|
La
Martenidad Sagrada
Padre
Antonio Díaz Tortajada
1.-
El “si” de María ––el “fiat”– abre la puerta a un
largo camino: el del Hijo de Dios entre nosotros. Desde María,
desde su embarazo y su maternidad, éste es el camino que Dios
eligió para mostrar mejor y con mayor claridad la intimidad de su
ser divino y su deseo de salvarnos, desde entonces, la maternidad
tiene un nuevo valor. No es sólo el camino para el comienzo de la
vida de nuevas personas. Es mucho más: Es el camino que Dios
mismo recorrió. Con este acontecimiento se abre una nueva
perspectiva para considerar el origen y el desarrollo de nuestra
vida y, en el caso que nos ocupa, Cristo en el seno de María es
clave hermenéutica para comprender e interpretar el camino, la
vida.
Toda
maternidad refleja, de un modo nuevo, el rostro de Dios y su interés
por la vida. Sea cual fuere el modo cómo se da la concepción
(buscada o no, legítima, honesta o descontrolada, correctamente
santa o no), toda maternidad que deriva de ella es siempre
sagrada. Destruir la maternidad, impedirla, bloquearla es un
crimen. Es el crimen más cruel y más despiadado porque su víctima,
indefensa, silenciosa e inerme sólo puede recibir la agresión
injusta y indebida, y esto es lo mas terrible, de quienes más
espera y necesita protección de su madre y de quienes la acompañan.
Por
eso la fiesta de la Anunciación de la Encarnación del Hijo de
Dios es también un severo reclamo del Señor a favor de toda
vida. El Dios viviente comienza a vivir como ser humano. En el
santuario de la Madre, comienza ese camino de llegar a ser hombre
pleno: desde su concepción hasta su muerte salvadora, muerte que
será derrotada por su Resurrección.
2.-
La Palabra de Dios nos indica que la misteriosa concepción de Jesús
ocurrió por obra y gracia del Espíritu Santo. Dos voluntades
decidieron el estar disponibles al Padre. La carta a los Hebreos
muestra que en el hoy eterno de Dios, el Hijo le dice al Padre:
“Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Y en un momento de la
historia humana, una joven nazarena, María, dice palabras
parecidas al “enviado” de Dios: Aquí está la esclava del Señor.
Hágase en mi según tu palabra. Esas dos decisiones hacen que el
Espíritu Santo fecunde a María. Por esas dos decisiones, el Hijo
del Padre Eterno comienza a ser el Hijo de María.
Y
la historia de ambos, Madre e Hijo, será una historia de
fidelidad a Dios, una historia de alegría y cruz, de esfuerzo y
de persecución. La Vida Eterna, espléndida, será de distintos
modos amenazada, bloqueada, perseguida, atormentada y destruida:
"una espada atravesará tu corazón". La Vida, por
instigación del “maligno”, por envidia, perversión,
ignorancia o estupidez de los hombres, será atacada o destruida.
3.-
El Señor asume nuestra vida y la eleva al orden sobrenatural.
Desde el seno de su Madre, Jesús acepta correr todos los riesgos
del egoísmo. Ya nacido, pero niño aún, fue sometido a la
persecución de Herodes quien mataba a los niños en su carne
porque a él lo mataba el miedo en su corazón.
Hoy
también a los niños, y a los niños por nacer, los amenaza el
egoísmo de quienes sufren la sombra de la desesperanza en su
corazón, la desesperanza que siembra miedo y lleva a matar. Hoy
también nuestra cultura individualista se niega a ser fecunda, se
refugia en un permisivismo que nivela hacia abajo, aunque el
precio de esa no-fecundidad sea sangre inocente.
Hoy
también estamos influenciados por un teísmo biodegradador de lo
humano; ese “teísmo spray” que pretende suplir a la gran
Verdad: "El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”.
La Encarnación del Verbo, Jesús niño por nacer en el vientre de
María, nos convoca una vez más a la valentía.
No
podemos degradarnos en la cultura facilista que nos anula y que
siempre –porque mata poco a poco– termina siendo cultura de la
muerte. Queremos reivindicar la presencia de Cristo ya en el seno
de su Madre, presencia que resitúa la realidad del niño por
nacer. Aquí se fundamenta nuestro “si a la vida” –a toda
vida– un “si” motivado por la Vida que quiso compartir el
que es nuestro Camino y Verdad. En Cristo la centralidad del
hombre como obra maestra de la creación llega a su plenitud.
|
|