La reina del mar

Padre Eusebio Gómez Navarro

 

La Virgen del Carmen es una de las devociones populares más enraizadas. De todos los títulos que tiene la Virgen, el Carmen tiene arraigo, porque bajo esta advocación la Madre es vida y protección en la vida y en la muerte. Y es que la Virgen es Madre y como madre es vida, guía y protección
El Carmen es una devoción aconsejada por los Papas y los escritores espirituales. El Carmen ha penetrado en los hogares cristianos y muchas naciones la han acogido como patrona. 
Patrona, Madre y Hermana fue la Virgen para un grupo de cruzados que habían ido a la conquista de Tierra santa y, en el Monte Carmelo decidieron vivir una vida eremita en obsequio de Jesucristo. 
Perseguidos estos primeros ermitaños, huyeron a Europa y trajeron la devoción del Carmen. En Europa siguieron sintiendo la protección de María y como hecho importante hay que destacar la entrega del Escapulario a S. Simón Stock. Cada imagen del Carmen lleva el Niño y el escapulario. 
El escapulario y el rosario han sido dos devociones muy sencillas, pero que han arraigado en el corazón de los fieles y han sido fuente de gracias y bendiciones abundantes para muchas personas. 
El escapulario ha sido un signo de protección y un estímulo de virtudes, arma para la lucha diaria, tabla de salvación en los peligros del mar y de la tierra para todos los que lo llevan. 
El escapulario es un signo de amor de la Madre. Un autor llamó al escapulario "una hoguera de amor encendida en una chispa salida del corazón de María". Y una chispa puede incendiar un bosque y calentar y ablandar los corazones más fríos. El escapulario nos invita a imitar a la Virgen, peregrina en la fe, mujer preñada de esperanza y amor.
María es la mujer sencilla, abierta a Dios y a los hermanos. Es modelo de escucha a la Palabra, es la Virgen orante. María es la Madre que estuvo de pie junto a la cruz de su Hijo y que nos acompaña en nuestro caminar. 
Vuelve a nosotros esos tus ojos, decimos en la salve. Y estoy seguro que es la misma súplica que tiene la Madre para con nosotros: mira, hijo, mírame, escúchame, déjame que vaya contigo. 
Es necesario recordar los beneficios que hemos recibido de la Madre, no olvidarnos de María. Bostio tiene este bello texto: 
“Nunca olvides sus beneficios. Nunca olvides los múltiples testimonios de su amor de hermana y de madre. Ella nunca cambiará sus disposiciones de amor hacía ti, su fidelidad es irreversible.
Que no pase, pues, un solo día, que no transcurra una noche, que no vayas a ninguna parte, que ningún pensamiento ni conversación alguna tengan lugar, que no te sobrevenga trabajo ni descanso, sin que traigas afectuosamente a la mente el recuerdo de María. Que en el vestíbulo de tu memoria ella ocupe siempre un puesto de vanguardia.
De corazón, vuélvete a menudo hacia María, y nunca te canses de invocarla con estas palabras de la Biblia: Hermana mía, amiga mía, inmaculada mía, ábreme tu corazón, morada de misericordia. Tú, María, eres el amor de mi corazón, más aún, mí propio corazón, mi propia alma. Y no dudes en añadir las dulcísimas palabras de Esdras: "Abraza, madre, a tus hijos; estréchate al corazón de tus devotos; afianza sus pasos; guíalos en la santa alegría. O la súplica de Abraham: Te ruego que digas que eres mí hermana, para que, gracias a ti, encuentre yo una buena acogida y por causa tuya viva mi alma"
María del Carmen es patrona, aurora, manto, guía, reina de mar cielo y tierra. Así la canta el gran poeta español Rafael Alberti:
Que eres loba de mar y remadora,
Virgen del Carmen, y patrona mía,
escrito está en la frente de la aurora,
cuyo manto es el mar de mi bahía.

Que eres mi timonel, que eres la guía
de mi oculta sirena cantadora,
escrito está en la frente de la proa
de mi navío, al sol del mediodía.

Que tú me salvarás, ¡oh marinera
Virgen del Carmen!, cuando la escollera
parta la frente en dos de mi navío,

loba de espuma azul en los altares,
con agua amarga y dulce de los mares
escrito está en el fiero pecho mío

¡Oh Virgen remadora, ya clarea
la alba luz sobre el llanto de los mares!
Contra mis casi hundidos tajamares
arremete el mastín de la marea.

Mi barca, sin timón caracolea
sobre el túmulo gris de los azares.
Deje tu pie descalzo los altares,
y la mar negra, verde pronto sea.

Toquen mis manos el cuadrado anzuelo
-tu Escapulario-, Virgen del Carmelo,
y hazme delfín, Señora, tú que puedes...

Sobre mis hombros te llevaré a nado
a las más hondas grutas del pescado
donde nunca jamás llegan las redes.