El "sí" de la Virgen abrió las puertas a la realización del plan de la Redención 

 

SS Juan Pablo II


Audiencia, Miércoles 24 de marzo de 2004

1. Mañana celebraremos la solemnidad de la Anunciación, que nos hace contemplar la encarnación del Verbo eterno, hecho hombre en el seno de María. El "sí" de la Virgen abrió las puertas a la realización del plan salvífico del Padre celestial, plan de redención para todos los hombres. 

Esta fiesta, que este año cae en el centro de la Cuaresma, por una parte, nos hace remontarnos a los inicios de la salvación y, por otra, nos invita a dirigir nuestra mirada al Misterio pascual. Contemplamos a Cristo crucificado, que redimió a la humanidad cumpliendo plenamente la voluntad del Padre. En el Calvario, durante los últimos instantes de su vida, Jesús nos dejó a María como madre, y a ella nos encomendó como hijos. 

La Virgen, asociada al misterio de la Encarnación, participó también en el misterio de la Redención. Su "fiat", que recordaremos mañana, es un eco del que pronunció el Verbo encarnado. En íntima sintonía con el "fiat" de Cristo y de la Virgen, cada uno de nosotros está llamado a unir su propio "sí" a los misteriosos designios de la Providencia. En efecto, sólo de una plena adhesión a la voluntad de Dios brotan la alegría y la paz verdadera que todos anhelamos ardientemente también para nuestro tiempo. 

2. En la víspera de esta fiesta, a la vez cristológica y mariana, mi pensamiento va a algunos momentos significativos del inicio de mi pontificado: al 8 de diciembre de 1978, cuando, en Santa María la Mayor, consagré la Iglesia y el mundo a la Virgen; al 4 de junio del año siguiente, cuando renové esa consagración en el santuario de Jasna Góra. En particular, pienso en el 25 de marzo de 1984, Año santo de la Redención. Han transcurrido veinte años desde ese día, cuando, en la plaza de San Pedro, en unión espiritual con todos los obispos del mundo, "convocados" con anterioridad, quise consagrar la humanidad entera al Corazón inmaculado de María, respondiendo a lo que Nuestra Señora había pedido en Fátima. 

3. La humanidad vivía entonces momentos difíciles, de gran preocupación e incertidumbre. A veinte años de distancia, el mundo sigue aún terriblemente marcado por el odio, la violencia, el terrorismo y la guerra. Entre las numerosas víctimas que registra la crónica de cada día, se encuentran muchas personas inermes, heridas mientras cumplen su deber. En esta Jornada dedicada al recuerdo y a la oración por los "misioneros mártires", no podemos menos de acordarnos de los sacerdotes, de las personas consagradas y de los fieles laicos que han muerto en tierras de misión a lo largo del año 2003. 

Mucha sangre se sigue derramando en numerosas regiones del mundo. Sigue habiendo urgente necesidad de que los hombres abran su corazón a un esfuerzo valiente de comprensión recíproca. Cada vez resulta más grande el anhelo de justicia y paz en todas las partes de la tierra. ¿Cómo responder a esta sed de esperanza y de amor? Recurriendo a Cristo, por medio de María. A la Virgen santísima repito también hoy la súplica que le dirigí entonces. 

"Madre de Cristo, aparezca, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder salvador de la Redención: poder del Amor misericordioso. Que este detenga el mal. Que transforme las conciencias. Que en tu Corazón inmaculado se abra a todos la luz de la esperanza" (Acto de consagración a la Virgen, 25 de marzo de 1984, n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de abril de 1984, p. 24).