Fiesta del Nacimiento de la Bienaventurada Virgen María 

Fray Nelson Medina O.P.

 

 

1. Celebrar la infancia

1.1 En el nacimiento de la Virgen María la Iglesia nos concede mirar pequeña a la que es tan grande y acoger con ternura a la que nos ha recibido con tanta compasión y nos ha adoptado con tan inmensa piedad.

1.2 Cuando cualquiera de nosotros mira su propia infancia descubre ese pequeño milagro que es la continuidad del "yo". No es cosa despreciable eso de reconocer que las acciones que aquel niño realizaba hace treinta, cuarenta o más años, pertenecen al mismo individuo y están en la misma historia que las decisiones del joven de hace otros tantos o las oraciones que hice hoy por la mañana.

1.3 Un mismo"yo", una misma conciencia, una misma historia abarcan esos dos seres que, si los pusiéramos uno junto a otro, apenas podrían reconocerse.

1.4 En parte sentimos distante la infancia por los años transcurridos, pero en parte también por los giros que ha tomado nuestra historia particular. En muchos casos pasa que el niño que fuimos nos resulta irreconocible. Su inocencia nos parece inútil, su pureza nos parece lejana, su fragilidad se nos antoja vergonzosa.

1.5 Es fácil, cuando nos embarga este tipo de sentimientos, que sintamos una especie de ruptura con nuestra propia verdad de aquellos niños o de niñas que fuimos. Por algo hoy incluso se han puesto "de moda" los talleres, encuentros o métodos para "recuperar el niño interior". 

2. María, la Niña

2.1 En mi historia vocacional particular esto del encuentro con una niñez sin vergüenzas ni complejos fue decisivo. Fue lo primero que aprendí a amar de la Niña. Después de todo, ¿qué es celebrar a María como "virgen" sino reconocer que hay en ella una señal singularmente preservada de una niñez nunca marchitada?

2.2 Algún día la Iglesia tendrá que hacer sus propios "talleres" sobre recuperación del niño o de la niña interior. Ese día comprenderemos mejor la grandeza que se esconde en la piedad aparentemente anodina de la fiesta que hoy celebramos.

2.3 María, la Niña, es el gran signo de una humanidad que se reconoce capaz de palpar, con cariño infinito y gratitud indecible, las manos puras y vigorosas del Creador.