"Desde hoy todas las generaciones me llamarán dichosa” 

Margot Valenzuela V. 

“Desde hoy todas las generaciones me llamarán dichosa” (Lc. 1,48)

Lucas, que dejó su patria para acompañar al apóstol Pablo, veía en el evangelio un medio para reconciliar al hombre con Dios y también a los hombres entre sí. Preocupado por esto se dedicó a escribir acerca de los hechos y milagros de Jesús; transmitiendo enseñanzas de misericordia. Él nos relata en su primer capítulo el milagro de la maternidad de María, sin pecado concebida. 

Gabriel, el ángel, es un verdadero portador de buenas nuevas. Él mismo fue quien dio a conocer a Zacarías que seria padre, junto a su esposa Isabel, de Juan Bautista, pero a diferencia de María, Zacarías dudó de la palabra del ángel ya que tanto él como su esposa eran mayores. Esta falta de fe le costó su capacidad de hablar, pues el ángel lo condenó a guardar silencio hasta el día en que naciera su hijo: “…quedarás mudo hasta el día en que se realice todo esto que te he dicho” Lc. 1, 20.

De la misma forma durante el sexto mes visitó a María, una joven de Nazaret, prometida de José, de la familia de David. 

Era tan solo una niña cuando el ángel la llamó “llena de gracia”, lo que significa que el poder de Dios se puso en su espíritu. Gracia es aquello que se desprende del Dios vivo para germinar en la tierra. Ella, pese a no comprender la situación, aceptó como “servidora” (“esclava” pero en el sentido de colaboradora) del Señor todas la palabras que el ángel anunciaba, y no dudó como lo había hecho Zacarías. 

María es un concreto ejemplo de humildad y entrega hacia Dios. Al decir sí, aceptó cargar en su vientre al salvador del mundo. Aceptó ser madre de un hijo que no le pertenecía y que, sin duda le cambiaría la vida trayéndole alegrías pero también grandes dolores; se le impuso el nombre que debería llevar y además el ángel le dio a conocer que gobernaría el pueblo de Jacob y su reinado nunca llegaría a fin. 

Desde ese momento supo que su maternidad no sería como la de todas las mujeres, sino todo lo contrario. Pese a ello aceptó estar embarazada sin haber sido desposada de ningún hombre, no tuvo miedo a lo difícil que era la vida para las madres que se embarazaban en esa condición. No obstante, no debemos restar mérito a José, pues creyó en la palabra de María y junto a ella aceptó hacerse cargo de un niño que no era como los demás. El tenía una misión importante y ambos padres serían colaboradores, de esta hermosa tarea que incumbía al mundo entero.

Hoy en día el mundo necesita mujeres como María que acepten ciegamente el mandato de nuestro Señor sin mayores cuestionamientos, solo por amor al Padre, porque solo Él sabe lo que tiene preparado para nosotros. Creer en Dios es fiarse de lo que Él nos dice; confiar que los caminos que Él nos señala son lo mejor para nosotros y quienes nos rodean.

Es por eso que María se fió siempre en Dios, creyó en su palabra y esperó de manera diferente, a todos los demás, la llegada de el Mesías, porque lo llevaba en su vientre y lo sentía en su corazón. Sabía que en su infancia debía hacerse cargo de Él, pero también sabía que no le pertenecía, que era el salvador del mundo y que en cualquier momento debería dejarlo ir, en favor de toda la humanidad.

Gracias a ella el hijo de Dios pudo llegar a ser uno más entre nosotros. Compartió nuestras tristezas, alegrías, miserias e inseguridades. Llegó en un momento complicado, pero decisivo para el pueblo israelita, pues permanecía sometido al Imperio Romano y la mayoría de los hombres habían perdido la fe en Dios. 

Pero volvamos a María, veamos cómo su ejemplo puede ser tomado por nosotras. Tal vez nunca se nos presente la oportunidad de cargar en nuestro vientre al hijo de Dios, pero su ejemplo sí nos enseña a vivir la voluntad del Él pasando hambre, miseria condena y mucho sufrimiento. Sin embargo nada de eso fue en vano, pues consiguió la santidad por medio de este camino. 

No debemos olvidar que compartió junto a su hijo etapas muy dolorosas, en las cuales supo ser fiel y los vivió con entereza, sin pensar en revelarse, ya que eran parte de su condición de madre y servidora del Señor. En primer lugar recordemos las duras condiciones en las cuales dio a luz a Jesucristo: un establo, posteriormente debió escapar con su hijo de la persecución de Herodes, luego su hijo estuvo perdido tres días en Jerusalén. Ya adulto, Jesús, a los treinta años decidió irse a predicar; desde ese momento debió enfrentar con fuerza los comentarios que se hacían respecto de su hijo, hasta que finalmente fue crucificado y condenado a muerte, cumpliéndose así la misión que tenía en el mundo.

Como vemos el sí de María cambio el mundo. Su muestra de fe y entrega le dieron al mundo la capacidad de redimirse de los pecados. 

La Iglesia celebra todos los 25 de marzo la fiesta de la Anunciación, exactamente nueve meses antes de Navidad, tal vez, ya que estamos tan cercanos a la fecha; y apropósito de haber celebrado, hace muy poco, el día internacional de la mujer, el llamado es a que nos atrevamos y estemos dispuestas a decir sí, sin dudar, cuando el Señor nos solicite algo, porque solo Él sabe qué es lo mejor para nosotros y los nuestros.

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