Fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen

San Juan Bautista de la Salle

 



Honremos a la Santísima Virgen en el día de su nacimiento, y tomemos parte en la alegría, de todo 
punto extraordinaria, que siente la Iglesia entera, al solemnizar hoy el venturoso instante en que 
hizo Dios aparecer en el mundo a Aquella de quien tomó principio la salvación de todo el género 
humano. 

Dios, que conduce todas las cosas con sabiduría, cuando formó el propósito de salvar a los hombres y 
de nacer como uno de ellos; prefirió escogerse una virgen que fuera digna de ser su templo y su 
morada. Y, con el fin de preparársela tal como la quería, dispuso que se viera adornada por el 
Espíritu Santo con todas las cualidades naturales y sobrenaturales, que mejor pudieran convenir a la 
Madre de Dios. 

A ese fin, era menester que el cuerpo de esta Virgen sagrada estuviese tan perfectamente formado, y tan bien dispuesto ya al nacer, que pudiera contribuir a la santidad del alma; y que el Espíritu Santo, descendiendo sobre Ella, la pusiera en condiciones de hallar gracia delante de Dios, ser 
objeto de sus complacencias, y recibir de El interiormente tal fortaleza, que le fuera posible 
resistir a todos los embates del maligno espíritu, capaces de corromper o, al menos, de alterar la 
pureza de su corazón. 

¡Ah, cuán justísimo era que, en todos los órdenes fue se obra de Dios, y lo más perfecto que pudiera 
darse entre las puras criaturas, Aquella que había de servir para formar el hombre Dios! 



Admiremos el cúmulo de gracias con que Dios adornó a la Santísima Virgen en el instante de su 
nacimiento. Tan colmada se vio de ellas, que ninguna mera criatura ha habido nunca semejante a María, ni la habrá jamás. 

El Espíritu Santo, haciéndola participe de su plenitud, la comunicó todos sus dones, y asentó ya 
desde aquel momento en Ella su morada, para disponerla a recibir en su seno, y llevar en él al Hijo 
de Dios humanado. Le dio, inclusive, corazón tan penetrado por el amor divino, que no respirase sino 
por Dios. 

Nada había en Ella que no dijera relación exclusiva a Dios: su mente se ocupaba sólo de Dios y de 
cuanto le descubría Dios serle agradable; todas las potencias de su alma tenían como única función 
tributar a Dios sus homenajes; su cuerpo mismo servía de instrumento a las acciones santas que se 
operaban en Ella; las cuales contribuían a espiritualizarlo en toda la medida de lo posible, y a 
hacer de él el santuario sagrado, donde entraría a su tiempo Jesucristo y donde se ofrecería 
interiormente a Dios como víctima inmaculada, para purificar hasta su última perfección el alma de 
esta Virgen Santísima, de la que el Espíritu Santo se adueñó en el instante mismo de su nacimiento. 

¡Oh! ¡Qué día tan feliz fue éste para Ella y aun para todos los hombres, que hallan en María su 
universal refugio, en razón del tesoro de gracias que en Ella depositó Dios, desde el momento de su 
aparición en el mundo! 



No es posible hacerse cargo de la fidelísima correspondencia de María a todas cuantas gracias 
recibió de Dios en el instante de su natividad. Como, por especial privilegio, tenía ya entonces el 
uso de la razón, se sirvió de ésta para adorar a Dios y darle gracias por todas sus mercedes. Se 
consagró ya entonces totalmente a Él para no vivir, ni tener en el resto de sus días, vida ni 
movimiento que no fueran ordenados a EL. 

Se anonadó profundamente en lo íntimo de su alma, porque todo se lo debía a Dios. Admiraba en su interior lo obrado por Dios en Ella, y se decía a Sí misma lo que publicó después en su Cántico: 
Dios ha hecho en Mí cosas grandes (1). 

Y mirándose a Sí, y contemplando a Dios en Ella, asombrada de la profusión con que Dios se había 
derramado en su criatura, se persuadió y aun se penetró de que todo en Ella debía tributar honor a 
Dios, y repetir sin cesar con David que hasta sus huesos eran tan deudores a Dios que no podían 
menos de exclamar: ¿Quién como Dios? (2). 

Si María recibió tal copia de gracias fue para que hiciese partícipes de ellas a los hombres que 
acuden a su protección. No desaprovechéis, pues, los frutos que podéis sacar de recurrir con toda 
diligencia a María.