Recordando el dolor y sufrimiento de María

Padre Alfredo I. Hernández

 

La imagen de la Cruz, con la Virgen María cargando a su Hijo muerto en su regazo, es una imagen sumamente conmovedora. Le decimos la Pietà, la Piedad, expresando el amor y el dolor de la Madre Santísima.

Hoy, la Iglesia Católica recuerda el dolor de María, un dolor que es una participación en la Pasión de su propio Hijo, en la celebración de Nuestra Señora de los Dolores.

El jueves recordamos la Exaltación de la Santa Cruz, así que es apropiado que al día siguiente nos enfoquemos en el papel de la Madre de Jesús en su sufrimiento y muerte.

Vemos en María el dolor de cada madre que sufre por sus hijos. Vemos el dolor de cada madre que ha perdido a un hijo. Vemos el dolor de cada madre que siente el vacío de la soledad.

Sin embargo, vemos algo más. Vemos en el dolor de María también la esperanza. Ella había escuchado la profecía de Simeón en el Templo: "A ti, una espada te atravesará el alma" (Lucas 2, 35). Ella sabía, sin poderlo entender del todo, que la muerte de su Hijo no sería el final de la historia. Ella sabía, aún en el dolor, que la muerte de Jesús era su acto más perfecto de amor, y que sería la fuente de salvación para todo el mundo. Sabiendo todo esto, el dolor, para ella, tenía que estar lleno de esperanza.

La Virgen de los Dolores nos invita a participar en su dolor. Mejor dicho, nos invita a participar en el dolor de su Hijo. En el Evangelio que casualmente escucharemos este domingo, Jesús preanuncia su crucifixión y dice: "El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará" (Marcos 8, 34-35). María nos enseña hasta qué punto Jesús hablaba en serio al llamarnos a cargar la cruz con El.

María no sólo nos invita a imitarla en nuestra participación en la Pasión de Cristo, sino que nos acompaña.

San Juan presenta de una manera bellísima cómo Jesús le da María a Juan como Madre y le da Juan a María como hijo (cf. Juan 19, 25-27).

En este regalo de nueva madre y nuevo hijo entendemos que Juan representa a toda la Iglesia. Por lo tanto, María se convierte en la Cruz en Madre de todos los seguidores de Jesús, de todos los que son para El "discípulo amado", el nombre que el Cuarto Evangelio le da a Juan.

No es para hacerles sentir tristes que saco hoy el tema del dolor. Si existe en sus vidas, y existe en toda vida humana, no es porque yo esté escribiendo sobre este. Lo que quiero sugerir es que Nuestra Señora de los Dolores nos ofrece una manera de ver y experimentar el dolor y la tristeza que nos puede llenar de esperanza. Nos ayuda nuestra Madre Dolorosa a darnos cuenta que si es la Cruz de Jesús que cargamos, entonces no tenemos razón para desesperarnos, ya que la Cruz es, como se le ha dicho en la tradición nuestra spes unica, es decir, nuestra "única esperanza".

El canto típico de este día es el Stabat Mater, un himno a María al pie de la Cruz. Una de sus estrofas expresa nítidamente la realidad de esta celebración:

Y, porque a amarlo me
anime, en mi corazón
imprime las llagas que
sostuvo en sí. 
Y de tu Hijo, Señora, 
divide conmigo ahora 
las que padeció por mí.

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