La Presentación 

Adolfo Carreto

 

Esto de las presentaciones, sobre todo de las presentaciones en sociedad, no es algo novedoso; desde siempre, y al estilo de cada época, a los niños o a los adolescentes se les ha presentado en comunidad para dejar constancia de la pertenencia de ellos al grupo. Inclusive religiosamente, el bautismo cristiano es una primera presentación: el abrirle la puerta de la fe al nuevo inquilino.
Cuenta la tradición que por aquellos tiempos también se daban las presentaciones en el templo, y que Ana y Joaquín acudieron al lugar para ofrecer a su muchachita al Todopoderoso. Que es lo que hoy celebra, como fiesta, la Iglesia.
Tengo ante mí a tres pinceles sagrados, que se han atrevido a dejar constancia de tres puestas en escena de la Virgen. Se trata de tres estilos bien definidos, de tres formas de plasmar la misma realidad.
El primer pincel es guiado por la destreza de la mano de Ghirlandaio, extasiándose en una presentación sumamente festiva, muy de acuerdo con estos tiempos, de gentes con haberes; una presentación pomposa, con público incluido y con mucho ajetreo. El escenario es un templo descomunal, renacentista aunque no cristiano, lo que indica que el pintor ha querido respetar la cronología de los acontecimientos. Se trata de un palacio, un lugar adecuado para presentar a la doncella en sociedad, donde las mujeres acompañantes pueden lucir sus galas. Ahí están Ana y Joaquín observando los pasos ascendentes de la muchacha mientras el Pontífice, revestido con los atuendos ceremoniales, le tiende la mano.
El segundo pincel en la mano de Zurbarán se empeña también en las escalinatas, y en las columnas del recinto, aunque no de las dimensiones del de Ghirlandaio. Zurbarán, sin renunciar al esplendor, es más recogido, inclusive en el colorido; su color es más de intimidad, igual que de más intimidad es el acompañamiento de la doncella, porque también de doncella se trata. Muchas flores ha esparcido el pincel de Zurbarán sobre los escalones para adornar el momento cuando la doncella, María, se postra ante el pontífice.
La presentación del pincel de Mantenga es radicalmente distinta: María no es ninguna adolescente sino una criatura indefensa, llorona, en brazos de su madre, evidentemente asustada, quizá por las barbas del sacerdote; digo que la niña reposa en los brazos de su madre enfundada en los ropajes de niñez de pocos años. El sacerdote, ya digo, exhibe en sus barbas abundantes, larguísimas y blancas la santidad ritual de todo oficiante, igual que la del recinto, del que solamente nos imaginamos eso, la santidad, el recogimiento, la intimidad. Los personajes, todos, están muy serio: los padres de la criatura, las dos mujeres que nos acompañan y la dignidad asombrosa y anciana del sacerdote.
Prefiero esta estampa de Mantenga. Es como si se tratara de un rito bautismal más a nuestro alcance. Las representaciones de Ghirlandaio y de Zurbarán, con todo lo que a mi me gusta el pincel de Zurbarán, se me antojan más a esos ritos de novicias, cuando las doncellas entran en el claustro, que no es éste el caso de María.
Lo cierto es que, aparte la imaginación y los pinceles, la Iglesia celebra hoy este acontecimiento: el día que a María la llevaron sus padres al templo para dejar constancia de su pertenencia a la comunidad.

Fuente: AVMradio.org