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La Corona de
Rosas de nuestra Madre.
Fr. Marco Antonio Foschiatti,
O.P.
Homilía para la
Solemnidad de Nuestra Señora del Rosario - Convento San Martín
de Porres en Mar del Plata -Buenos Aires- Rep. Argentina.
“Escuchadme, hijos piadosos, y creced como rosa que brota junto
al manantial. Como incienso derramad buen olor, abríos en flor
como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecid al
Señor por todas sus obras…” (Sir 39, 12-14).
“Como flor de rosal en primavera, como lirio junto al
manantial…” (Sir 50, 8).
“Regocíjate, llena de Gracia, el Señor está contigo. Bendita tú
entre las mujeres” (Lc 1, 28).
Todos recordamos y cantamos, con ese júbilo puro e inocente de
los niños, aquel bello canto –por lo demás tan sencillo y
pegadizo-: “ Venid y vamos todos, con flores a porfía, con
flores a María, que Madre nuestra es… ” ¡con flores a María, que
Madre nuestra es! ¡Cómo no recordar el mes de María en nuestros
colegios! Cuándo se nos invitaba, cada día, a llevar una flor a
los pies de MARÍA. En esa flor depositábamos nuestro cariño,
nuestro beso a la Madre de Dios, nuestras peticiones pequeñas,
nuestras promesas de ser más buenos, de vencernos a nosotros
mismos, de ser generosos, de compartir, de rezar un poquito más,
de ser agradecidos. ¡Bendita pedagogía de la oración con signos
tan bellos de la ofrenda de las flores, en donde -por medio de
esa fresca y cálida flor- nos dábamos nosotros mismos a los pies
a la Virgen y nos regalábamos a su Corazón Inmaculado!
¿Quién no recuerda las flores a la madre querida de la tierra?
Cada vez que veo ciertas flores, instintivamente pienso en mi
madre…en el hogar, en su sonrisa, en sus ilusiones, en sus
pesares. A algunas madres les gustan las rosas, a otras los
jazmines, a otras las fresias…Toda madre ama ser regalada con
flores.
¿Quién no recuerda las primeras flores a su amada? A su novia, a
su esposa. Cuando lo hermoso del amor humano, chispa del amor
divino en nuestro pobre corazón, se manifestaba en ese gesto tan
noble, gratuito y puro de regalar flores a la amada. Una de las
penitencias que me gusta imponer como confesor a los buenos
esposos: ¡es que vuelvan a regalarles flores a sus amadas
esposas!
¿Quién no experimenta una firme esperanza, un preludio de la
Vida para siempre, del Gozo de la Resurrección, de la Fiesta de
las Bodas del Cordero, cuando deposita -como gesto de amor y
esperanza- un ramillete de flores frescas junto a la tumba de su
esposo, de sus hijos, de sus abuelos, de sus amigos?
¿Quién ante una rosa, espontáneamente, no recuerda aquel relato
encantador y lleno de sabiduría vivida de Saint Exupery: ”El
Principito”? La vida del pequeño príncipe consiste en cuidar su
rosa; su misión está ligada al cuidado presuroso de “su” rosa,
una rosa por lo demás muy imperfecta pero a quién ama porque es
su única rosa. Es una imagen de su corazón, de su interior, de
su misión. Sólo el cuidado amoroso de “su” rosa la perfecciona a
ésta y a él lo redime.
¡Oh, cuánto nos hablan las flores…! ¡Cuánto nos hablan del
hogar! ¡Cuánto nos hablan del amor! ¡Cuánto nos hablan de la
esperanza! ¡Cuánto nos hablan del gozo, nuestros pequeños y
coloridos gozos! ¡Cuánto nos hablan las espinas de las rosas,
coronadas y plenificadas por el pimpollo fragante! ¡No hay
espinas sin rosas! Pero ¡no hay rosas sin espinas! No hay
verdadero amor que no conlleve el derramamiento de sangre,
aunque sea la del corazón. ¡Cuánto nos habla la pureza del
lirio, su blancura, su esbeltez…cuánto nos habla de la
transparencia de nuestra alma vivificada por la frescura y el
rocío de la Gracia Divina! ¡Qué humildad la de las violetas,
pequeñas y perfumadas criaturas!
Lenguaje de las flores…Nunca pases de largo ante la hermosura de
una flor sin dejar que ésta te eleve al Creador de esa
hermosura…al Dios Trinidad, al Dios Amor. Dante, en su Divina
Comedia, contempló la Vida de Dios, el Cielo, como una Rosa
eterna e inmarcesible.
Pero volvamos al canto: ¡Venid y vamos todos…! Cantando íbamos
en procesión hasta la Madre Inmaculada. Y le dejábamos allí
nuestras alegrías, nuestras pequeñas penas, nuestras esperanzas.
Ese pequeño gesto me ha ayudado, con el pasar de los años, a no
perder la devoción al Rosario. Para mí el Rosario es una corona
de rosas…la más fragante, la más primorosa. Cuándo me asalta el
cansancio, el tedio, las distracciones, vuelvo a esa imagen:
cada ave maría es una pequeña rosa que le regalamos a la Virgen:
como agradecimiento, como súplica, como alabanza, como un gesto
de gratuito amor…
Cada ave María es una rosa, la más preciosa. En efecto el ave
María es la Rosa que, en primer lugar, toda la Trinidad
Santísima ha regalado a la Virgen. Su primera palabra: “
alégrate …” es el alborear de la primavera de la redención sobre
el duro frío del invierno del pecado y de la muerte. “ Alégrate
”…es el Evangelio de la Alegría, de la cual María es Sagrario.
Alegría desbordante, gozo del Corazón de Dios, de venir a
nosotros en su Hijo amado, hecho niño en el seno de la Virgen.
Gozo porque ya no es el “Deus abscónditus”…el “Deus tremens et
fascinans…” sino es un Dios que se hace ternura de niño, que nos
llama a acercarnos a Él, que le abracemos y besemos…
Alegría de que el Emmanuel se nos hace cercano y “nuestro” por
María. ¡Alégrate…por ti la creación se renueva, por ti el
Creador nos nace como un Niño! ¿Puede haber un gozo más grande?
El gozo de sabernos amados tanto por Dios…
El Ave María es la Rosa de Dios a María. “ Llena eres de Gracia
” “ Gratia plena …” Tú estás llena de su Amor, de su Vida, de su
Luz…eres la Belleza de Dios, la Toda Hermosa, que das a luz al
más hermoso de los hijos de los hombres: Jesucristo. La Rosa de
la Gracia. El Evangelio de la Gracia. Esa Gracia que es la
participación en la Vida misma de la Santísima Trinidad.
La Gracia que no es algo estático sino eminentemente dinámico;
la Gracia que nos permite entrar en las relaciones de
conocimiento, de amor, de entrega y de gozo mutuo en el Corazón
de las Personas Divinas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Gracia
que nos redime, que nos sana, que nos vivifica, que refresca el
alma con el soplo del Espíritu. La Gracia que nos hace reflejos
de la luz de Dios en las crudas tinieblas de esta cultura de la
muerte. La Gracia que despierta nuestros sentidos espirituales,
que restaura la armonía original: o sea la reconciliación plena
de nuestro corazón con Dios Amor, con nosotros mismos, con
nuestros hermanos, con toda criatura. La Gracia que es el fruto
de la alegría de la redención. María, la llena de Gracia, es la
alegría de toda criatura…Ella nos trae al Autor de la Gracia.
Ella es el Sagrario y la Esposa Inmaculada de Aquel que es la
Gracia Increada: el Espíritu Santo.
El Corazón Inmaculado de la Virgen estuvo siempre plenificado
por esas acequias que alegran la Ciudad de Dios. Las corrientes
de Vida del Espíritu alegran ese Templo Santo que es María. Pero
esa plenitud de Gracia que es María, la más pequeña de las
criaturas que agradó al Altísimo, no la hace lejana, distante,
ausente de nuestras espinas, de nuestras caídas, de nuestras
luchas, de las lágrimas de los desterrados hijos de Eva…La
plenitud de Gracia que recibe María, como la Rosa más hermosa
con que la regala su Creador, la hace cercana, compasiva, dentro
de la entraña de nuestra humanidad…La Madre, que recibe la Rosa
de la plenitud de Gracia, experimenta también las espinas…sabe
–desde dentro-que esa Gracia brota de la Cruz, de las heridas,
del Corazón abierto y traspasado de su amado Jesús.
La Llena de Gracia es la Madre de los Dolores. Ella no conoció
el pecado, como su Hijo el Cordero Inmaculado e Inocente, pero
conoció -por la compasión- todos los efectos destructores del
pecado…Su Corazón Inmaculado, traspasado por siete espadas, nos
habla de esta compasión de María. Ella es la solidaria con los
caídos, el refugio de los pecadores, la Madre de la Gracia y la
Misericordia.
María al estar llena de Gracia, llena de Dios, es la criatura
más cercana a nosotros. El pecado aísla, el pecado disgrega,
separa, nos convierte en seres “autistas”…la Gracia crea
comunión, la Gracia crea compasión, la Gracia nos lleva a
compartir y a comulgar las heridas y el peso de los otros. La
Gracia nos hace sobrellevar mutuamente nuestras cargas. María
desde el primer instante de su ser es la Llena de Gracia, es por
tanto la Mujer más cercana, la Nueva Eva, la Madre de la Vida.
La esclava del Señor y la esclava de los hermanos, ejerciendo el
humilde servicio de la atención de su prima Isabel, embarazada y
achacosa. Sierva de los hombres porque es la Sierva del Señor.
Porque es la Madre de “mi” Señor anonadado por mi redención.
María al pié de la Cruz recibirá esa dolorosa anunciación por
boca de su Hijo moribundo que la convierte en nuestra Madre. Con
infinitos dolores nos engendró al pié de la Cruz de su Hijo.
Cuando nos detenemos en esa Rosa. que le regala Dios Padre a su
hija amada, colmándola de su Gracia para ser la Madre de su Hijo
pidamos: que llegue a nosotros también la Rosa de la Gracia,
venciendo nuestras barreras al Amor Divino, creando en nuestros
corazones esa comunión compasiva con todos.
Cada avemaría es una Rosa…una Rosa con espinas, una Rosa de
amor…sea en el Gozo, en la Luz, en el Dolor redentor, en la
Esperanza y el fuego luminoso de la Gloria. En cada avemaría le
regalamos ese Rosa…la Rosa que Dios Padre le regaló. Pero
también en cada avemaría Ella, la Madre, nos regala infinidades
de rosas, las flores de sus bendiciones, el perfume de sus
virtudes y de su maternal presencia…Nosotros le decimos: “El
Señor está contigo…” Ella, la Madre de la Misericordia, la Madre
de los afligidos y atribulados, la fortaleza de los tentados, la
resurrección de los caídos nos dice: “No temas, hijito, fruto de
mis dolores, Yo estoy contigo…estoy contigo”.
Cada avemaría es una bendición, decimos bien, alabamos y
bendecimos por la Bendecida. Alabamos en Ella y con Ella al
Bendito, a Jesús, nuestro amor y redención. Bendecimos y Ella
nos bendice. Bendecimos y Ella derrama la lluvia de rosas sobre
nuestra alma. Bendecimos a la Bendita y Ella esparce su perfume,
aliviando y curando las heridas, porque es la Salud de los
enfermos, el Refugio de los pecadores, el Consuelo de los
afligidos, la Auxiliadora de los cristianos…
Bendecimos y la Bendita nos bendice transformándonos, con el
Rosario, en discípulos de Jesús. Caminantes y seguidores de sus
gozos, su luz, su dolor amoroso, su Vida Resucitada y gloriosa.
Su Vida nueva en el Espíritu.
Bendecimos y la Bendita convierte, por la serena mirada amante
del Rosario, nuestros gozos en los Gozos de Jesús, nuestros
dolores en los dolores de Jesús, nuestras esperanzas –pequeñas e
inestables- en la posesión de Su Vida.
“Venid y vamos todos…con flores a porfía…Venimos a ofrecerte
flores del pobre suelo…con cuánto amor y anhelo, Señora, tú lo
ves…”
Qué en este mes del Rosario no dejemos de recoger olorosas rosas
de amor. Qué en este mes del despuntar de la primavera no
dejemos de detenernos ante una flor. Qué esa flor nos hable de
nuestros buenos amores, que esa flor nos hable de nuestros
pequeños gozos y esperanzas. Pero, sobre todo, que esas flores
nos hablen del Dios Amor…y de la Reina del Amor.
Dejemos que nos hablen las rosas y las flores, hasta que
tengamos que replicarles, tierna y dulcemente, como el ya
ancianito San Pablo de la Cruz: “Por favor, florecillas…
¡callad! ¡Callad florecillas, callad que me hacéis llorar de
amor, hablándome del Amor!”
Fuente:
rosarium.op.org
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