En el maravilloso relato
de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen María, hay un detalle
que vale la pena observar con detenimiento. Ciertamente es pequeño
dentro del gran conjunto de ese Anuncio, pero nos muestra un rasgo
importante de la humildad de María que tiene, además, consecuencias para
nosotros.
El detalle a que me refiero es una breve palabra contenida en la
respuesta final de María al Arcángel. Haciendo una lectura espontánea
del relato de san Lucas, se advierte esa humildad de María al aceptar
sin reservas la mediación del Ángel. La Virgen no trata de eludir al
enviado (ángel quiere decir precisamente, enviado), ni pretende tener
audiencia directamente con Dios lo cual hubiera sido orgullo y María es,
por el contrario, la más humilde. Está contenta de hablar con un
intermediario. Y le responde: Hágase en mí según tu palabra (Lc 1,38).
Fijémonos que no dice Su palabra. No se remite a Dios directamente pues
eso sería desconfiar de la veracidad del ángel y en último caso,
desconfiar de Dios mismo que es quien lo ha enviado. No; María, humilde
y abandonada, confía en el Arcángel Gabriel: Hágase en mí según tu
palabra. Confía en que él ha transmitido fielmente el gran encargo de la
Encarnación. Resuenan aquí aquellas frases de Jesucristo: Quien a
vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe Aquel
que me ha enviado (Mt 10,40).
Decía antes, que de esta pequeña palabra salían consecuencias para
nosotros. Sí; salen en dos líneas principales. Primero, hay ocasiones en
que nosotros somos de alguna manera, ángeles de Dios; somos enviados a
los que nos rodean, para decir una palabra, dar un consejo, transmitir
un consuelo, ofrecer compañía, etc. Como san Gabriel, hemos de ser
veraces en nuestro mensaje y nuestro testimonio, sin tergiversar la
palabra de Dios, ni mezclarla, ni confundirla con otras cosas. Segundo,
cuando somos nosotros los que estamos ante un enviado (ya sea obispo, un
sacerdote, otro cristiano o ¡quién sabe quién!...) hemos de seguir el
ejemplo de María, ser humildes, no pretender ver a Dios cara a cara,
sino aceptar las mediaciones que Él quiere poner. Y no olvidemos que la
Iglesia, de modo ordinario es la enviada por el mismo Cristo y está
animada por el Espíritu Santo, garantía de verdad. Cuando ocurre la
Anunciación aún no existe la Iglesia y María recibe el Anuncio por boca
del ángel. Nosotros en cambio tenemos ya en dulce posesión el misterio
de la Iglesia, -jerarquía y fieles cristianos todos- que es para
nosotros signo, cauce, lugar privilegiado, de la palabra de Dios.
Cuando con humildad se acepta al enviado en cuanto tal, se obra el
milagro de que se recibe a Jesucristo y en Él, al Padre.