La Encarnación del Verbo

San Atanasio de Alejandría

«El Verbo de Dios (...) se compadeció de nuestra raza y lamentó nuestra debilidad y, sometiéndose a nuestra corrupción, no toleró el dominio de la muerte, sino que, para que lo creado no se destruyera ni la obra del Padre entre los hombres resultara en vano, tomó para sí un cuerpo y éste no diferente del nuestro. Pues no quiso simplemente estar en un cuerpo, ni quiso solamente aparecer, pues si hubiera querido solamente aparecer, habría podido realizar su divina manifestación por medio de algún otro ser más poderoso. Pero tomó nuestro cuerpo, y no simplemente esto, sino de una virgen pura e inmaculada, que no conocía varón, un cuerpo puro y verdaderamente no contaminado por la relación con los hombres. En efecto, aunque era poderoso y el Creador del universo, prepara en la Virgen para sí el cuerpo como un templo y lo hace apropiado como un instrumento en el que sea conocido y habite. Y así, tomando un cuerpo semejante a los nuestros, puesto que todos estamos sujetos a la corrupción de la muerte, lo entregó por todos a la muerte, lo ofreció al Padre, y lo hizo de una manera benevolente, para que muriendo todos en él se aboliera la ley humana que hace referencia a la corrupción (...), para que, como los hombres habían vuelto de nuevo a la corrupción, él los retornara a la incorruptibilidad y pudiera darles vida en vez de muerte, por la apropiación de su cuerpo, haciendo desaparecer la muerte de ellos, como una caña en el fuego, por la gracia de la resurrección» [1] . 

[1] San Atanasio de Alejandría, La Encarnación del Verbo, 8 (trad. de J. C. Fernández Sahelices en: Atanasio. La Encarnación del Verbo, Madrid, Ed. Ciudad Nueva, 1989, pp. 45-46 [Biblioteca de Patrística, 6]).

Fuente: Monasterio Santa María de los Toldos, Argentina