María de la Merced

mercedariosdelacaridad.org


La Virgen de la Merced, "nuestra sin igual Madre y Protectora" (P. Zegrí) expresa lo que nosotros y nosotras deseamos ser. 

María es modelo de mujer que, sin alejarse del mundo, inmersa en la cotidianidad, supo hacer presente en su vida el mensaje cristiano. Su misma virginidad no tiene sólo un sentido físico, sino que es signo de disponibilidad. Sólo desde esta óptica, "por el reino de los cielos," -como nos dice Jesús-, tiene sentido.

Como ella, los que nos sentimos mercedarios hemos de estar atentos a la palabra de Dios que se nos anuncia desde el misterio del día a día. Nuestra vocación no es un acto de la voluntad, ni tampoco un deseo. La voluntad y el deseo están presentes en nuestro decir sí, en nuestro fíat, como en María. Pero la vocación es eso, llamada. Una llamada desde la vida, desde nuestras circunstancias concretas, desde nuestro quehacer cotidiano. Dios nos llama para que descubramos su santuario en nuestro interior, "en espíritu y en verdad". El misterio de la anunciación, requiere la respuesta de la encarnación.

Y María dijo sí. Pero no se limitó a asentir con la cabeza o con la palabra, sino con la vida. Ella encarnó la Palabra, ella encarnó a Jesús, lo hizo presente en el mundo. Así su fiat, y con él el nuestro, no es sólo un sí, sino un "hágase tu voluntad" sobre mi existencia. Y tu voluntad sobre nosotros no es otra sino que engendremos la palabra, que sigamos en este siglo XX haciendo a Jesús presente en nuestra sociedad. No hacen falta gestos heroicos, sino dejarse hacer, dejarse llevar al misterio de haber sido elegidos, no por ser mejores, sino a pesar de nuestra debilidad. Dios nos ama a pesar de nosotros, incluso contra nosotros... El testimonio de María es que "el Señor hizo obras grandes" por ella; que la eligió por ser pequeña, humilde. El resto es obra de Dios en ella, don, gratuidad, merced.

La Virgen de la Merced es, por lo tanto, Virgen de la humildad, de la pequeñez; es el reconocimiento de que "el Señor hizo en mí maravillas". No es que yo sea maravillosa, sino que Él hace posible la grandeza del barro. La Virgen de la Merced es la virgen de la gratuidad, la disponibilidad, del don, la liberación de la peor de las esclavitudes que es creerse independientes de Él. Es la virgen que descubre que su vida es historia de salvación.

Pero la Virgen que encarna la Palabra, que hace presente a Dios en la historia, es también la madre del desprendimiento. Ella no se guarda a Jesús en su seno. Lo da a luz, lo entrega al mundo, lo presenta como instrumento de salvación. "Haced lo que él os diga". Y es también la Virgen del apostolado, del anuncio. Es la mujer que, apoyada por Dios, se pone en camino para anunciarle a Isabel, que también estaba encinta, que también encarnaba la palabra, que en su seno está la Palabra definitiva, la que hace saltar de gozo.

María es también la mujer sensible a los pequeños problema de los demás. Y la que no rehuye la cruz, los grandes problemas. Sabe arrancarle la luz a lo sencillo e iluminar con ella los pequeños y grandes acontecimientos, como asumir la muerte sin sentido aparente del inocente. Ella está pendiente de todo en las bodas de Caná y firme al pie de la cruz.

Pero María es también la Virgen de Pentecostés. La que se deja inundar por el Espíritu Santo, que es el que hace posible toda la tarea que es vivir. No nos preocupemos. Es una tarea imposible para nosotros, pero para Dios no hay nada imposible: de las piedras pude hacer brotar santos; del barro puede sacar vasijas llenas de buen vino; Que la nada puede hacer un universo maravilloso. No eres tú. Tu vida es un don. Dios hará en ti la obra grande: "El Señor hizo en mí maravillas, gloria al Señor".