María, la mujer del “sí”

Padre Llucià Pou Sabaté

Jesús, como todos los hombres, necesita una Madre, que está con él aunque no le acompañe físicamente, desde el nacimiento hasta la muerte, a los pies de la Cruz. Allá María hace también su sacrificio, un acto inmenso de generosidad, y acoge ser madre de esta nueva familia que es la Iglesia, nos acoge a cada uno, y se hace otra vez madre, que nos quiere como a Jesús. Allá asume el compromiso de ayudarnos a que nos identifiquemos con él, que seamos el hijo, la hija de Dios. Allá Jesús acaba su obra y dice a Juan el adolescente: aquí te dejo mi madre, que desde ahora es también tuya, porqué tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra. Su muerte nos da vida, su resurrección nos resucita a vivir su vida. Así entendió San Pablo el vivir con Cristo, y para ello necesitamos la Virgen María, como los Apóstoles la necesitaron, pues la Iglesia nació en su regazo.
El cristiano es hijo de Dios y también de María. Ella es llamada varias veces “Mujer” en ese diálogo de la Cruz, cuando da inicio a este linaje nuevo, y ahí entiende que no concluye su labor en la tierra como madre de Jesús: la dedicación maternal a Jesús, sus ternuras y delicadezas, ahora las dedicará a Juan y todos los cristianos, que al ser madre hacia ellos lo está siendo con Jesús. Es éste el gran misterio: que ahora es madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual, para llevarnos a descubrir y seguir nuestro camino, para ir al cielo, a hacer la voluntad de Dios.
Jesús dijo que el que hace la voluntad de Dios, ése se salvará. María es modelo de esta fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios, está contenta de estar donde le toca, sabiendo que allá la ha puesto el Señor, no se inquieta ni desea. Por eso es modelo de humildad para nosotros, de no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida, a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las incidencias de cada día. Por ejemplo, olvidándonos de competir y pensar en compartir, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: “hágase tu voluntad…”
¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.
La historia de María es una vida del “sí” al amor y sacrificio, sin hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente feliz, sabe que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca, sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios fuerza para el bien.

Fuente: autorescatolicos.org