Mayo: mes de las madres y de María

Emma Espinoza

 

Después de la aridez del invierno, la naturaleza se recupera y estalla en una sinfonía de flores. Es como si el Dios Creador nos ofreciera un signo sensible de la renovación de la vida. Mayo es el mes de las primeras comuniones y de las madres y por lo tanto de la madre por excelencia, la Madre de Dios.

¡Qué recuerdos tan preciosos me trae el mes de mayo! Me veo toda vestida de blanco, acercándome temblorosa de emoción por primera vez a Jesús Sacramentado. Me veo vestida de ángel y sintiéndome como uno de ellos mientras ofrezco flores a la Virgen al compás de aquel canto que se me grabó más en el corazón que en la memoria; "venid y vamos todos con flores a María."

Recuerdo la humilde tarjeta, comprada con los ahorros de la merienda o la complicidad de la tía, garabateada con amor que entregaba a mi madre en el día de las madres... como si fuera posible encerrar en un pedacito de papel el cariño y agradecimiento. Mayo es el mes de la mistagogia, en el cual todavía nos regocijamos con la presencia del Resucitado entre nosotros, hasta que un jueves se va al Padre, pero nos deja la esperanza del Espíritu Santo. Es también el mes de la transición, el puente entre la exaltación de la victoria de Cristo y la realidad de enfrentarnos cada día a la lucha por el Reino de Dios. 

Mayo es el mes en que rejuvenecen los jardines y se visten de gala, mientras el aire, que se va haciendo más cálido, nos advierte que el calor del verano que se vislumbra puede marchitar las plantas más bellas.

Y también es el mes en que las largas y blancas filas de comunicantes llenan mi corazón de regocijo y de esperanza en un mundo mejor, al contemplar un amor y una fe tan puros. ¡Qué lindo tiempo del año! ¡Cuánta alegría en los cantos a María! ¡Cuántas promesas a Jesús Eucaristía! ¡Cuánto amor en nuestros pequeños tributos a las madres! Aspiro el aire de mayo perfumado de flores y como si fuera niña otra vez, me acerco temerosa a la comunión, reavivando el fervor de aquella primera vez. Canto en mi corazón a la madre que no tuvo miedo a decir sí, María, la humilde virgen de Nazaret, y bendigo a todas la madres que como ella han sabido decir sí a la responsabilidad de una nueva vida, aceptando las alegrías y tristezas, las satisfacciones y esfuerzos que conlleva la maternidad.

Pienso en el contraste entre esta maternidad cristiana y la sociedad hedonista en la cual vivimos, que es capaz de proteger árboles y ballenas, pero le niega el derecho a la vida a un ser humano inocente e indefenso. Es en este tiempo, cuando la vida vibra en cada fibra de la naturaleza, que más valoro el don de la existencia que el Señor me ha dado; pero, sobre todo, la vida de la gracia que El me ofrece escondida en un pedacito de pan, como anticipo de aquella otra vida que será la renovación total y definitiva de la primavera sin término en que todos los seres y todas las cosas serán nuevas en el Señor. 

Es por eso que en este mes de mayo tan hermoso recuerdo con más amor a mi madre y le agradezco el haber aceptado el don de la vida y a mi Madre del cielo, María, cuyo sentimiento cambió el curso de la historia e hizo posible el milagro de Jesús Eucaristía.

A mis dos madres, unidas en mi corazón, les ofrezco, flores de gratitud y una canción de amor.


Fuente: vozcatolica.org