La Anunciación

Padre Antonio Rivero, L.C.


(Lc 1,26-38)
Quiero comparar a María con la llave de una caja fuerte que esconde mucho dinero. Ella no es el dinero, sólo es la llave. Pero sin la llave, no se abre la caja. Sin ella no llegaríamos a Jesús, verdadera y única riqueza para nosotros. "Ad Iesum per Mariam". María es la ventana a través de la cual el hombre se asoma a la divinidad de Cristo.

Por tanto, vamos a conocer a María. Me propongo, pues, dar algunos rasgos de la Virgen, partiendo del evangelio, para que la conozcamos un poco más y de ahí broten el amor y la imitación de sus virtudes. 

El 8 de Diciembre de 1854 en Roma el papa Pío IX publicó la bula "Ineffabilis Deus" en la que proclamaba el dogma de la Inmaculada Concepción, es decir, María fue concebida sin pecado original, porque sería la Madre de Dios. 

Cuatro años más tarde se apareció la Virgen en Lourdes y se llamó a sí misma: Yo soy la Inmaculada Concepción.

Hoy vamos a contemplarla en esa escena tan hermosa de la anunciación para ver cómo fue sorprendida por Dios y cómo ella se abrió a Él sin poner ningún tipo de reparo. 

¿Qué hace esta creatura, esta doncella cuando recibe la visita inesperada de Dios, a través del ángel Gabriel? 

1) Oye y escucha atentamente

"Tú has hablado, Señor,
en el silencio de mi noche
y tu palabra ha grabado en mi corazón tu voluntad.
Y porque hablaste,
hay en Ti una voluntad que yo desconozco.
Es la voluntad de tus mandatos.
Yo quiero, Señor, cumplir esa voluntad".

Dios habló a María. Y como María tenía un alma tan pura, tan limpia, tan cristalina, inmediatamente percibió la luz de Dios, la voz misteriosa de Dios. Como vivía inmersa en Dios le fue fácil aplicar su oído interior a la palabra divina.

María es bienaventurada sobre todo por haber escuchado la palabra de Dios y haberla guardado, y no tanto por ser la madre de Dios; así lo dijo Jesucristo a aquella mujer que había lanzado el piropo a su madre. 

Escuchar la palabra de Dios es la actitud primordial de la fe de una creatura. La fe, por tanto, no es primeramente un acto del pensamiento personal, una creación de la inteligencia humana, sino la acogida en el corazón del pensamiento divino, y de un pensamiento expresado concretamente bajo forma de palabra. 

Escuchar es abrirse a esta palabra y recibir todo el pensamiento que ella manifiesta. Así hizo María: escuchó el plan de Dios expuesto por el ángel o por esa voz interior. No expuso primero su propio pensamiento ni su propia decisión. No escuchó otras sirenas que la invitaban a una vida más fácil y sin tantas complicaciones.

Cada día recibo diversas anunciaciones de Dios: luces continuas, inspiraciones, mociones interiores, ¿cuál debe ser mi actitud? Escuchar a Dios, como María.

¡Cuántas cosas quiere Dios decirnos a lo largo de los días! Continuamente nos habla en el silencio de nuestra casa, en el silencio de nuestra mesa de estudio, en el silencio de nuestro corazón, cuando vamos caminando. Cada día quiere Él enseñarnos nuevas melodías, nuevas partituras. Pero ¿de qué sirve ir a una clase de música, si no estoy atento y escucho al director que me da las indicaciones y me está enseñando nuevas melodías? 

(a) ¿Qué requisitos se necesitan para escuchar a Dios? 

* Silencio: para escuchar hay que estar en silencio de nuestras facultades interiores. Hoy el silencio está amenazado por tantos ruidos provenientes del exterior (sirenas del mundo) o del interior de nuestro corazón (nuestras pasiones); todo esto nos atrofia el oído interno, nos aturde y nos incapacita para escuchar la palabra de Dios a través del reglamento, de luces e inspiraciones, de sugerencias de los formadores. 

* Limpieza de alma: el limpio de corazón está en sintonía con la onda y la emisión de Dios. "Bienaventurados los limpios de corazón porque no sólo verán a Dios, sino que escucharán a Dios".

* Vigilancia: Esta palabra de Dios, pronunciada en el silencio, corre el peligro, si no vigilamos, de ser ahogada por la cizaña de otra palabra, la Antipalabra, que no es la palabra de Dios, sino una palabra que se interpone en el canal de Dios y estropea la emisión. Dirá el cardenal Karol Wojtyla en su libro "Signo de contradicción" que esa Antipalabra es el enemigo, que no quiere que esa Palabra de Dios caiga en buena tierra, germine y dé fruto. Tenemos que estar alertas para que ese enemigo no venga por la noche, cuando estamos despistados, cuando no vigilamos la ronda de nuestro castillo interior y nos arrebate esa palabra divina.

(b) ¿Cuándo hay que escuchar a Dios? 

Hay que escuchar a Dios siempre, pero especialmente en períodos de crisis esta facultad de escuchar a Dios es particularmente necesaria. La fe, un tanto alicaída en estas situaciones límite, sólo puede renovarse colocándola delante de la Palabra de Dios, manifestada en la Sagrada Escritura, en el Magisterio de la Iglesia. Sólo así podremos rastrear el sentido oculto de esa situación difícil que estamos viviendo y que Dios ha permitido. Si escucho mis pasiones, oiré mi voz, no la de Dios. 

2) María busca respetuosamente

Segundo paso: buscar. "Quomodo fiet?", ¿cómo será esto?

"Por eso, cuando hurgo en tus llagas
buscando las razones de mi fe...
¡No te me duelas, Señor!
Que buscar no es dudar.
El que busca es porque anhela y cree encontrar.
Y no busco para mí, sino para mis hermanos"..

María busca y hurga en el sentido de la voluntad de Dios para Ella. La búsqueda no significa desconfianza en Dios sino penetración profunda y objetiva de ese plan de Dios para no dar un paso en falso, para no dejarse llevar por el subjetivismo. Esa búsqueda empuja a María a cotejar su plan, sus ilusiones, sus proyectos con el Plan de Dios para Ella, aquí y ahora. 

Busca en la presencia de Dios. No busca en el pajar de sus egoísmos con la linterna de sus propios raciocinios, por muy brillantes que fueran. Es demasiado serio lo que Dios le ha propuesto como para despacharlo Ella sola: ser la Madre de Dios

Ya he escuchado. No siempre entiendo lo que Dios me va pidiendo. ¿Qué hacer? Buscar el sentido profundo de mi vocación cristiana, de ese plan de Dios para mí. De aquí surge la necesidad imperiosa de orar mucho, camino seguro para buscar lo que Dios quiere.

El hombre es un buscador nato. Como buen peregrino que es, siempre está atravesando los campos (per-agrum, en latín) de este mundo buscando las respuestas a tantos interrogantes profundos. Busca la felicidad, lo sabemos. Todos estamos llamados a ser felices. Pero la felicidad del hombre está unida al plan que Dios tenga para cada uno. Y en el buscar y compenetrarse con esa plan trazado por Dios para mí está la felicidad.

Aquí nos asaltan otros peligros: querer buscar mi felicidad, al margen del plan que Dios quiere de mí. Resultado: no soy feliz, no me siento a gusto. María interpeló a Dios: "Quomodo fiet?", ¿cómo será?

"Yo anhelo, Señor, ser todo tuyo.
¿Qué quieres que haga?
Dime, Señor, que tu siervo te escucha.
Sé que en temer a Dios y hacer lo que Él quiere,
está todo el hombre
Pues bien, Señor;
yo quiero ser todo un hombre.
Y porque quiero serlo,
me entrego completamente a Ti.
Quiero hacer lo que tú quieras.
Quiero querer lo que tú hagas.
Quiero que mi voluntad no sea otra sino la tuya.
Pero tuya no por conformidad, sino por identificación".

¡Buscar! Quien busca encuentra.

3) María cree confiadamente

"Yo creo, Señor; creo en Ti
que eres la Verdad Suprema,
derramada al mundo
a través de las cinco llagas sangrantes de tu Hijo...
Creo en tu palabra inefable, serena
pues nada me sucederá sin tu disposición".

Tercer paso: creer a Dios, creer en Dios. María tenía un plan: ser virgen toda su vida. Ese era su proyecto. 

Dios, por el contrario, tenía el suyo: para María ser la Madre de Dios. ¿Cómo conjugarlo? El punto de unión está en la fe de María. La fe de María unió esos dos polos que humanamente no podían unirse: virginidad y maternidad al mismo tiempo en ella. 

He escuchado, he buscado...y Dios me ha respondido. ¿Qué hacer? Creer en Él sin ningún tipo de titubeos, ni vacilaciones: "¿Y si no sirvo? ¿Y si luego me sale mal? ¿Y si luego no entiendo a Dios? ¡Con lo cómodo que estoy donde estoy!". "Creo, cuando tiro mis redes una y cien veces y las saco mojadas, vacías, casi rotas".

Este paso es el del amor. Dijimos que el escuchar es la actitud primordial de la fe; pues aquí diremos que el amor es la condición para entregarme a Dios sin regateos. Porque no es verdad que el amor nazca siempre de la fe; lo más corriente es que la fe se aclare en un corazón que ya ama. 

4) María acepta y se abandona gozosamente

"Yo quisiera abandonarme a Ti,
que me pongas junto a ti,
como un sello sobre tu corazón" (p.20)

"Señor, pues que soy libre, renuncio a mi libertad
A mi libertad que es mi voluntad.
Y yo no quiero voluntad
Porque yo no quiero más voluntad que la tuya
¡Toma, Señor, mi libertad!
Y que sea tu divina voluntad
la única dueña y señora de mi corazón...

María no entiende del todo, pero prefiere abandonarse humilde y plenamente al misterio propuesto por Dios, porque Él no puede defraudarla ni mucho menos engañarla: "Yo creo en Ti que eres la Verdad suprema derramada al mundo a través de las cinco llagas sangrantes de tu Hijo". 

De esta manera, Ella se convierte en territorio libre y disponible para que Dios haga su obra maravillosa. Así como el Edén había sido el Paraíso de la creación, la Virgen sería el Paraíso de la encarnación.