Jesús, como todos los
hombres, necesita una Madre, que está con él aunque no le acompañe
físicamente, desde el nacimiento hasta la muerte, a los pies de la Cruz.
Allá María hace también su sacrificio, un acto inmenso de generosidad, y
acoge ser madre de esta nueva familia que es la Iglesia, nos acoge a
cada uno, y se hace otra vez madre, que nos quiere como a Jesús. Allá
asume el compromiso de ayudarnos a que nos identifiquemos con él, que
seamos el hijo, la hija de Dios. Allá Jesús acaba su obra y dice a Juan
el adolescente: aquí te dejo mi madre, que desde ahora es también tuya,
porqué tú has de ser yo, otro Cristo a la tierra. Su muerte nos da vida,
su resurrección nos resucita a vivir su vida. Así entendió San Pablo el
vivir con Cristo, y para ello necesitamos la Virgen María, como los
Apóstoles la necesitaron, pues la Iglesia nació en su regazo.
El cristiano es hijo de Dios y también de María. Ella es llamada varias
veces “Mujer” en ese diálogo de la Cruz, cuando da inicio a este linaje
nuevo, y ahí entiende que no concluye su labor en la tierra como madre
de Jesús: la dedicación maternal a Jesús, sus ternuras y delicadezas,
ahora las dedicará a Juan y todos los cristianos, que al ser madre hacia
ellos lo está siendo con Jesús. Es éste el gran misterio: que ahora es
madre de todos los creyentes, de todos los hombres, madre espiritual,
para llevarnos a descubrir y seguir nuestro camino, para ir al cielo, a
hacer la voluntad de Dios.
Jesús dijo que el que hace la voluntad de Dios, ése se salvará. María es
modelo de esta fidelidad al cumplimiento de la voluntad de Dios, está
contenta de estar donde le toca, sabiendo que allá la ha puesto el Señor,
no se inquieta ni desea. Por eso es modelo de humildad para nosotros, de
no inquietarnos por buscar el éxito o padecer un fracaso: hemos de
aprender de ella a hacer todo con calma, por amor: "hágase en mí según
tu palabra" es su perenne respuesta a Dios, en cada momento de la vida,
a cumplir lo que el Espíritu Santo le comunica, siempre atenta a sus
mociones. En eso está la santidad, dejarse llevar por ese Espíritu
presente en nosotros: la Virgen María nos enseña a escucharle, en las
incidencias de cada día. Por ejemplo, olvidándonos de competir y pensar
en compartir, no pensar en nosotros mismos sino en los demás; no
inquietarnos con lo que no tenemos sino estar contentos con el que el
Señor nos manda o al menos permite. Es modelo de la oración perfecta: “hágase
tu voluntad…”
¿Y cómo saber cuál es para nosotros la voluntad de Dios? Es necesario
hacer lo que la Virgen: escuchar. Podemos definir la persona como la
criatura que está a la escucha: de los demás, de lo alto. Para tener un
corazón bien dispuesto es necesario rezar, conocer el Evangelio, dedicar
un tiempo a la formación, preguntar también nosotros: "Señor, ¿que
quieres que haga?" También el apóstol adolescente es ejemplo de la
fortaleza que es fruto de renunciar al egoísmo y darse a los demás.
La historia de María es una vida del “sí” al amor y sacrificio, sin
hundirse ante la falta de medios (económicos, tener que ir de un lugar a
otro, conocer el frío y las amenazas de muerte desde el nacimiento de
Jesús; falta de estabilidad y seguridad…), su existencia tenía más
problemas que la nuestra, y a pesar de todo es inmensamente feliz, sabe
que está con Jesús, que es lo importante: es modelo para que sepamos
acompañar a Jesús en nuestra vida, estar contentos donde nos toca,
sufriendo a veces pero sin desfallecer, sin resentimientos que son
ausencia de amor, con mucha confianza en Dios. El trato con María nos
dará su compañía y parecernos a ella, para llevar con alegría una
situación que se hace dura, una enfermedad, dificultad familiar, una
pena de alguien que se ama, y que no tiene una solución fácil: ella nos
hace ver ese algo divino y positivo en todo, pues de todo sacará Dios
fuerza para el bien.