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Fiesta de la Presentación del Señor en el
templo
SS
Juan Pablo II
Homilía, Lunes 2 de febrero de 2004
1. "Tenía
que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote
compasivo y fiel" (Hb 2, 17).
Estas palabras, tomadas de la carta a los Hebreos, expresan bien
el mensaje de esta fiesta de la Presentación del Señor en el
templo. Por decirlo así, dan su clave de lectura, poniéndola
en la perspectiva del misterio pascual.
El acontecimiento que hoy celebramos nos remite a lo que hicieron
María y José cuando, cuarenta días después del nacimiento de
Jesús, lo ofrecieron a Dios como su hijo primogénito, cumpliendo
las prescripciones de la ley mosaica.
Esta ofrenda se realizaría después de modo pleno y perfecto en
el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Entonces
Cristo cumpliría su misión de "sumo sacerdote
compasivo y fiel", compartiendo hasta las últimas
consecuencias nuestra condición humana.
Tanto en la presentación en el templo como en el Calvario está
a su lado María, la Virgen fiel, participando en el plan
eterno de la salvación.
2. La liturgia de hoy comienza con la bendición de las
candelas y la procesión hasta el altar, para encontrar a
Cristo y reconocerlo "al partir el pan", esperando su
vuelta gloriosa.
En este marco de luz, de fe y de esperanza, la Iglesia celebra la Jornada
de la vida consagrada. Quienes han entregado para siempre su
existencia a Cristo por la venida del reino de Dios son invitados
a renovar su "sí" a la especial vocación recibida.
Pero también toda la comunidad eclesial redescubre la riqueza del
testimonio profético de la vida consagrada, en la variedad
de sus carismas y compromisos apostólicos.
3. Con sentimientos de alabanza y acción de gracias al Señor
por este gran don, deseo saludar ante todo al cardenal Eduardo
Martínez Somalo, prefecto de la Congregación para los institutos
de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, que
preside esta celebración. Dirijo, además, mi cordial saludo a
todos los que participan en esta sugestiva asamblea litúrgica.
Mi afectuoso saludo va, de modo particular, a vosotros, queridos
religiosos, religiosas y miembros de los institutos seculares, así
como a todos los que testimonian de modo fiel los valores de la
vida consagrada en las diversas regiones del mundo.
Cristo os llama a configuraros cada vez más a él, que por
amor se hizo obediente, pobre y casto. Seguid dedicándoos con
celo al anuncio y a la promoción de su reino. Esta es vuestra
misión, tan necesaria hoy como en el pasado.
4. Amadísimos religiosos y religiosas, ¡qué ocasión tan
propicia os brinda esta jornada, dedicada a vosotros, para
reafirmar vuestra fidelidad a Dios con el mismo entusiasmo y la
misma generosidad de cuando pronunciasteis por primera vez
vuestros votos. Repetid cada día con alegría y convicción
vuestro "sí" al Dios del amor.
En la intimidad del monasterio de clausura o al lado de los pobres
y marginados, entre los jóvenes o dentro de las estructuras
eclesiales, en las diversas actividades apostólicas o en tierra
de misión, Dios quiere que seáis fieles a su amor y que todos os
dediquéis al bien de los hermanos.
Esta es la valiosa contribución que podéis dar a la Iglesia,
para que el Evangelio de la esperanza llegue a los hombres y a las
mujeres de nuestro tiempo.
5. Contemplemos a la Virgen mientras presenta a su Hijo en el
templo de Jerusalén. María, que había aceptado
incondicionalmente la voluntad de Dios en el momento de la
Anunciación, repite hoy, en cierto modo, su "¡He aquí la
esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra!" (Lc
1, 38). Esta actitud de dócil adhesión a los designios divinos
caracterizará toda su existencia.
Por tanto, la Virgen es el primer y elevado modelo de toda persona
consagrada. Dejaos guiar por ella, queridos hermanos y hermanas.
Recurrid a su ayuda con humilde confianza, especialmente en los
momentos de prueba.
Y tú, María, vela sobre estos hijos tuyos y llévalos a Cristo,
"gloria de Israel, luz de los pueblos".
Virgo Virginum, Mater Salvatoris, ora pro nobis.
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