María, Madre de la Iglesia

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La Iglesia es semejante en todo a María. Dio a luz a la cabeza de la Iglesia, y ésta 
engendra constantemente hijos que forman el cuerpo místico de la cabeza. Engendra y da a 
luz sus hijos por medio de la predicación de la palabra y la administración de los 
sacramentos. La fuente bautismal es el fecundo seno materno del que constantemente 
brotan nuevos hijos. En una inscripción del baptisterio de Letrán se dice: "En esta fuente la 
Iglesia, nuestra madre, de su seno virginal da a luz los hijos que ha concebido bajo el aliento 
de Dios." En la bendición del agua bautismal se dice esta oración: "Mirad, Señor, a vuestra 
Iglesia y multiplicad en ella nuevos hijos, Vos, que con el torrente de vuestra gracia alegráis 
vuestra ciudad y en todo el mundo abrís hoy las fuentes del bautismo para renovar las 
gentes, a fin de que, con el imperio de vuestra majestad, reciban la gracia de vuestro Hijo 
Unigénito por virtud del Espíritu Santo. El cual, con la secreta intervención de su divinidad 
fecunde este agua destinada a la regeneración de los hombres, para que, habiendo recibido 
esta fuente divina la santificación vea salir de su seno purísimo la nueva 
generación, heredera del cielo". Aún con más firmeza y perfección resuenan las alabanzas 
de la Iglesia madre-virgen en la liturgia oriental. 
María concibe y da a luz en el Espíritu Santo; también la Iglesia concibe y da a luz en el 
Espíritu Santo. María da a luz para una nueva creación, y la Iglesia da a luz a los nuevos 
hombres. 
Pero la relación entre María y la Iglesia va más allá del mero paralelo. Es una relación de 
origen, pues los alumbramientos de la Iglesia están condicionados por el parto de María. Lo 
nacido de María vino al mundo como cabeza de una nueva humanidad. Su parto está 
ordenado a los alumbramientos de la Iglesia, como la cabeza al cuerpo. A la inversa, los 
partos de la Iglesia se reflejan en el de María, consuman en cierto sentido lo que comenzó 
por aquél. De esa manera, el parto de María y los de la Iglesia forman un todo único. Sólo 
por su concurso nace el "Cristo Total", o sea, el Cristo que se compone de cabeza y cuerpo. 
María tiene en esto importancia fundamental. La Iglesia recibe lo que Ella realizó y lo 
continúa como corresponde al plan divino de salvación. María dio a luz a Uno. Pero puesto 
que de este primer nacimiento se siguen el nacimiento de muchos por la Iglesia, resulta ser 
María madre de muchos. La Iglesia da a luz a muchos. Pero por ser todos ellos miembros de 
un cuerpo, se puede también decir de ella que da a luz a uno, siendo madre de la unidad. 
"El cuerpo de la Iglesia, como su cabeza, nace del Espíritu Santo y de la Iglesia virgen; y de 
todas las gentes, como de diversos miembros, se constituye un solo hombre nuevo", dice 
Guitmundo de Aversa. 
La estrecha relación entre María y la Iglesia justifica un intercambio de afirmaciones, de 
manera que se puede decir de una lo que en primer lugar se afirma de la otra, y a la 
inversa. Existe una especie de perichoresis y una comunicación de idiomas como dice 
Scheeben. Así se llama a María madre de la Iglesia, por dar a luz al Cristo asociado a su 
cuerpo místico. Ocasionalmente, algunos Padres llaman a la Iglesia madre de Cristo, incluso 
madre de Dios por engendrar al cuerpo vivificado por la cabeza, Cristo. Se podían 
alegar las palabras de Cristo de que quienes creen en El son su madre y hermanos. Dice 
así San Gregorio en una homilía: "Debemos saber que quien es hermano y hermana de 
Cristo en la fe, es su madre por la predicación, pues, como quien dice, da a luz al Señor 
engendrándole en el corazón de los oyentes. Es su madre, pues por su palabra se 
engendra el amor del Señor en el espíritu del prójimo" 56. De modo parecido declara 
Haymon: "El mismo Señor dice en el Evangelio: "Quienquiera que cumpla la voluntad de mi 
Padre", etc.... La Iglesia es considerada como madre y como hijo. Porque cuando conduce 
a alguno a la fe es madre, o sea, le reengendra en la fuente bautismal. En aquellos, en 
cambio, que se acercan al bautismo y confiesan creer en Cristo, es hijo". San Agustín 
explica que, como se dice de la Iglesia que es madre de Cristo, se puede decir de Cristo 
también que es hijo de la Iglesia. Es más, Cristo nace de nuevo todos los días, es decir, 
siempre que un hombre se hace cristiano. El monje Anastasio del Monte Sinaí explica hasta 
el saludo del ángel aplicándolo a la Iglesia: "Bendita eres entre las mujeres tú, vida única, 
tú, madre vivificante de los fieles, excelsa madre de Cristo, tú, Iglesia santa; y bendito es el 
fruto de tu vientre, el pueblo único de todas las naciones vivas". Cuán estrechamente se 
corresponden el parto de María y los alumbramientos de la Iglesia, se deduce del hecho de 
que María dio a luz a su Hijo corporalmente, pero alumbró espiritualmente a todo el género 
humano a una nueva vida; mientras que la Iglesia da a luz espiritualmente a sus hijos a la 
vida celeste, pero ejerce en la Eucaristía una especie de función maternal con relación a 
Jesucristo. Feckes lo expresa así: "Como María engendra al Cristo terreno, así la Iglesia al 
Cristo eucarístico. A la manera como la vida de María gira en torno a la educación y 
custodia de Cristo, la vida y preocupación más íntima de la Iglesia giran en torno al don 
Eucarístico; como María regala al mundo el Cristo terreno para que su santa carne lo 
redima y nazcan hijos de Dios, así la carne y sangre eucarísticas de la Iglesia forman los 
hijos vivos de Dios. Como María coofrece el sacrificio junto a la cruz, también lo hace la 
Iglesia toda, por su parte, en cada santa Misa. Como María concibe el tesoro total de las 
gracias de la Redención para administrarlo espiritualmente como abogada, también la 
Iglesia lo ha concebido y lo concibe en cada santo sacrificio de nuevo, como si dijéramos, 
para administrarlo y repartirlo ministerialmente. Como María es la celestial y auténtica 
abogada cerca de su Hijo, así también la Iglesia tiene la fuerza auténtica y poderosa de la 
oración por sus hijos".
María y la Iglesia se unen en el modo virginal de su alumbramiento pues ambas conciben 
y dan a luz en el Espíritu Santo, no a la manera biológica de la generación natural. Por la 
virtud del Espíritu Santo concibió María a su Hijo y le dio a luz a la vida terrena. Por la 
misma virtud engendra la Iglesia a sus hijos a una nueva vida en el Espíritu Santo.
Los Padres ven en su fe lo 
que tienen de común en la virginidad. Por la fe en el Señor, María y la Iglesia son una 
misma cosa. Por la fe se entregó María a Dios sin reservas. Ya antes de concebir 
corporalmente había concebido a Dios por la fe. Por ella permanece fiel a su vocación 
hasta la hora de la Cruz. Su fe se mantiene inconmovible también el día de viernes santo. 
Si la Iglesia es la comunidad de los fieles cristianos, en aquel día la vida del cuerpo místico 
se recoge en María. El sábado santo era ella la única en quien se representaba la Iglesia, 
pues en todos los demás la fe se apagó u oscureció. Según San Buenaventura, María es 
aquella en quien permaneció firme e inconmovible la fe de la Iglesia. Por la misma fe se 
entrega la Iglesia a Jesucristo. Según San Agustín, la fe incorrupta es la virginidad del 
corazón. Para Pedro Damiano, la Iglesia es virgen porque guarda incólume e inviolable la 
fe. La Iglesia se guarda de las herejías, pues la herejía es pérdida de la virginidad. 
Hemos de suponer que María al pie de la cruz aprendió lo que el Resucitado hizo 
presente a los discípulos de Emaús que en Cristo se cumplieron las antiguas profecías y 
que El debía sufrirlo todo para entrar así en su gloria. Miró la cruz con inteligencia de 
creyente en nombre de la Iglesia, y reconoció en ella la voz unánime de todas las Escrituras 
del Antiguo y del Nuevo Testamento y el sentido último de todo acontecer. Su corazón fue 
traspasado entonces por la espada del dolor, como había profetizado Simeón. Aceptó el 
dolor en nombre de la Iglesia, que hasta el fin de la tiempos participa por la fe en la cruz del 
Señor. 
María es también el prototipo de la Iglesia en cuanto a la plenitud de gracia y santidad. 
Está llena del Espíritu Santo y vive en su atmósfera celestial, como también la Iglesia. Es, 
como ésta, la virgen fiel, inmaculada, el jardín cerrado, la fuente sellada, el tesoro 
escondido, la torre de David, la casa de oro, la tierra bendita, el santuario del Paráclito, el 
trono de Dios, la vid mística, la luz inextinguible, el centro de la ortodoxia, la aurora de la 
mañana que anuncia la salvación. Las letanías marianas son a menudo letanías de la 
Iglesia, y a la inversa. Si la Iglesia es el ámbito en que nace la nueva humanidad, María es 
la célula germinal y su plenitud. Pues Ella ha llegado ya a esa plenitud, hacia la que marcha 
el pueblo de Dios en peregrinación larga e incansable. María dio cabida en su corazón, 
conservó en él y recibió, en la venida del Espíritu Santo, lo que atestigua la predicación 
eclesiástica. En Ella se ha realizado, de manera única e irrepetible en plenitud total, lo que 
participa cada miembro de la Iglesia. Por eso, para dar el fruto de la fe, tiene que morar en 
cada uno el alma de María que glorifica al Señor, y su espíritu, que se regocija en Dios. 
Cada fiel cristiano, en su entrega al Señor, es marial, como la Iglesia entera lo es en su fe. 

TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 281-284 

Fuente:  mercaba.org