quiso que precediera a la encarnación la aceptación de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas y por haber sido adornada por Dios con los dones dignos de un oficio tan grande. Por lo que nada tiene de extraño que entre los Santos Padres prevaleciera la costumbre de llamar a la Madre de Dios totalmente santa e inmune de toda mancha de pecado, como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo. Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la Anunciación como llena de gracia (cf. Lc 1,28), a la vez que ella responde al mensajero celestial: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).

Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con El y bajo El, con la gracia de Dios Omnipotente. Con razón, pues, piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. Como dice San Ireneo, «obedeciendo, se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». Por eso no pocos Padres antiguos afirman gustosamente con él en su predicación que «el nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; que lo atado por la virgen Eva con su incredulidad, fue desatado por la virgen María mediante su fe»; y comparándola con Eva, llaman a María «Madre de los vivientes», afirmando aún con mayor frecuencia que «la muerte vino por Eva, la vida por María» (LG 56).

Los Libros Sagrados y la Tradición Respetable destacan con claridad el cometido de la madre de Jesús en la historia de la salvación. En la Antigua Escritura, hay páginas que anuncian la venida de Cristo a este mundo y ponen de manifiesto, como se ha interpretado por la revelación posterior, la figura de una mujer madre del Salvador. Así lo indica de modo profético la promesa de victoria sobre la serpiente que Dios dirige al hombre y a la mujer, tras cometer su desobediencia (Gn 3,15). Una mujer joven y virgen dará a luz un hijo, Emmanuel (Is 7, 14; Mq 5, 2; Mt 1,23). En María, se cumple, luego de la larga espera de los tiempos, aquella promesa en su culminación: de su carne se hace carne el Unigénito del Padre y habitó entre nosotros (Jn 1,14). 

La Lumen gentium precisa: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. En primer lugar, cuando María, poniéndose con presteza en camino para visitar a Isabel, fue proclamada por ésta bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida, a la vez que el Precursor saltó de gozo en el seno de su madre (cf. Lc 1,41-4s); y en el nacimiento, cuando la Madre de Dios, llena de gozo, presentó a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que, lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal. Y cuando hecha la ofrenda propia de los pobres lo presentó al Señor en el templo y oyó profetizar a Simeón que el Hijo sería signo de contradicción y que una espada atravesaría el alma de la Madre, para que se descubran los pensamientos de muchos corazones (cf. Lc 2,34-3 s). Después de haber perdido al Niño Jesús y haberlo buscado con angustia, sus padres lo encontraron en el templo, ocupado en las cosas de su Padre, y no entendieron la respuesta del Hijo. Pero su Madre conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41-51)” (LG, 57).

El Verbo se hizo carne. El vocablo Logos o Palabra se asentó y difundió a fines del siglo I, fue expresión de la fe en Cristo en cuanto palabra, su procedencia eterna, su preexistencia divina, su predominio en la historia. La Palabra contiene todas las funciones y atribuciones Divinas. Dios se acerca al hombre. Dios, en su palabra, se hace compresible en Jesucristo. La palabra es luz y vida para los hombres, la luz vino al mundo y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz (Jn 3,19). La realidad plena de la existencia, la vida auténtica que se halla en el autor de la vida. 

La Virgen María da a luz al Unigénito del Padre, el Hijo Único de Dios, su Palabra. Es descrito con los rasgos del Mesías del A.T. (Is 7,14; 9,6; 2 Sm 7,14). Será grande y llamado Hijo del Altísimo, dignidad que marca la íntima unión que tiene con el Padre.